“Dadme el control de la moneda de un país y no me importará quién hace las leyes”.En el mundo actual el capitalismo se mueve triunfal. Salvo excepciones (China con su particular “socialismo de mercado”, en el que se inspiran igualmente Vietnam y Laos, o Cuba y Norcorea resistiendo heroicamente los embates), los capitales mandan en todo el orbe. Desde principios del siglo XX el capitalismo se expandió fenomenalmente, haciéndose imperialista. Hoy, la arquitectura global de la economía está dada por un capitalismo financiero que maneja casi todo, amparado en el dólar estadounidense, teniendo como garantía final las inconmensurables fuerzas armadas de Washington y su acólito: la OTAN. Como en la Edad de Piedra, quien tiene el garrote más grande se impone.
Mayer Rothschild, fundador de la dinastía homónima
“Los imperios económicos [como Estados Unidos y Gran Bretaña] están interesados en promover el endeudamiento de los gobiernos. Cuanto más grande es la deuda, más costosos son los intereses. Pero además pueden exigir al presidente de turno privilegios fiscales, monopolios de servicios, contratos de obras, etc. Si este gobierno no acepta, provocarán su caída, promoviendo disturbios y huelgas que al empobrecer a la nación los obliga a claudicar ante sus exigencias”, expresó el historiador estadounidense Carroll Quigley quien, escribiendo para la élite económica de Washington a la que le era funcional, se permitió decir con claridad meridiana estas verdades. Dichas así, sin vergüenza, muestran lo monstruoso del sistema capitalista, y más aún, el mecanismo de su principal potencia.