sábado, 4 de enero de 2025

Minsk, la manipulación de un proceso en el que no creyó nadie


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Este miércoles, tras el comunicado de Gazprom en el que la compañía rusa anunciaba que, privado de “las capacidades técnicas y legales para el suministro de gas a través de Ucrania” había detenido el tránsito, la prensa se llenó de titulares que anunciaban que Rusia interrumpe el tránsito de gas a Europa. “Gazprom detiene los flujos de gas a Europa a través de Ucrania y tensa al mercado energético”, escribía por la mañana Europa Press con un titular representativo de la tendencia de los medios de comunicación occidentales durante las primeras horas del miércoles. Pese a los intentos de los países más afectados, fundamentalmente Eslovaquia y Hungría -Moldavia ha optado por aprovecharse de que las consecuencias serán especialmente duras para Transnistria y ha aceptado sin más que carecerá del gas más barato al que tenía acceso y que no siempre pagaba-, Ucrania decidió hace mucho tiempo que era preferible privar a Rusia de los ingresos procedentes de la venta de gas que preservar los que percibía por el paso a través de su sistema de tránsito. El acuerdo era inviable y es representativo del cambio que se ha producido en la situación en Ucrania, Europa y el mundo en general en los últimos cinco años. En esos cambios existe una constante, la manipulación de los hechos en busca del beneficio propio, un aspecto que no se limita a dar una versión parcial sobre qué ha ocurrido con el tránsito de gas, sino que se puede aplicar también a aspectos políticos igualmente relevantes.

La prórroga de cinco años del acuerdo entre las compañías gasísticas de Ucrania y Rusia -Naftogaz y Gazprom- se firmó tras el acuerdo alcanzado por Volodymyr Zelensky y Vladimir Putin en la reunión del Formato Normandía celebrada bajo la mediación de Emmanuel Macron y Ángela Merkel en París el 9 de diciembre de 2019. Esa renovación del contrato entre las dos compañías ha garantizado el tránsito de gas ruso a la Unión Europea, y por lo tanto ingresos por las ventas para Rusia y por el uso de sus instalaciones para Ucrania, incluso a pesar de la guerra y fue el principal resultado de aquella cumbre teóricamente organizada para reafirmar la voluntad de las partes de lograr un acuerdo para poner fin a la guerra de Donbass. Zelensky había sido elegido presidente meses antes con una arrolladora victoria sobre Petro Poroshenko y se había abierto así, o eso esperaban Moscú y Berlín, una posibilidad para avanzar hacia la implementación de los acuerdos firmados en 2015. La cumbre de París terminó con una rueda de prensa de los cuatro jefes de Estado o de Gobierno, el anuncio del acuerdo del gas, un pacto para un gran intercambio de prisioneros y la reafirmación pública del compromiso de los cuatro países con los acuerdos de Minsk.

Como se ha jactado posteriormente Volodymyr Zelensky, aquella reunión de París fue el momento en el que el presidente ucraniano anunció a sus socios que los acuerdos de Minsk eran inviables, haciendo oficial lo que Ucrania ya había dejado claro por medio de sus actos: Kiev no tenía intención de implementar los puntos políticos del único acuerdo de paz que se ha firmado en este conflicto. Interpretado, reinterpretado y malinterpretado prácticamente desde el momento de su firma, el acuerdo de Minsk firmado en la capital bielorrusa en febrero de 2015 está a punto de cumplir una década. Y pese a que jamás existió una posibilidad real de que sus postulados fueran a cumplirse, lo que garantizó el profundo desinterés de la prensa por realizar un seguimiento del proceso, Minsk sigue siendo un argumento tanto para quienes quieren demostrar que una negociación con Rusia siempre es contraproducente como para quienes quieren promocionarse en vistas a futuras elecciones.

En las intervenciones públicas y mediáticas de Petro Poroshenko en su última visita a Estados Unidos para promocionar la causa ucraniana y la suya propia en caso de alto el fuego y posteriores elecciones, el expresidente ucraniano quiso explotar el argumento de Minsk tanto para defender que no puede haber negociaciones con Rusia como para resaltar su figura a la hora de conseguir de Rusia un acuerdo favorable. El balance de la presidencia de Poroshenko queda claro en la superioridad con la que Zelensky le derrotó en las elecciones de abril de 2019, por lo que no es de extrañar que el expresidente se vea obligado a manipular los hechos, en ocasiones inventarlos o que caiga en flagrantes contradicciones para justificar sus actos o reescribir los resultados de su mandato. Poroshenko se jacta, al mismo tiempo, de los resultados de su negociación, con la que supuestamente marcó las líneas rojas y de haber alcanzado un acuerdo que nunca tuvo intención de cumplir.

