sábado, 1 de febrero de 2025

La prensa independiente y los fondos extranjeros


Nahia Sanzo, Slavyangrad

En diciembre de 2022, causó especial impresión un ensayo de Volodymyr Ishchenko publicado por New Left Review en el que reivindicaba las “voces ucranianas” a la hora de relatar y analizar el conflicto. El origen de la polémica provocada por el sociólogo ucraniano ahora residente en Alemania fue precisamente la definición de esas voces, entre las que no solo incluía a los ucranianos correctos, sino que reivindicaba también el legado soviético y de habla rusa que ha sido parte importante del desarrollo del país en sus años de independencia. Reconocido hasta 2014, ese resquicio de cercanía a la cultura soviética, equiparada con la cultura rusa en un ejercicio de simplificación ampliamente generalizado, causó un gran rechazo por parte del establishment cercano a la línea ideológica implantada en el país desde que Maidan supuso un punto de inflexión a partir del que se ha avanzado únicamente en clave nacionalista. La reivindicación de Ishchenko se debía al seguimiento de los medios ucranianos e internacionales, en los que se presentaba una visión uniforme del punto de vista de la población ucraniana, a la que se adjudicaba la misma opinión se encontraran cerca o lejos del frente, en Ucrania o fuera de ella. Por supuesto, no había en los medios de comunicación ningún intento por representar el parecer de la población al otro lado del frente. Ocho años de discurso de “territorios ocupados” habían hecho su trabajo y no era necesario preguntarse si la población de Donbass o Crimea era favorable a Kiev, defendían la invasión rusa o, pese a no querer regresar bajo control de Kiev, no eran partidarios de la acción militar de Moscú en los territorios más allá de los límites de Donbass.

Más de dos años después de ese polémico ensayo, que no causó revuelo por mostrar ningún tipo de radicalismo sino por desmarcarse mínimamente del consenso bélico de intentar borrar cualquier vínculo presente o pasado con la Unión Soviética, la Federación Rusa o la cultura rusa en el sentido amplio, la situación no ha cambiado en exceso. Zelensky continúa insistiendo en la unidad como principal activo ucraniano a pesar de que tres territorios se encuentran fuera de su control desde hace casi once años y miles de personas locales han luchado en los ejércitos de Donbass durante años o lo hacen ahora como parte de las fuerzas rusas. Reducir los ejércitos de Donetsk y Lugansk a la ocupación rusa -pese a que, como han demostrado académicos como Ivan Katchanovski gran parte de los miembros de esas milicias fueron siempre población local- ha servido en estos años para evitar la necesidad de preguntar a esa población cuál era su opinión. Hasta ahora, dando por hecho el apoyo de la población bajo control ucraniano y en el extranjero, ha sido fácil para Ucrania y sus aliados occidentales pretender que la ciudadanía ucraniana al otro lado del frente defendía también a Kiev, está manipulada por la propaganda del Kremlin o simplemente no se tiene en cuenta. Las dificultades han aumentado ahora que ni siquiera las encuestas occidentales muestran la opinión mayoritaria de la población ucraniana residente en los territorios bajo control de Kiev a continuar la guerra hasta el final, lo que descabeza una parte importante del discurso ucraniano. No solo hay miles de ciudadanos ucranianos luchando contra las Fuerzas Armadas de Ucrania al otro lado del frente, sino que incluso quienes han permanecido en el país y en los territorios bajo control del Estado van perdiendo el deseo por lograr una victoria completa y muestran opiniones más realistas.

En la labor de construir el discurso, ha sido imprescindible el papel de la prensa, que en los últimos once años ha generalizado la idea de una Ucrania concebida para ser la antítesis de Rusia en su modelo tanto lingüístico como cultural. Presentado como guerra de liberación nacional o incluso equiparando la lucha actual con la descolonización de los países del tercer mundo en los años 60 del siglo pasado, Ucrania se ha jactado de luchar por su independencia. En ella era necesaria la ruptura de vínculos que habían existido durante siglos tanto en los aspectos sociales y familiares, como también culturales y lingüísticos. La radicalización de los medios en defensa de una Ucrania más ucraniana, es decir, de una ucranización en el sentido nacionalista, comenzó antes de la victoria de Maidan, pero alcanzó un mayor impulso a medida que medios recién creados o antes consumidos únicamente por una parte del país consiguieron un estatus privilegiado. En este tiempo, Ucrania se ha jactado repetidamente de la independencia de sus medios, un aspecto utilizado hasta la saciedad para diferenciarse de la Federación Rusa, donde se presentaba un ecosistema mediático en el que el Kremlin controlaba todos los medios y cualquier periodista independiente o incómodo era eliminado u obligado a marcharse al exilio. La disonancia cognitiva era clara desde el momento en el que el Estado permitía -o quizá alentaba- los ataques de la extrema derecha a medios propiedad de oligarcas antes considerados prorrusos a los que acusaba de delitos de pensamiento. Emitir una película soviética bastaba para que las instalaciones del canal se vieran sitiadas por miembros de la extrema derecha armados con lanzagranadas. El acoso a Anatoly Sharii en España o el asesinato de Oles Buzina muestran también que no hay tantas diferencias entre lo que se critica de Rusia y lo que se practica estos años en Ucrania.

