Mark Weisbrot, CEPR
Las reacciones en torno a la muerte de Fidel Castro Ruz han puesto de manifiesto las diferentes formas en que se percibe en todo el mundo al revolucionario cubano y por mucho tiempo jefe de Estado. La mayor parte del mundo ve con admiración a Castro y a Cuba como protagonistas de un hito heroico, al levantarse contra un imperio intimidatorio y de inmenso poder, en defensa de su soberanía nacional, y todavía haber vivido para contarlo. Sin hablar de las millones de personas que se han visto beneficiadas por la ayuda que prestan los médicos y el personal de salud cubanos, junto a otros actos de solidaridad internacional quizá inigualables en la historia moderna, sobre todo tratándose de una nación del nivel de ingresos y del tamaño de Cuba..
En las entrañas de la potencia intimidatoria, las cosas lucen de otro modo. No solo nos referimos a las declaraciones poco corteses por parte de Donald Trump acerca del fallecimiento de Castro, las cuales son fieles a su estilo y buscan complacer a la menguante pero todavía influyente base republicana de cubano-americanos de derecha en Florida. Citemos el subtítulo del New York Times (la traducción de la versión en inglés) en su obituario dedicado a Fidel:
“El Sr. Castro trajo la guerra fría al hemisferio occidental, atormentó a 11 presidentes estadounidenses y llevó brevemente al mundo al borde de una guerra nuclear”.Detengámonos por un momento en un simple elemento de este humor involuntario: ¿quién fue en realidad quien trajo la guerra fría a este hemisferio? Pocos años antes de la Revolución cubana, Washington derrocó al gobierno democráticamente electo de Guatemala, bajo el falso pretexto de que constituía una cabeza de playa para el comunismo soviético en el hemisferio. Ese acto marcó el comienzo de casi cuatro décadas de dictadura y de una violencia de Estado espantosa, la cual sería luego calificada como genocidio por la ONU. En 1999, el presidente Bill Clinton pidió disculpas por el papel de EE.UU. en dicho genocidio.