Nahia Sanzo,
Slavyangrad
El martes en Riad, según el editorial de ayer de
El País “hasta el país elegido para la reunión es una decisión pésima”, se vio la imagen del fracaso de la estrategia de tratar de imponerse a Rusia por la fuerza. En la ciudad saudí se reunieron el secretario de Estado Marco Rubio, el Asesor de Seguridad Nacional Mike Waltz y el enviado de Trump para Oriente Medio, Steve Witkoff por parte de Estados Unidos y el ministro de Asuntos Exteriores Sergey Lavrov y el asesor de política exterior Yury Ushakov en representación rusa. En la sombra quedó Kiril Dmitrev, director del Fondo Ruso de Inversiones Directas, cuya cercanía al grupo negociador indica las aspiraciones rusas a negociar acuerdos económicos o la certeza de que ese aspecto será utilizado, ya sea como palo o como zanahoria, por la parte estadounidense. Aunque Sergey Lavrov quiso rebajar notablemente las expectativas que, para bien o para mal, presagiaban el inicio del fin de la guerra, la reunión, extensa y aparentemente fructífera como forma de romper el hielo tras tres años sin contactos cara a cara entre la diplomacia de los dos países, las declaraciones de su homólogo estadounidense apuntaban a resultados concretos resaltando el acuerdo de normalización de las relaciones bilaterales, creación de equipos de negociación para lograr el final dialogado a la guerra de Ucrania, gestión diplomática de las cuestiones “irritantes” entre los dos países y “oportunidades económicas y de inversión históricas” en territorio ruso. La apertura del país a las empresas petroleras estadounidenses para permitir que el entorno de Donald Trump pueda
drill, baby, drill parece un hecho. Rusia es consciente de que el beneficio económico es la forma con la que puede ganarse el favor del presidente de Estados Unidos.
Horas antes, Volodymyr Zelensky, contrariado y preocupado por no haber sido invitado a la reunión a pesar de encontrarse en la región -el presidente ucraniano había viajado a los Emiratos Árabes Unidos y tenía previsto visitar Riad ayer, viaje que fue cancelado para no dar ninguna legitimidad o reconocimiento al encuentro-, había renegado de la cumbre y afirmado que Ucrania no participaría aunque recibiera una invitación. El pasado fin de semana, Kiev y Bruselas comprendieron lo comprometido de su posición ante la decisión de Washington de no pedir su opinión e iniciar
motu proprio la labor de dictar el momento de la negociación, sus términos y los actores que deben tener voz y, sobre todo, voto. Al contrario que Ucrania, que depende de sus aliados a la hora de continuar luchando, Rusia es dueña de su propio destino. Su independencia, aislamiento según la terminología europea, le ha garantizado disponer del material con el que luchar pero, sobre todo, capacidad de decisión. Ningún país, tampoco China como han soñado en ocasiones Annalena Baerbock o Antony Blinken, puede hacer que Rusia tenga que renunciar a la vía militar.