Nahia Sanzo,
Slavyangrad
Coherente en su incoherencia, la reunión en la que Donald Trump recibió al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, fue un ejemplo de su visión transaccional tanto de la guerra de Ucrania como de su intento de limpieza étnica de Gaza con la
emigración voluntaria de un millón y medio de personas cuyas vidas no cuentan en absoluto para el presidente de Estados Unidos. “Ya saben lo que pienso de la franja de Gaza, creo que es una pieza increíble de importantes bienes inmuebles”, afirmó Trump, que no esconde que el interés empresarial es para él la cuestión clave. No es la primera ocasión en la que un miembro del clan Trump se manifiesta en ese sentido. El propio presidente publicó hace unas semanas un vídeo creado por la inteligencia artificial en el que presentaba su
Riviera Francesa en el Mediterráneo oriental, donde la población árabe quedaba limitada al espectáculo y él podía tomarse una copa en la piscina del hotel Trump junto a Netanyahu. Antes, también su yerno Jared Kushner, pareja de Ivanka Trump, había mostrado su interés por adquirir propiedades en la primera línea de playa de Gaza.
“Si se traslada a los palestinos a diferentes países, y hay muchos países dispuestos a hacerlo, y se crea una zona de libertad, una zona libre”, afirmó Trump sin necesidad de aclarar que el significado de esa última expresión es
zona libre de población palestina. “No entiendo por qué Israel la cedió. Israel era su dueño. Se apropiaron de propiedades frente al mar”, insistió Trump en su flagrante revisionismo histórico en el que no hace falta esconder el deseo de hacer desaparecer lo que Israel ha dejado de sus viviendas y sus vidas a un millón y medio de personas. Gaza nació como
la franja que ahora conocemos tras la Nakba de 1948, cuando se concentró ahí una enorme población que había sido expulsada de sus localidades y de sus viviendas ante el avance sionista, cuya intención fue siempre lograr “la mayor cantidad posible de territorio, con la menor cantidad posible de árabes”. En 2005, por decisión de Ariel Sharon ante lo insostenible de los asentamientos ilegales en Gaza, Israel se retiró de la zona de ocupaba para pasar a sitiar el territorio, en el que desde entonces ha controlado la entrada y salida de personas, el suministro eléctrico, el acceso de la ayuda humanitaria e incluso la carga comercial, por lo que pese a haber abandonado los asentamientos, sigue siendo considerada la potencia ocupante de la misma manera que lo es en Cisjordania, donde mantiene sus localidades construidas infringiendo la legalidad internacional y, en ocasiones, incluso la israelí. La situación no es nueva sino que se ha perpetuado durante las últimas casi ocho décadas, en las que Estados Unidos ha sido el principal valedor de la ocupación e impunidad israelí.