El paso fundamental, en esta perspectiva, sigue siendo el de las elecciones presidenciales estadounidenses. Si un demócrata vuelve a la Casa Blanca, es probable que la retirada del frente ucraniano sea más lenta y suave, y que vaya acompañada de una mayor presión sobre los europeos para que asuman la responsabilidad de apoyar a Kiev hasta las últimas consecuencias. Si, por el contrario, gana Trump, es más probable que ambas cosas sucedan de forma más rápida y brutal.
Enrico Tomaselli, Enrico Substack
Aunque se esperaba, e incluso en parte era anunciada, la apertura de un segundo frente ofensivo por parte de las fuerzas armadas rusas representará la transición a una fase adicional del conflicto, que probablemente podamos interpretar como concluyente.
Contrariamente a lo que afirma la propaganda occidental, Rusia nunca ha tenido ambiciones territoriales: es la nación más grande del mundo, y si acaso tiene un déficit de población en comparación con su territorio. Ni siquiera las tenía respecto a las regiones rusoparlantes de Ucrania, hasta el punto de que hasta la víspera del inicio de la Operación Militar Especial (OME) propuso un acuerdo que preveía un estatuto especial de autonomía para esas regiones, pero en el marco del Estado ucraniano. Y, además, al ser un país rico en recursos, ni siquiera tenía especial necesidad de apoderarse de los del Donbass (desde este punto de vista, la zona más rica de Ucrania). Quizá el único aspecto en el que las zonas rusoparlantes resultan atractivas es precisamente el de su aportación demográfica.
Obviamente, una vez iniciada la guerra, pagada con decenas y decenas de miles de bajas, incluso los territorios liberados se volvieron indispensables.
El objetivo estratégico siempre ha sido garantizar una situación de seguridad estable en el lado europeo, frente al expansionismo amenazador de la OTAN. Por lo tanto, incluso los objetivos proclamados con respecto a Ucrania (desmilitarización y desnazificación) tenían y deben enmarcarse en este contexto.