miércoles, 22 de enero de 2025

Una nueva era: el legado de Biden y las intenciones de Trump


Nahia Sanzo, Slavyangrad

La nueva era comenzó este lunes con la toma de posesión de Donald Trump, que inauguró su segundo mandato con un discurso previsiblemente nacionalista, con toques mesiánicos y centrado en la agenda doméstica, en el que prometió que “la edad dorada de América [Estados Unidos] comienza ahora”. Como se había anunciado previamente, los primeros decretos presidenciales se centraron en el aspecto que el nuevo presidente, su entorno más cercano y sus votantes más fieles consideran principal, expulsar al máximo número posible de migrantes. Es ahí donde va a centrarse la agenda política dura de la segunda presidencia de Trump, que en política exterior tendrá un eje claro a nivel continental, una especie de nueva doctrina Monroe mezclada con grandes dosis de una actualización del destino manifiesto. A esa importancia que la nueva presidencia va a dar al poder estadounidense en América -a ello está dirigido el nombramiento de Marco Rubio, un halcón que luchará activamente contra los gobiernos progresistas del continente- hay que añadir que será Trump quien determine ahora el papel estadounidense en los grandes conflictos mundiales. Además del enfrentamiento, fundamentalmente económico, aunque con componentes militares, contra China, la política de la Casa Blanca será clave tanto en Oriente Medio como en Ucrania.

Horas antes de la investidura, Vladimir Putin felicitó públicamente a Donald Trump por su retorno al poder y valoró positivamente la voluntad estadounidense de reiniciar los contactos diplomáticos. Aunque la retórica rusa se ha moderado y es previsible menor hostilidad por parte del Kremlin o de los medios rusos para dar una oportunidad a la diplomacia, el presidente ruso insistió en su mensaje en que lograr la paz a largo plazo, más allá de una tregua temporal o un cierre en falso del conflicto, implica “resolver las causas originales del conflicto”. No es difícil entender de esas palabras que Vladimir Putin se refiere a la arquitectura de seguridad europea y más concretamente a la expansión de la OTAN hacia la frontera rusa, algo que, quizá de forma ingenua, Rusia confía en poder detener por medio de un acuerdo con Estados Unidos, más sencillo con Donald Trump que con Joe Biden. Frente a una visión de la Alianza como herramienta de expansión de los valores occidentales y la democracia liberal, el trumpismo entiende la OTAN como una garantía de que no habrá en Europa un bloque antihegemónico que pueda hacer sombra a Estados Unidos. Para lograr ese objetivo, Washington necesita un número de países lo suficientemente grande para evitar que la unión del resto pueda compensar esa alianza, pero lo suficientemente reducido como para evitar un gasto excesivo. En ese planteamiento, países como Ucrania no son vistos como un lastre, como en ocasiones han manifestado JD Vance o Donald Trump JR., sino territorios difíciles de defender e innecesarios a la hora de cumplir con la función de la alianza. De esta forma, es probable que vaya a producirse un mayor rechazo de la administración Trump al camino euroatlántico de Ucrania -de ahí que Zelensky buscara la invitación oficial de adhesión a la Alianza de Joe Biden, para lograr lo que es consciente que no obtendrá de la nueva administración-, e incluso declaraciones en las que el nuevo presidente afirme comprender la preocupación rusa por la expansión de la OTAN.

Aún sin un plan para lograr la paz que con tanto ahínco prometió durante la campaña electoral, las únicas referencias sobre cómo Donald Trump pretende conseguir su objetivo siguen siendo las de sus asesores. “Te diré la clave, las piezas clave de la misma. Número uno, ¿a quién llevamos a la mesa? Número dos, ¿cómo los llevamos a la mesa? Y luego tres, ¿cuáles son los marcos de un acuerdo?”, afirmó el domingo Mike Waltz en una aparición televisiva. No hubo mención de Trump a Ucrania -ni invitación para Zelensky- a lo largo de todo el acto.

