martes, 16 de diciembre de 2025

El mundo más allá de Ucrania

Las negociaciones sobre Ucrania revelan el ocaso de la OTAN y el desinterés estadounidense por Europa

Enrique Román, Al Mayadeen

Nada concreto han aportado las conversaciones de Rusia y Estados Unidos para poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania. Steve Witkoff y Jared Kushner, enviados personales de Donald Trump ante el Kremlin, no han revelado mucho de las conversaciones con Vladimir Putin.

Una guerra existencial para ambos contendientes no se resuelve en una conversación entre Rusia y Estados Unidos o Ucrania y ambos. Las posiciones son bien distantes, la confianza sigue sin aparecer. Y pese a lo que diga la prensa occidental, Rusia está ganando la guerra.

Las versiones de que los 28 puntos eran una simple traducción de un plan ruso no se sostuvieron desde el primer examen. Ucrania, en los primeros meses de la guerra, tenía 250 mil soldados, y en el documento se habla de que la Ucrania que sucederá a la actual tendría 600 mil. Parecería una broma de mal gusto que le quita todo peso a aquella simplona teoría. Estaban cruzando la línea roja de Moscú.

Lo que se conoce es que el viaje a Rusia fue precedido en noviembre por reuniones de los negociadores estadounidenses, en Florida, con sus equivalentes rusos y, días después, con los ucranianos. De inmediato, Witkoff voló a Moscú para explicar a Vladimir Putin los resultados de las conversaciones con Ucrania. Zelenski habría aceptado algunos reclamos territoriales rusos, mientras Rusia habría cedido en otros puntos. Zelenski viajó luego a París para mantener informados a sus aliados europeos. Pero no había fundamentos para el optimismo.

En el frente de batalla, ya no se discute que esta población o la otra cayó en manos de los rusos. Es que caen una detrás de otra.

En algún momento, pareció que nos alejábamos del ambiente de crisis de agosto pasado. El 15 de agosto de 2025, Trump había recibido a Putin en Anchorage, Alaska. Iba a la conversación con un criterio y salió con otro. Tres días después, el 18 de agosto, intentó explicar su cambio de postura a sus indignados aliados de la OTAN y a Zelenski en una reunión celebrada en la Casa Blanca. Donde presionaron por protecciones similares al Artículo 5 de la OTAN.

Podríamos estar asistiendo al fin de la OTAN. Podríamos estar viendo incluso cómo empieza el fin de la Unión Europea. Es obvio que Estados Unidos no tiene interés en seguir siendo el jefe, y también el financista y la muralla de contención colectiva.

Era previsible que el aislacionismo estadounidense provocaría un realineamiento de las estructuras europeas creadas durante la existencia de la Unión Soviética, cuando todos tenían un enemigo común.

Desde la primera presidencia de Donald Trump, era visible su incomodidad con la OTAN, que casi por ósmosis se extendía al resto de Europa. Me refiero a la Europa que importa, la de siempre: Francia, Alemania, Gran Bretaña y algún otro. Para los países del Báltico y para Polonia o Rumania, el problema es otro y cada uno con su propia histórica, aunque la retórica sea más agresiva. Pero han vivido juntos durante mucho tiempo.

La OTAN a prueba

La OTAN, en teoría, ya no debía existir. Fue creada el 4 de abril de 1949 como una forma de velar por la paz americana en el territorio europeo occidental. Su existencia no fue ---error que he visto y leído en estos días--- la respuesta al Pacto de Varsovia, que se vino a crear como alianza entre los países socialistas meses después, el 14 de mayo de 1955.

Al desaparecer la Unión de República Socialista Soviética (URSS) y el Pacto de Varsovia, que ya tenía muchas deserciones, la OTAN fue perdiendo el sentido, y se impusieron reflexiones crecientes sobre su razón de ser. Todavía en el 2001, tras los hechos del 11 de septiembre en Nueva York, Estados Unidos pudo invocar el famoso artículo 5 del Tratado fundacional de la organización, mediante el cual, en un acuerdo de tono mosqueteril, cualquier agresión a un país miembro se reconocería como un ataque a toda la organización.