La llegada al poder de Donald Trump ha supuesto, entre otros aspectos, la suspensión de subvenciones extranjeras. Tras el trabajo de grupo de presión de organizaciones internacionales y no gubernamentales occidentales, Marco Rubio ha anunciado ya la reanudación de los fondos para ayuda humanitaria, la asistencia más básica para la población más vulnerable del planeta. El objetivo de la suspensión no es solo ahorrar costes, aunque es uno de los principales argumentos, sino comprobar si esos pagos a diferentes actores internacionales son una forma de avanzar los intereses de Estados Unidos. En otras palabras, la labor del Departamento de Estado es comprobar que las transferencias sean ideológicamente correctas y acordes a la nueva política de la Casa Blanca. Es evidente que la reducción de la asistencia a población palestina es un hecho consumado, como lo será también en otros casos en los que las causas no sean especialmente afines a la ideología e intereses de la nueva administración estadounidense.

En el caso ucraniano, los recortes no han tardado en causar alarma. Contrariamente a lo publicado por varios medios, Volodymyr Zelensky confirmó que, “gracias a dios”, el suministro militar continúa. Sin embargo, en la jerarquía de intereses de Donald Trump, Ucrania no está situada en los puestos de cabeza. Al contrario que para Israel y Egipto, los dos países prioritarios cuyos fondos continúan sin variación, Estados Unidos ha suspendido programas y aportaciones del Departamento de Estado a Kiev. Entre ellas están las subvenciones de USAID que en esta década habían sido la base fundamental para la financiación de gran parte el complejo de organizaciones no gubernamentales y grupos de presión. Desmovilizada en su mayor parte -a excepción de la extrema derecha-, la sociedad civil ha sido suplantada por estas organizaciones que estaban financiadas desde el extranjero, fundamentalmente desde Washington.br />
“Solo podemos decir que suspendiendo estos programas puede perder de manera importante su capacidad de influencia en varios lugares y puede aumentar en favor de China y otros países, incluida la misma Rusia”, afirmó Mijailo Podolyak al conocerse la suspensión de ayudas. El mensaje del asesor de Andriy Ermak carece de toda sutileza y busca lograr la reanudación de las subvenciones bajo la premisa de mantener el poder blando. Si no es Estados Unidos quien sostiene a la sociedad civil, será otro país, puede que un oponente, argumenta Podolyak. La intención de Donald Trump en el caso ucraniano ha quedado clara y son constantes sus declaraciones sobre la necesidad de que sean los países europeos los que carguen con los costes de la guerra, la reconstrucción y la situación en general. Eso incluye también financiar a los grupos que ejercen el poder blando.

En realidad, en Ucrania no es solo la sociedad civil, es decir, los numerosos grupos que se presentan a sí mismos como representantes de la población ucraniana o que ejercen de grupos de presión en busca de más armas y del mantenimiento del régimen de guerra, sino los propios medios. Como escribía el diario Strana apenas unas horas después de que se consumara la orden de detener la entrega de fondos de USAID en el extranjero, “varios importantes medios de comunicación ucranianos han apelado a sus lectores con una solicitud de apoyo financiero debido a la suspensión de los programas de subvenciones estadounidenses”. Entre ellos se encuentra Ukrainska Pravda, diario de referencia del establishment ucraniano y también aquellos que, como Hromadske, nacieron como forma de renovar el espacio mediático al estilo occidental.

“«Casi el 90% de los medios de comunicación ucranianos sobreviven gracias a las subvenciones», afirma Oksana Romanyuk, directora del Instituto de Información de Masas. «Traduzco esto a lenguaje normal: El 90% de los medios de comunicación ucranianos estaban controlados por Occidente gracias a subvenciones. ¿Independencia de los medios y libertad de expresión, dices?». escribió Bondarenko”, afirma Strana para reflejar la realidad del universo de los medios independientes en Ucrania, que tras diez años de apoyo institucional continuo y constante desde el extranjero, no pueden resistir si la financiación desaparece. Esa ha sido desde Maidan la fuente de las voces ucranianas.

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