Las palabras de quien será el futuro Asesor de Seguridad Nacional, que insistió en la falsa idea de que existe un consenso mundial hacia la búsqueda de la paz, son el reflejo de que el equipo de Trump sigue teniendo más preguntas que respuestas. Mientras tanto, Volodymyr Zelensky, de quien el pasado diciembre Waltz afirmó que ha cambiado de parecer y se ha unido a quienes desean el final de la guerra, insiste en la necesidad de mantener el statu quo. “Ucrania advierte a Trump que unas negociaciones de paz demasiado pronto serían catastróficas”, titulaba la semana pasada el diario británico The Telegraph.

El momento no es ideal para Ucrania, dispuesta a negociar únicamente en posición de fuerza. Las tropas ucranianas se encuentran en situaciones complicadas en zonas muy comprometidas del frente principal: Toretsk, los alrededores de Pokrovsk, Velyka Novosyolka e incluso Krasny Liman, donde Rusia comienza otra vez a presionar a Ucrania. Pese al discurso triunfalista referido a la aventura rusa y a los ataques con drones o misiles en la retaguardia -que no han impedido de ninguna manera que Rusia continúe avanzando en el frente-, la situación económica y militar en la que se encuentra Kiev, con dificultades para reclutar al número necesario de soldados para continuar la guerra, es más débil de lo que fuera antes del inicio de su fallida contraofensiva de 2023. El tiempo no ha seguido la línea marcada por varios artículos publicados en diciembre de ese año y que esperaban un 2024 dedicado a la defensa para preparar una ofensiva que, esta vez sí, consiguiera poner a Rusia entre la espada y la pared. Como recuerda un artículo de Simon Schuster publicado esta semana por la revista Time, la victoria de Ucrania, que en su versión ucraniana de recuperación de Donbass y Crimea siempre fue percibida como creíble, nunca fue uno de los objetivos de Estados Unidos. Desgastar a un enemigo histórico era el único argumento necesario para apostar por la guerra incluso cuando la diplomacia fue posible.

En la última semana de mandato de Joe Biden al frente de la presidencia y de Antony Blinken como secretario de Estado, The New York Times publicó un artículo en el que se preguntaba cómo “el líder de la diplomacia americana se convirtió en el Secretario de la Guerra”. “A lo largo de cuatro años y más de un millón de millas de vuelo registradas, Blinken ha sido el rostro de la profunda implicación de Estados Unidos en dos guerras, una en Ucrania y otra en Israel y Gaza. La primera, la defensa de Ucrania contra Rusia, fue una causa popular marcada por las banderas ucranianas que ondeaban en los porches estadounidenses, y Blinken disfrutó de los elogios mientras invocaba los más altos principios del derecho internacional y los derechos humanos”, escribe el medio destacando los dos escenarios bélicos a los que más atención ha prestado Estados Unidos, que ha ignorado activamente enormes tragedias menos lucrativas y mediáticas como la guerra de Sudán.

En referencia a Ucrania, el artículo señala que “la guerra brindó a la administración Biden la oportunidad de forjar alianzas internacionales más estrechas, y es ahí donde el presidente y sus ayudantes han destacado, dijo Blinken. «Estados Unidos es capaz de participar en un mundo más disputado, más complicado y más combustible desde una posición de fuerza», dijo. «Creo que ése es nuestro legado”. Pese al intento de Blinken de limpiar su imagen, irremediablemente vinculada al apoyo prácticamente incondicional de la administración Biden a la matanza israelí, los últimos actos del ya exsecretario general han estado acompañados de reproches hacia su beligerancia y llamamientos a responder por sus actos ante un tribunal internacional.

