jueves, 7 de agosto de 2025

Propuestas y sanciones


Nahia Sanzo, Slavyangrad

A finales de junio, cuando comenzaba a hacerse evidente que la postura de Donald Trump hacia Rusia había cambiado completamente, Samuel Charap, de RAND Corporation, comentaba en The Trialogue -un podcast dedicado a las relaciones entre Estados Unidos, China y Rusia- la postura rusa hacia Washington y los países europeos. Charap, uno de los dos expertos que ha tenido acceso a los documentos de trabajo de las negociaciones Rusia-Ucrania de 2022 y cuya teoría es que lo trabajado entonces sigue siendo una base sobre la que construir una resolución a la guerra en el momento en el que se decida que el conflicto debe terminar, calificaba de “esquizofrénica” la postura rusa con respecto a los países europeos y Estados Unidos. En su valoración del cambio que se percibe en el liderazgo ruso, Charap mencionaba especialmente el calificativo que el Kremlin había dado en el pasado a los países europeos como simples proxis de Estados Unidos, origen de las políticas impuestas y, por lo tanto, culpable de sus consecuencias. Esta postura fue clara durante la administración Biden, cuando las capitales a ambos lados del Atlántico caminaban con pasos coordinados, pero bajo el claro liderazgo de Washington. Como destacaba Charap, el ascenso de Trump, con su retórica de buscar la paz y una estrategia muy diferente a la de Biden, provocó rápidamente un cambio en el discurso ruso, que pasó a destacar el beligerante papel, no de Estados Unidos, sino de los países europeos.

Pese a la valoración del experto, durante meses, el cambio de postura de la Federación Rusa se ha correspondido con la actitud de los países en cuestión. Mientras los comunicados del formato Weimar+, en el que junto a un selecto grupo de países europeos participa Kaja Kallas en representación de la Unión Europea, exigían sistemáticamente el restablecimiento de la integridad territorial de Ucrania como prerrequisito para la resolución del conflicto, el trumpismo abría vías de comunicación con el Kremlin, hasta entonces cerradas. La escasa comunicación que ha existido entre los líderes de Rusia y los países europeos -dos llamadas telefónicas con Olaf Scholz, otra con Emmanuel Macron, ambas para exigir medidas, no para negociar, y las visitas de Robert Fico y Viktor Orbán- han sido duramente criticadas por otros líderes y por la prensa continental. De ahí que la reunión cara a cara entre Sergey Lavrov y Marco Rubio, sancionado tanto por Rusia como por China por su pasado como halcón en política exterior, fuera un punto de inflexión importante en la forma en la que se ha llevado a cabo la labor diplomática vinculada a la guerra de Ucrania. Ese es también el principal motivo para la esquizofrenia de Moscú, que en este tiempo ha podido exagerar lo constructivo de la postura estadounidense, pero que no ha necesitado más que repetir las palabras de las autoridades europeas para mostrar la beligerancia de Londres, París, Berlín, Roma o Bruselas.

La situación ha cambiado notablemente a lo largo de las últimas semanas, ya que la aparente victoria de Keith Kellogg y Marco Rubio sobre Steve Witkoff en la carrera por convertirse en la principal fuente de información sobre el conflicto rusoucraniano ha hecho que Donald Trump haya pasado de culpar de la ausencia de avances en la negociación a Volodymyr Zelensky a adjudicar toda la culpa a Vladimir Putin. Desde la lógica del plan Kellogg-Fleitz, del palo y la zanahoria, alicientes y amenazas, el presidente de Estados Unidos ha puesto su mirada en Rusia, a la que a principios de julio planteó un ultimátum de 50 días. Aunque el plan del actual enviado de Trump para Ucrania preveía las amenazas fundamentalmente en términos de suministro de armas -fuerte aumento en caso de que Rusia rechazara negociar-, la propuesta se ha adaptado para incluir también sanciones directas a Rusia y secundarias a los países que continúan adquiriendo petróleo ruso. Al igual que en el aspecto puramente militar, la propuesta de sanciones de Estados Unidos está planteada en términos de beneficio propio, ya que el sector energético ruso es rival del norteamericano. En otras palabras, el aumento de suministro de armas y la imposición de sanciones al petróleo ruso supone para Estados Unidos unos ingresos añadidos garantizados por las ventas que realizará a los países de la OTAN para que el material sea enviado a Ucrania, y aspira a que el intento de veto del petróleo ruso suponga un ascenso de las ventas internacionales del crudo estadounidense. La guerra, sus amenazas y el lucro de quienes la ven en la distancia nunca están lejos.

