sábado, 12 de abril de 2025

El mejor amigo

Nahia Sanzo, Slavyangrad

Coherente en su incoherencia, la reunión en la que Donald Trump recibió al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, fue un ejemplo de su visión transaccional tanto de la guerra de Ucrania como de su intento de limpieza étnica de Gaza con la emigración voluntaria de un millón y medio de personas cuyas vidas no cuentan en absoluto para el presidente de Estados Unidos. “Ya saben lo que pienso de la franja de Gaza, creo que es una pieza increíble de importantes bienes inmuebles”, afirmó Trump, que no esconde que el interés empresarial es para él la cuestión clave. No es la primera ocasión en la que un miembro del clan Trump se manifiesta en ese sentido. El propio presidente publicó hace unas semanas un vídeo creado por la inteligencia artificial en el que presentaba su Riviera Francesa en el Mediterráneo oriental, donde la población árabe quedaba limitada al espectáculo y él podía tomarse una copa en la piscina del hotel Trump junto a Netanyahu. Antes, también su yerno Jared Kushner, pareja de Ivanka Trump, había mostrado su interés por adquirir propiedades en la primera línea de playa de Gaza.

“Si se traslada a los palestinos a diferentes países, y hay muchos países dispuestos a hacerlo, y se crea una zona de libertad, una zona libre”, afirmó Trump sin necesidad de aclarar que el significado de esa última expresión es zona libre de población palestina. “No entiendo por qué Israel la cedió. Israel era su dueño. Se apropiaron de propiedades frente al mar”, insistió Trump en su flagrante revisionismo histórico en el que no hace falta esconder el deseo de hacer desaparecer lo que Israel ha dejado de sus viviendas y sus vidas a un millón y medio de personas. Gaza nació como la franja que ahora conocemos tras la Nakba de 1948, cuando se concentró ahí una enorme población que había sido expulsada de sus localidades y de sus viviendas ante el avance sionista, cuya intención fue siempre lograr “la mayor cantidad posible de territorio, con la menor cantidad posible de árabes”. En 2005, por decisión de Ariel Sharon ante lo insostenible de los asentamientos ilegales en Gaza, Israel se retiró de la zona de ocupaba para pasar a sitiar el territorio, en el que desde entonces ha controlado la entrada y salida de personas, el suministro eléctrico, el acceso de la ayuda humanitaria e incluso la carga comercial, por lo que pese a haber abandonado los asentamientos, sigue siendo considerada la potencia ocupante de la misma manera que lo es en Cisjordania, donde mantiene sus localidades construidas infringiendo la legalidad internacional y, en ocasiones, incluso la israelí. La situación no es nueva sino que se ha perpetuado durante las últimas casi ocho décadas, en las que Estados Unidos ha sido el principal valedor de la ocupación e impunidad israelí.

“El presidente de los Estados Unidos es el mejor amigo que Israel ha tenido nunca en la Casa Blanca”, se jactó ayer Marco Rubio, aparentemente orgulloso de que su líder se hubiera reunido con el jefe de Gobierno de un país que ha masacrado a más de 50.000 personas, que desde hace semanas impide el acceso de ayuda humanitaria, que ha destrozado concienzudamente toda la infraestructura de la región, especialmente los hospitales, y que ha ejecutado desde el aire de forma sistemática a periodistas y personal humanitario. No es de extrañar así que Netanyahu no cupiera en su gozo al escuchar exactamente lo que deseaba oír del país que le aporta financiación estable para continuar imponiendo su ley sobre todo el territorio -frente a la solución de los dos Estados, Tel Aviv impone por la fuerza la realidad de un único Estado, Israel- e incondicional apoyo diplomático. En la reunión, que contrastó claramente con el famoso encuentro con Volodymyr Zelensky, únicamente hubo un momento tenso, aquel en el que Trump felicitó a Netanyahu por la enorme financiación que Israel obtiene anualmente de Estados Unidos. Aun así, también en ese momento se mostró la diferencia entre el aliado privilegiado de Washington, a quien se permite asesinar indefinidamente y al que se premia con visitas constantes a la Casa Blanca, y el proxy heredado de la administración anterior y que geopolíticamente ya no aporta nada de especial interés.

La cuestión ucraniana hizo acto de presencia en dos momentos importantes. Por una parte, Netanyahu la utilizó para marcar diferencias y para ahondar en su cínica presentación de los hechos. “En los escenarios de batalla, ya sea en Ucrania, Siria o cualquier otro lugar, la gente podía irse. Gaza fue el único lugar donde los encerraron. Nosotros no los encerramos”, afirmó en referencia a la población palestina de Gaza que trata de expulsar a Egipto a toda costa. La población ucraniana ha podido huir de la guerra hacia la Unión Europea y hacia Rusia entre otras cosas porque nadie ha construido un muro para impedir sus movimientos. Atrapada en la franja por el muro israelí, construido para impedir que la población desplazada durante las décadas de ocupación pudiera aspirar a regresar a sus lugares de origen, no es esa la dirección en la que Netanyahu desearía que se produjera el éxodo sino hacia Egipto. La negativa egipcia a abrir de par en par ese paso fronterizo, que en tiempos de paz es parte del bloqueo israelí, responde en gran parte a la certeza de que la población que abandonara el territorio en las actuales condiciones jamás encontraría permiso de Israel -o de Estados Unidos- para retornar. El problema de la población palestina de Gaza no es que no se esté permitiendo que huya de la guerra, sino que la guerra intenta vaciar el territorio, una ambición a la que Zelensky no es ajeno, pero para la que no dispone de los medios.