En su intento de colaborar con el revisionismo de los actos y resultados de la administración saliente, The New York Times se centra en la labor de Blinken en la asistencia a Ucrania, que el medio sigue considerando positiva. “A medida que avanzaba la guerra, ninguno de los bandos buscó negociaciones, por lo que Blinken fue menos un pacificador que un estratega de guerra”, escribe en una descripción que no pretende ser un reproche y que ignora que Rusia sí quiso negociar y que fue Ucrania quien finalmente rompió las negociaciones en junio de 2022. “Inmerso en los detalles del material militar y las condiciones del campo de batalla, a menudo argumentó en contra de los funcionarios del Pentágono más reacios al riesgo a favor del envío de potentes armas estadounidenses a Ucrania”, añade para resaltar la valía de Blinken en una actuación que posiblemente merezca más escrutinio. Vista en la distancia, la guerra ha supuesto para Estados Unidos un aumento de las ventas de material militar, el refuerzo de las alianzas con los países de la OTAN y el deseado aumento de la inversión militar en los países europeos, beneficios que contrastan con la devastación y la acumulación de bajas que sufre Ucrania y que nunca intentó evitarse. Estados Unidos rechazó negociar antes de la invasión rusa aunque Joe Biden afirma haber sido consciente de que iba a producirse la intervención militar rusa, y no favoreció de ninguna manera la continuación de la diplomacia cuando, en la primavera de 2022, Rusia y Ucrania se sentaron en la mesa de negociación. Es más, cuando la seguridad de Ucrania era el elemento más importante de las negociaciones, la administración Biden filtró por medio de CNN no estar dispuesta a conceder las garantías de seguridad que Moscú ofrecía y que Ucrania esperaba de su principal aliado.

Pero si en estos casi tres últimos años ha habido un momento en el que Ucrania se encontraba en una posición de negociar, ese fue en otoño de 2022, tras las dos derrotas rusas de esa fase de la guerra, Járkov y Jersón. Tampoco entonces Estados Unidos consideró que los objetivos se habían cumplido y, contra el criterio del Pentágono, supuso que Ucrania sería capaz de recuperar más territorio por la vía militar. “Cuando el jefe del Estado Mayor Conjunto, Mark A. Milley, sugirió a finales de 2022 que Ucrania debía aprovechar las ventajas obtenidas en el campo de batalla para entablar conversaciones de paz con Moscú, Blinken insistió en que la lucha debía continuar”. Blinken, secretario de guerra accidental, decidió creer la narrativa de victoria de Ucrania en lugar de a sus propios expertos militares que, como filtraron a la prensa, siempre vieron imposible la posibilidad de que Kiev recuperara los territorios perdidos antes del ataque ruso. Sin embargo, recuperar la línea del frente anterior a la invasión debía ser el objetivo y, según Biden, había que continuar luchando por ello. Según publicó en diciembre de 2022 The Wall Street Journal, posteriormente debía ser Ucrania quien decidiera si era necesario luchar por Donbass y Crimea.

“Puede haber una solución política en la que políticamente los rusos se retiren”, afirmó el general de cuatro estrellas Mike Milley en noviembre de 2022, rompiendo con el discurso de victoria y ofreciendo la posibilidad de una salida negociada por la que fue censurado por las autoridades políticas de su país. “Uno quiere negociar en un momento en el que está en su punto fuerte y su oponente en el débil. Y es posible, tal vez, que haya una solución política. Todo lo que digo es que hay una posibilidad para ello”, explicó para justificar cruzar la única línea roja de este conflicto, la diplomacia, una barrera que Biden y Blinken no han querido atravesar incluso en los momentos de mayor debilidad de Rusia, cuando las concesiones que Ucrania podría haber exigido habrían sido muy superiores a las que Moscú ofrecía en Estambul. Para la administración Biden, al igual que para la de Zelensky, existía únicamente la solución militar, origen de la situación actual, responsabilidad ahora de Donald Trump, que en su discurso de investidura se refirió a la paz, aunque en un contexto de enaltecimiento del militarismo, y siempre sin ofrecer ninguna idea concreta para avanzar en esa improbable dirección.


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