Nada de lo que hace la administración estadounidense es independiente del régimen de Benjamín Netanyahu en "Tel Aviv"; es, de principio a fin, una administración del Partido Likud la que gobierna Estados Unidos
Robert Inlakesh, Al Mayadeen
Desde hace tiempo se debate si Estados Unidos controla a los israelíes o si, de hecho, es al revés. Bajo la actual administración Trump, ya no cabe duda de que los israelíes dictan la política estadounidense en Asia Occidental y, en muchos casos, incluso toman el control a nivel nacional.
Bajo gobiernos estadounidenses anteriores, hubo una clara tendencia a priorizar los intereses israelíes; esto es indiscutible. Sin embargo, se pudo demostrar que existían ligeras discrepancias entre las posturas israelí y estadounidense en ciertos temas. Es evidente que Estados Unidos posee mucho más poder e influencia que la entidad sionista, pero la pregunta que se plantea entonces es si la cola ha estado moviendo al perro.
Desde la presidencia de Lyndon B. Johnson, Washington ha respaldado incondicionalmente a los israelíes, otorgándoles más ayuda exterior que a cualquier otro aliado y, posteriormente, siguiéndolos en diversos conflictos en la región. Con el tiempo, cabe decir que el poder del "lobby israelí" ha crecido, lo que ha llevado a posturas sionistas aún más radicales en las sucesivas administraciones que han ocupado la Casa Blanca.
Sin embargo, a pesar del claro sesgo y la protección hacia los intereses israelíes, ha habido divergencias entre diversos líderes estadounidenses y sus homólogos en "Tel Aviv". Tomemos, por ejemplo, el gobierno de Obama, que en su momento prometió la mayor ayuda exterior al régimen sionista de su historia. En el contexto del Acuerdo Nuclear con Irán, o Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), demostró ser capaz de desafiar al AIPAC y las exigencias del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.



















