martes, 7 de enero de 2025

Guerra de infantería


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Desde que, de forma prácticamente conjunta aunque presentado como dos fuentes independientes, los servicios secretos de la República de Corea y Ucrania desvelaran el futuro despliegue de tropas de la República Popular de Corea en Rusia en vistas a su participación en la guerra, no han escaseado en la prensa occidental los tópicos orientalistas de tinte racista sobre la población norcoreana. Se ha dicho de esas tropas que carecían completamente de humanidad, que habían perdido la razón a causa de disponer por primera vez de acceso a internet y más concretamente a contenido pornográfico, que eran enviados en ataques de hordas humanas en los que acababan masacrados por las tropas ucranianas o que las dificultades del idioma hacía que asesinaran a sus compañeros rusos en lugar de a los oponentes ucranianos. Antes incluso de que se constatara su llegada a Rusia, la prensa ucraniana se jactaba ya de las numerosas deserciones de norcoreanos que se habían entregado a Ucrania y desde entonces no ha dejado de relatar grandes cantidades de muertes de esos soldados, carne de cañón de ataques de mareas humanas sin sentido en los que están siendo utilizados por sus aliados de Moscú. Mención aparte merecen las palabras de Volodymyr Zelensky, del que, como jefe de Estado, cabría esperarse un discurso algo más serio. Rusia había tratado de esconder a las tropas norcoreanas, alegaba Zelensky, y ahora está haciéndolo también con sus muertes. Las caras de los soldados norcoreanos son quemadas, continuaba con su macabro relato el presidente ucraniano, para que no pudieran ser reconocidas. Esta semana, Ucrania ha reactivado el aparato capaz de medir la moral a distancia y ha proclamado la bajísima moral de las tropas norcoreanas.

La realidad es que, aunque parece claro que existe una presencia norcoreana en Rusia y posiblemente en la región de Kursk, territorio soberano ruso, por lo que Moscú no necesita dar ninguna explicación a Kiev o sus aliados, no se ha constatado una gran participación en las batallas que se libran en esa zona del frente. “Para los ucranianos y parte de la prensa occidental, hay una campaña para desmoralizar a las fuerzas de Corea del Norte, y los ucranianos ya han matado a todos los norcoreanos hasta el punto de casi decir que Corea del Sur ya está a salvo”, escribía ayer con cierta ironía Patricia Marins, una de las habituales comentaristas del aspecto militar de la guerra rusoucraniana, que añadía que Rusia insiste en mantener la igualmente falsa idea de que esas tropas son solo un rumor de los países de la OTAN para justificar una mayor implicación. Todo indica que ni Ucrania ni los países de la OTAN han inventado a esas tropas norcoreanas, pero su presencia ha sido abiertamente utilizada como argumento para aumentar el flujo militar a Kiev y específicamente para justificar el levantamiento del veto al uso de misiles occidentales contra territorio de la Federación Rusa según sus fronteras internacionalmente reconocidas. Marins da por hecha la presencia coreana en Kursk, aunque insiste en la ausencia de evidencia de una participación numerosa -lo suficiente para que las unidades fueran detectadas- en combate y pone en cuestión la lógica de enviar tropas de asalto de élite, cuya función sería la de infiltración y avance rápido sobre puntos fuertes del enemigo, en dicho teatro, donde ese tipo de habilidades no son de gran utilidad.

“Cuando pregunto por qué estas tropas no participan en combates masivos, la única respuesta plausible es que están allí para absorber conocimientos de forma organizada en varios sectores del frente. Pero, ¿qué conocimientos serían esenciales en esta guerra?”, añadió Marins, que respondía a esa pregunta destacando el papel de los drones en combate. “Quizás los norcoreanos no estén en primera línea para un enfrentamiento masivo directo, sino más bien para absorber nuevas técnicas que actualmente sólo poseen los rusos y los ucranianos. Del mismo modo, hay varios observadores de la OTAN en el campo de batalla”, había escrito horas antes. “Ningún otro ejército tiene esta experiencia, aparte de los rusos y los ucranianos. Están librando una guerra que va por delante de todas las demás, con recursos y tácticas capaces de dejar obsoleta a cualquier otra infantería. Algunos países que ahora están construyendo su ejército no pueden perder esta oportunidad”, añadió.

En su etapa al frente del Ministerio de Defensa, Oleksiy Reznikov ofreció a Ucrania como “laboratorio de pruebas” para comprobar el efecto de las armas occidentales contra el material ruso en situación de combate, un experimento de gran valía para los complejos militares industriales de los países occidentales. Como conflicto militar activo con mayor presencia de grandes potencias armamentísticas, el escenario ucraniano ofrece además las enseñanzas de cómo está cambiando la guerra moderna gracias a la nueva aplicación de tecnologías anteriores y la inclusión masiva de armas como drones para realizar cada vez más tareas como elemento esencial de la doctrina de ejércitos que luchan desde las trincheras. Mientras quienes ven la guerra a lo lejos se han interesado fundamentalmente por el efecto de las armas a distancia y de las formas de matar de forma eficiente sin necesidad de ver la cara del oponente, el aprendizaje de las tropas norcoreanas es más cercano al cambio que suponen esos factores tecnológicos y los cambios de doctrina en la infantería, una historia mucho menos sugerente para los medios de comunicación, deseosos de narrar los éxitos de las grandes armas, pero quizá incluso más determinante.