Con su amenaza de imposición de sanciones y la reanudación y previsible aumento del suministro militar a Ucrania a través de los aliados de la OTAN, Trump se unió, de facto al ultimátum que los países europeos dieron a Rusia el 10 de mayo de 2025 en Kiev. En aquel momento, los líderes del Reino Unido, Francia, Alemania y Polonia dieron a Rusia dos días para aceptar el alto el fuego que Trump había obligado a Zelensky a apoyar en marzo y que la Unión Europea había adoptado, a regañadientes, como base para buscar una solución a la guerra. En el tiempo transcurrido entre la primera propuesta de alto el fuego impuesta a Rusia hasta el primer ultimátum, los países europeos habían conseguido reescribir la propuesta estadounidense, que buscaba una resolución definitiva, para pasar a la idea del alto el fuego como requisito previo a una negociación. El ultimátum europeo de mayo cayó en saco roto. Impasible, Rusia esperó a que el ultimátum fracasara ante la incapacidad de los países europeos de aplicar represalias, ya que precisaba de la participación estadounidense para poder ser considerado creíble.

La situación actual es la soñada por Starmer, Macron, Merz y Tusk el pasado mayo, con Estados Unidos al frente de un ultimátum que expira, si Rusia no consigue contraatacar con algún tipo de propuesta que anime a Trump a retrasar la fecha límite para alcanzar un avance en la negociación. Es posible que conseguir un aplazamiento a base de propuestas fuera el objetivo de la reunión de ayer en la que Vladimir Putin y Steve Witkoff dialogaron durante más de tres horas. Según Bloomberg, la propuesta rusa sería una tregua aérea, exactamente lo que Kiev buscaba en marzo cuando Donald Turmp le obligó a aceptar la idea de un alto el fuego impuesto a Rusia. A la salida de la reunión, los portavoces rusos, queriendo respetar los tiempos y escudándose en que Donald Trump aún no había sido informado por su emisario sobre el resultado de la reunión, únicamente señalaron lo constructivo del encuentro y confirmaron que se habían tratado tanto temas relacionados con la guerra de Ucrania como las posibilidades de cooperación económica entre los dos países. Mientras amenaza a China y a India con aranceles secundarios por comerciar con Rusia, el enviado de Trump conversó en el Kremlin sobre las oportunidades que pueden existir para Estados Unidos. Pese a que aún no han trascendido detalles, es previsible que Witkoff trasladara a Putin algún indicio sobre las medidas que puede esperar en caso de no cumplir, como parece evidente que ocurrirá, con la exigencia de Trump de ofrecer un resultado tangible hacia la paz antes del 8 de agosto. En el primer mensaje publicado al respecto en su red social personal, el presidente de Estados Unidos se congratulaba de la buena reunión, de la unanimidad en la convicción de que la guerra debe terminar y calificaba el encuentro como “altamente productivo”. Aunque sin dar detalles ni aportar ninguna evidencia al respecto, Trump afirmó que se habían producido “¡grandes progresos!”. Sin embargo, al menos de momento, el ultimátum persiste y han comenzado los pasos para aplicar las amenazas que se habían planteado. Según The New York Times, Donald Trump anunció a los aliados europeos que pretende reunirse tan pronto como la próxima semana con Vladimir Putin y Volodymyr Zelensky. Por el momento, Rusia no ha confirmado estar dispuesta a reunirse con Volodymyr Zelensky de forma tan apresurada, por lo que sigue por confirmar si existe tal compromiso o si es fruto de la mente de Donald Trump. En cualquier caso, la reunión de ayer en Moscú ha sido suficiente para que el trumpismo vuelva a insistir en que está cerca de lograr un acuerdo. Increíblemente, ya que las exigencias rusas son perfectamente conocidas desde hace años, ayer por la noche Marco Rubio afirmaba ante los medios que, por primera vez, Estados Unidos sabe qué es lo que Rusia espera conseguir.