El segundo momento en el que la reunión trató el tema de la guerra de Ucrania fue cuando Donald Trump se refirió a la situación actual, cayendo, como ya es habitual, en enormes contradicciones. Por una parte, el presidente de Estados Unidos se mostró enfadado por el aumento de los bombardeos en los últimos días. “No estoy contento con lo que está pasando”, afirmó Trump, que criticó que Rusia esté “bombardeando como loca”. “Nos estamos reuniendo con Rusia, nos estamos reuniendo con Ucrania, y nos estamos acercando más o menos, pero no estoy contento con todos los bombardeos de la última semana más o menos”, insistió Trump. Pese a la evidencia de que la guerra continúa su curso y no hay ni una distensión militar ni diplomática o política entre las partes, el presidente de Estados Unidos insiste en ver progresos y en que las partes están “más o menos cerca” de un acuerdo. Se acerca el 20 de abril, en el que el trumpismo aspiraba a que se produjera el alto el fuego definitivo y la Casa Blanca no ha logrado siquiera que se cumpla el compromiso mutuo de no atacar infraestructuras energéticas.

Las esperanzas de Estados Unidos están puestas en la caída del precio del petróleo, que puede encarecer notablemente para Rusia continuar la guerra, y en la continuación del proceso diplomático. Como anunció ayer Turquía, las delegaciones de los ministerios de Asuntos Exteriores se reunirán esta semana en Estambul para continuar con el trabajo iniciado hace semanas en Arabia Saudí. Para Ucrania, por su parte, reforzar su posición pasa por explotar la coyuntura para mostrarse como el aliado más fiel, víctima de las mismas injusticias que denuncia su patrón estadounidense. En lo que la Casa Blanca calificó de día de la liberación, Donald Trump anunció el aumento de aranceles a los productos de su principal rival, China, que ha respondido de forma recíproca, provocando la ira del presidente de Estados Unidos, que anunció que aumentaría otro 50% el gravamen si Beijing no renuncia a las medidas tomadas esta semana. Ese arancel del 104% entra en vigor hoy. Coincidiendo con esta notable escalada del enfrentamiento político y económico entre las dos principales economías mundiales, Ucrania ha decidido unirse a los reproches contra China.

Casualmente, ha sido esta semana cuando Kiev ha anunciado la captura de dos ciudadanos que afirma que son chinos -terminada la fase de Kursk, ya no es necesario presentarlos como norcoreanos- que luchaban junto al ejército ruso. “Nuestro ejército ha capturado a dos ciudadanos chinos que luchaban como parte del ejército ruso. Esto ocurrió en territorio ucraniano, en la región de Donetsk. Se encontraron en su poder documentos de identidad, tarjetas bancarias y datos personales. Disponemos de información que sugiere que hay muchos más ciudadanos chinos en las unidades del ocupante además de estos dos. En estos momentos estamos verificando todos los hechos: la inteligencia, el Servicio de Seguridad de Ucrania y las unidades pertinentes de las Fuerzas Armadas están trabajando en ello”, escribió Zelensky. Pese a tratarse de algo equivalente a los momentos en los que Rusia ha capturado ciudadanos de Colombia o Reino Unido luchando junto al ejército ucraniano, Ucrania no ha dudado en utilizarlo para su propaganda y, sobre todo, para unirse a la batalla estadounidense contra China. “He dado instrucciones al Ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania para que se ponga inmediatamente en contacto con Pekín y aclare cómo piensa responder China a esto”, añadió el presidente ucraniano, que insistió en que “la implicación de China, junto con otros países, directa o indirectamente, en esta guerra en Europa es una clara señal de que Putin pretende hacer cualquier cosa menos poner fin a la guerra. Está buscando formas de seguir luchando. Esto requiere definitivamente una respuesta. Una respuesta de Estados Unidos, de Europa y de todos aquellos en el mundo que quieren la paz”.

“Hemos convocado al encargado de negocios de China en Ucrania al Ministerio de Asuntos Exteriores para condenar este hecho y exigir una explicación”, añadió el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania. Con este tipo de actos a raíz de la detención de dos personas, Kiev pone de manifiesto su intento de presentar la guerra como una cruzada mundial de Rusia y sus aliados, generalmente la República Popular de Corea e Irán, a los que en este preciso momento de enfrentamiento Washington-Beijing incluye a China, para presentarse como un escenario clave en la nueva guerra fría global. Exagerar la participación en la guerra de la República Popular China, que siempre se ha mantenido al margen, supone el peligro de ofender a la segunda potencia mundial e importante socio comercial, un riesgo que Kiev está dispuesta a correr ante la remota posibilidad de que Estados Unidos escuche sus plegarias y comprenda la importancia de seguir apoyando militarmente a Ucrania en una guerra que trata de presentar como global. Kiev desea lo que Israel ya tiene: la bendición estadounidense para luchar por el territorio sin importar los derechos de la población y, sobre todo, ser un aliado al que se ofrezca protección económica, política y diplomática incondicional durante décadas. Ucrania también quiere que Donald Trump sea el mejor amigo que puede tener en la Casa Blanca.

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