Así, después de casi sesenta años esperando por una acción en Europa, la OTAN estiró la comprensión del artículo 5 y participó en la guerra del lejano Afganistán.

Además, durante estos años en que la OTAN ha velado por la seguridad externa de Europa --- aunque haya sido amenazada solo por actividades terroristas que persiguen los órganos policiales locales e Interpol---, la organización atlantista no ha dejado de engullir suculentos presupuestos, en especial los proporcionados por Estados Unidos.

Aclaremos que en el funcionamiento ordinario de la organización, Estados Unidos solo aporta el 16 por ciento del gasto.

Pero en cuanto a los presupuestos destinados a la defensa de cada país, la comparación es abismal. El gasto militar del país norteño apunta ya al primer millón de millones de dólares, es decir, casi el 70 por ciento del total que dedican los atlantistas a la defensa europea.

Todo lo cual tiene una doble lectura. No solo no existe la Unión Soviética, ni el trumpismo está interesado en comprometerse en otra contienda enlazado con los europeos, sino que ---y he aquí lo interesante--- a Estados Unidos le importa cada vez menos la vieja Europa.

No sé qué motivaciones personales tendrá Trump ante este complejo dilema, pues se sabe que el presidente estadounidense mezcla objetivos estratégicos con preferencias personales. Lo más reverente que le he visto hacia la cultura europea ha sido la admiración por el desfile militar en los Campos Elíseos, el Arco de Triunfo de L'Étoile y las llanuras de Escocia, donde tiene su campo de golf.

Pero no creo que sea solo Trump quien mira a Europa con despecho, pese a que durante ochenta años, salvo excepciones, ha sido obediente a la orden de Washington.

¿Quiénes serán los voluntarios?

Han hablado de enviar un contingente a luchar en Ucrania, o al menos a garantizarle las espaldas a las tropas de Zelenski.

Es una provocacion aventurera y peligrosa, e inaceptable para Rusia.

Pero además, difícil de cumplir: Francia redujo drásticamente sus grupos de combate terrestres entre 1990 y 2020 en un 85 por ciento, pasando de 16 divisiones a solo dos. Este proceso de contracción continuó con la retirada de bases militares en el extranjero. El ejército británico tenía previsto reducirse de 82 mil a 73 mil soldados para 2025, la cifra más baja desde la era napoleónica. La industria de la guerra europea se desmovilizó, tanto en la producción como en el desarrollo de armamentos, y para ponerse al día le tomará, según han declarado algunos militares, diez años.

No parece que el tiempo alcance para restituir su apoyo militar a Ucrania, ni para rearmarse suficientemente, sin tener en cuenta que la guerra tecnológica de hoy no se parece a ninguna otra guerra, y la industria militar funciona de forma diferente.

No es el único y quizás ni siquiera el mayor de los problemas. Macron ha iniciado el reclutamiento voluntario para recuperar sus fuerzas. Otros tendrán que hacerlo. No sé si, a pesar de la demonización sistemática de Rusia y de Putin con un fuerte apoyo de la prensa de todo tipo, encontrarán respuesta entusiasta en jóvenes para quienes la guerra ruso-ucraniana puede ser puro salvajismo ruso ---es lo que se les dice---, pero Ucrania está demasiado lejos.

Tampoco se ve entusiasmo por ir al frente de guerra en los pueblos de los otros países grandes, en llamados hechos por políticos en crisis.

Los próximos días nos dirán cuál es la verdad. Las posiciones son totalmente contrarias y van mucho más allá que esta larga y cruenta guerra. En mi criterio, a fuer de pitoniso, esa guerra no se podrá negociar definitivamente en otro lugar que no sea el campo de batalla, como estamos viendo ahora. Las nuevas fronteras parecerán en la práctica líneas de demarcación, y cuando acabe el periodo presidencial y no continúe el trumpismo, volveremos a comenzar.

¿A comenzar qué, y hacia dónde? Quién sabe. Pero seguro no será el restablecimiento del statu quo anterior a Trump.


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