Poco antes de la publicación del optimista mensaje de Trump, Estados Unidos anunciaba las primeras sanciones, concretamente al país que está obteniendo el petróleo ruso con un mayor descuento. India, cuyas importaciones de crudo ruso han aumentado exponencialmente desde que se cerrara para Moscú el mercado europeo tras la invasión de Ucrania, ha sido el chivo expiatorio elegido por la Casa Blanca para aplicar un arancel del 25% añadido a los ya existentes en cualquier producto que pretenda vender en Estados Unidos. Es de esperar que estén al llegar las sanciones de la Unión Europea contra India.

“Me encanta el hecho de que el arancel adicional del 25% de EEUU sobre India no se aplique si India compra petróleo ruso, lo refina y vende, por ejemplo, gasolina o diésel, en el mercado estadounidense. (Las importaciones estadounidenses de energía están exentas de los aranceles que Trump ha impuesto hasta ahora, y ese es el caso aquí)”, escribió Javier Blas, experto de Bloomberg. Estados Unidos quiere castigar a India por sus adquisiciones energéticas en el mercado ruso o por exportar el crudo ruso, penalizando indirectamente también a aquellos clientes que están obteniendo energía más barata por esta vía, pero no a sí mismo. Curiosamente, Washington no impone sanciones aún contra el verdadero rival en Asia, China, con quien negocia un acuerdo comercial, sino a un país del que es mucho más cercano.

Pese a ser miembro original de los BRICS, bloque al que Trump adjudica una postura antiestadoundiense inexistente -el bloque no es tan fuerte por el momento-, India posiblemente sea el eslabón más débil del grupo y es, sin duda, el más cercano a Washington. Sin embargo, su economía, aunque en alza, carece de la fortaleza y la capacidad de exportación de productos clave para la economía actual -tecnología o tierras raras entre ellos- que sí tiene China. De esta forma, Donald Trump castiga a uno de sus aliados regionales, probando contra la India el efecto de las sanciones secundarias contra Rusia. Lo hace alegando que, obteniendo el petróleo ruso con importantes descuentos y reexportándolo con importantes beneficios -en realidad reflejo del sistema capitalista y la posibilidad de lucro ante las dificultades comerciales de un país con el que las relaciones económicas se remontan a décadas atrás-, India está “alimentando la maquinaria bélica rusa”. El razonamiento parece escaso teniendo en cuenta, no solo las decenas de miles de millones con los que los países occidentales han alimentado y alimentan la maquinaria bélica, sino el hecho de que los países occidentales tampoco han renunciado completamente a adquirir productos rusos, ya sea de forma directa o indirecta a través de países como Turquía o India. Esa ha sido también la primera respuesta de India, que la semana pasada había anunciado que no había dado ninguna orden a las empresas nacionales de modificar su relación con la Federación Rusa. Insistiendo en que las adquisiciones de petróleo ruso responden a la necesidad de cubrir las necesidades energéticas del país y están “basadas en los factores del mercado”, el Ministerio de Asuntos Exteriores indio reiteraba que “estas acciones son injustas, injustificadas e inadmisibles” e insistía en que tomará “todas las medidas necesarias para proteger los intereses nacionales”.

Como ocurriera cuando la ira comercial de Donald Trump se dirigía a China y no a India, cuando Ucrania comenzó a acusar a Beijing de colaborar con Rusia en la producción militar y alegó la presencia de soldados chinos en las filas del ejército ruso, Kiev no ha querido dejar pasar la oportunidad de subirse al carro de las acusaciones contra Nueva Delhi en este momento tan apetecible. Olvidando los meses en los que Zelensky luchó por conseguir que Narendra Modi visitara Ucrania, un viaje en el que el líder ucraniano fracasó en su intento de convencer al líder indio de cambiar su postura de necesidad absoluta de negociar la paz, Ucrania se ha sumado a las acusaciones. Casualmente en la semana en la que ha quedado claro que Trump iba a castigar primero al país más débil para, quizá, hacer lo propio con China en un futuro, Andriy Ermak, mano derecha de Zelensky, escribía el fin de semana en las redes sociales que “Lamentablemente, estamos detectando componentes fabricados en la India en drones de ataque rusos, incluidos los modelos Shahed/Geran. Se debe negar a Rusia el acceso a piezas fabricadas en el extranjero que hacen posible esas armas y el asesinato de ucranianos”. Cualquier momento es bueno para exigir sanciones para países que rechazan enviar armamento a Ucrania y para ayudar a Washington, el principal proveedor de esta guerra, y para recordar que Ucrania ha de estar siempre en el centro del argumento. También en las guerras comerciales de Estados Unidos.



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