La guerra se libra en dos aspectos muy diferentes, pero complementarios. El frente, especialmente en el sector de Donbass, se libra en forma de lucha de trincheras, que deja unas imágenes que no difieren en exceso de las de la Primera Guerra Mundial. Lejos de esa primera línea se batalla por los cielos y se busca la destrucción de la capacidad enemiga de continuar la guerra a base de ataques aéreos con misiles y el creciente uso de todo tipo de drones, desde los más tecnológicamente sofisticados a elementos más económicos y cuya labor principal es saturar las defensas aéreas y permitir actuar a los misiles. Los resultados se miden en destrucción en el caso de la retaguardia y avances territoriales en los lugares en los que ambos ejércitos tratan de mover el frente a su favor. La tecnología -más o menos moderna, pero tecnología en cualquier caso- manda en los ataques a distancia y la artillería, drones de reconocimiento y ataque y la infantería son la clave en lugares como Donbass, donde siguen centrándose los combates más encarnizados y que están cada vez más marcados por la labor de adaptación a un entorno completamente nuevo del actual escenario militar.

“Los drones se han convertido en una de las herramientas más importantes en la lucha contra el ocupante, tanto en el frente como tras las líneas enemigas. Los drones ya han cambiado el curso de la guerra. Salvan la vida de nuestro pueblo y compensan la escasez de otras armas, incluida la artillería, permitiéndonos defendernos y destruir a los ocupantes”, escribió ayer Volodymyr Zelensky, insistiendo en la centralidad de los drones en la guerra, aunque olvidando que los mismos argumentos que utiliza pueden aplicarse también a su oponente. Increíblemente, Zelensky continúa achacando a la falta de armamento, incluso de artillería, problemas que son más fácilmente achacables a la carencia de infantería.

Un artículo publicado esta semana por The New York Times y cuya base son las declaraciones de la Brigada Azov, totalmente normalizada como una unidad sin matiz político alguno como parte de la Guardia Nacional, muestra los cambios que se han producido en el frente en parte debido a la proliferación de drones en combate. En 2023, Ucrania sufrió en sus carnes las consecuencias de los campos de minas y la capacidad rusa de vigilar todo el frente, detectar con el uso de drones cualquier convoy ucraniano y ajustar con ellos la artillería. Esa no fue la única enseñanza para Rusia, que inició la guerra muy retrasada con respecto a Ucrania en el diseño, producción y uso de drones. La forma en la que los drones se han hecho omnipresentes incluso en pequeñas unidades hace inviable una guerra de maniobra tal y como se ha conocido hasta ahora.

Desde Toretsk, donde las tropas rusas parecen haber consolidado su control sobre las alturas, acelerando su avance, The New York Times describía hace unos días una lucha en la que las tropas ucranianas se baten en “docenas de batallas campales por parcelas de tierra no mayores que unas manzanas de la ciudad”. Como no puede ser de otra manera, el punto de partida es siempre el mismo. “A pesar de las asombrosas pérdidas rusas -con más de 1.500 muertos y heridos diarios en las últimas semanas, según estimaciones occidentales-, el alcance de los ataques sigue creciendo, según soldados en el frente y analistas militares”, alega el artículo, dando por buenas unas cifras de una de las partes implicadas en el conflicto y que deberían ser entendidas como elementos de la guerra de propaganda. En cualquier caso, los datos quedan desmentidos por la realidad, en la que, según el coronel de la Brigada Azov, “Rusia está enviando a los asaltos un mayor número de soldados que en las primeras fases de los combates”.

“Las tropas rusas también utilizan cada vez más patinetes eléctricos, motocicletas y vehículos todo terreno, que les permiten dispersarse rápidamente por el frente”, añade The New York Times citando a la misma fuente. Rusia ha comprendido que las grandes acumulaciones dan como resultado elevadas cifras de bajas y no siempre surten efecto. En tiempos de alta tecnología, la batalla urbana requiere rápida movilidad y vehículos menos detectables. “Alcanzar una pieza de equipamiento que transporta a 15 personas, bueno, eso es posible, se puede hacer con bastante facilidad”, añade el coronel de Azov, que precisa que “cuando esas 15 personas van en patinetes eléctricos, entonces es un problema muy grave”. “Para ellos, es bastante normal usar 150 o 200 soldados a la vez para acciones ofensivas”, explica el miembro de Azov, que describe la forma de actuar de las tropas rusas desde la caída de Avdeevka y, sobre todo, desde el avance semicircular en varias direcciones desde Ocheretino. Desde entonces, pequeñas unidades escasamente blindadas y gran movilidad han conseguido “doblegar las líneas en partes del este de Ucrania” y, según Michel Kofman, uno de los expertos de referencia en esta guerra, crear “el periodo más difícil para Ucrania desde principios de 2022”, con las tropas rusas ganando “impulso, apoderándose de más territorio cada mes desde agosto”. Es la prueba de que la tecnología es necesaria y marca la forma de hacer la guerra, que necesariamente tiene que cambiar para adaptarse a la realidad de cada momento, pero la infantería sigue siendo la clave del avance y control territorial. De ahí que los aliados de Ucrania, que insisten en exagerar hasta el infinito las bajas rusas sin explicar cómo es posible que Rusia siga siendo capaz de enviar centenares de soldados en batallas como la de Toretsk, exijan sin cesar a Kiev que aumente la movilización.

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