Alain de Benoist sostiene que la presidencia de Donald Trump representa un punto de inflexión histórico que marca el fin del orden mundial liberal y la «desconexión» de Europa con respecto a Estados Unidos
Alain de Benoist, Arktos Journal
No hay que dejarse impresionar por los caprichos de Donald Trump. Detrás de los cambios de opinión, las afirmaciones contradictorias y los giros de rumbo que le caracterizan, hay una visión subyacente: solo importa Estados Unidos, el resto no cuenta para nada. En este punto, Trump piensa como sus predecesores, pero con dos diferencias importantes.
La primera es que ya no ve la utilidad de justificarse recurriendo a la propaganda misionera habitual en favor de ideales sublimes («democracia y libertad»). Dice sin rodeos que es a tomar o dejar.
La segunda es que ha comprendido claramente que las aventuras militares le cuestan a Estados Unidos mucho más de lo que le reportan. Por eso quiere que todo pase por el comercio.
Un cambio histórico
Trump no es ni aislacionista ni pacifista: sabe muy bien que el «comercio pacífico» no excluye las agresiones comerciales, el chantaje o las conquistas comerciales. Trump no está interesado fundamentalmente ni en la política, ni en la geopolítica, ni en las ideas, ni en la diplomacia, ni en las relaciones internacionales. Solo le interesan las relaciones de poder y los negocios. Como buen negociador, no tiene en principio amigos ni enemigos, sino socios comerciales. Según él, todo se puede comprar o vender, incluso Gaza o Groenlandia. Además, es un capitalista neomercantilista: en cualquier acuerdo comercial debe haber un ganador y un perdedor (siempre es un juego de suma cero).