Israel ya no es capaz de ejercer suficiente disuasión ni de llevar a cabo —rápida y brutalmente— una guerra decisiva, y en cambio se encuentra atrapado en una guerra de desgaste cada vez más difícil de sostener
Enrico Tomaselli, Sinistra in Rete
En cualquier conflicto, las palabras se usan para oscurecer la realidad, si no para mistificarla. Y, por supuesto, el último estallido cinético de la larga guerra de liberación en Palestina no es la excepción. Cuando Netanyahu y su banda de fanáticos mesiánicos hablan del Gran Israel y de la "reconfiguración de Oriente Medio", están encubriendo con un lenguaje triunfalista y ambicioso lo que, en realidad, es un plan estratégico nacido de profundas preocupaciones.
Desde su fundación, Israel siempre ha tenido el imperativo de mantener una clara superioridad militar sobre sus vecinos. Este objetivo se reafirmó con la Guerra de los Seis Días (1967) y la Guerra del Yom Kipur (1973). Este marco estratégico se estabilizó con los Acuerdos de Camp David (1978), sentando las bases para la seguridad duradera de las fronteras israelíes y dejando la lucha contra la resistencia palestina como única preocupación.
Pero tan solo unos meses después, se produjo un acontecimiento destinado a trastocar el equilibrio geopolítico de la región: la Revolución Islámica en Irán. Esta revolución, entre otras cosas, al derrocar al shah Mohammed Reza Pahlavi, privó a Estados Unidos e Israel de un importante aliado. Desde entonces, la política israelí se ha caracterizado siempre por la necesidad de contener el crecimiento de países y fuerzas hostiles, ya sea mediante la acción militar directa, la desestabilización o dirigiendo la política estadounidense en esa dirección. Las revelaciones del general Wesley Clark, excomandante supremo aliado de la OTAN, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, sobre el plan del Pentágono de atacar siete países en un período de cinco años (Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán e Irán), se enmarcan precisamente en este último marco: convencer a las administraciones estadounidenses de que los intereses israelíes son, de hecho, también intereses estadounidenses.