“Desde el principio, el objetivo era desbaratar el proyecto del Kremlin de Novorossiya o Malorossiya, no importa cómo lo llamaran, que preveía la destrucción del Estado ucraniano y el desmembramiento de Ucrania”, afirmó Poroshenko pese a que, en dos ocasiones, Rusia obligó a las Repúblicas Populares, supuestamente sus ejércitos para lograr el objetivo de romper Ucrania, a detener sus ofensivas y firmar acuerdos de alto el fuego que preveían su retorno bajo control de Kiev. “Minsk fue un gran logro diplomático”, afirmó el expresidente en una entrevista concedida a Financial Times en mayo de 2022. “¿Qué conseguimos con Minsk? Tiempo para construir nuestro nuevo ejército, porque en 2014 no teníamos ejército. Lo tuvimos a partir de 2017, 2018 y 2019. En 2017 mi administración comenzó a comprar Javelin (los misiles anti tanque que tantas bajas están causando a los blindados rusos). En 2019 firmé con Erdogan (el presidente de Turquía) la compra de Bayraktar (los efectivos drones turcos). Recibimos nueva munición, desarrollamos el nuevo misil Neptuno (el mismo que hundió al buque insignia ruso, el crucero Moskva)”, añadió en declaraciones a El Mundo. Cumplir con lo estipulado en los puntos políticos de Minsk – un autogobierno local, derechos lingüísticos y culturales y capacidad de comerciar con las regiones fronterizas rusas, difícilmente el Múnich que denunciaba el nacionalismo ucraniano o el acuerdo inviable que Zelensky anunció a sus socios en 2019- nunca estuvo sobre la mesa.

Ahora, con la certeza de que sus palabras no serán sometidas a ningún fact-check, cuando Minsk es un recuerdo lejano de un proceso en el que no creyó nadie y que los medios no se molestaron en cubrir, Poroshenko se permite reescribir de forma aún más completa y personalista lo que significó el acuerdo que debía resolver uno de los tres componentes -la guerra civil- que conforman el conflicto ucraniano. En su aparición en un acto del Atlantic Council, Poroshenko llegó a referirse a la preparación de los acuerdos de Minsk hablando de lo que negoció conjuntamente con François Hollande, Angela Merkel y Kurt Volker. El intento de integrar a Estados Unidos, y especialmente a la administración Trump, en un proceso en el que no participó es flagrante: no hay nada que Poroshenko pudiera negociar con Hollande y Volker teniendo en cuenta que Emmanuel Macron accedió a la presidencia de Francia el 14 de mayo de 2017 y Kurt Volker no fue nombrado para el puesto de enviado especial para la cuestión ucraniana hasta el 7 de julio de ese año.

El centro del discurso de Poroshenko es exaltar su figura y, sobre todo, un logro diplomático para el que se ve obligado a exagerar o inventar la situación desvirtuando completamente el significado de los acuerdos de Minsk y su negociación. El expresidente plantea para ello “cinco no-compromisos”, es decir, líneas rojas que supuestamente planteó a Angela Merkel para la negociación de lo que a la postre serían los acuerdos de Minsk. La referencia a la canciller alemana implica que Poroshenko se refiere a los acuerdos firmados en febrero de 2015 y no a los de 2014, negociados de forma más directa entre Rusia, Ucrania y la OSCE. Con sus “no-compromisos”, Poroshenko presenta un proceso creado desde cero, una forma de manipular la realidad del acuerdo negociado y firmado en 2015, que era en realidad una extensión, una hoja de ruta para desarrollar el acuerdo alcanzado meses antes y que había detenido la ofensiva de la RPD en Mariupol y logrado el primer alto el fuego. Ambos textos buscan únicamente resolver la cuestión de Donbass, lograr un alto el fuego y avanzar hacia la reintegración negociada de los territorios de la RPD y la RPL en Ucrania.

Aun así, los “no-compromisos” de Poroshenko intentan hacer ver que su intervención consiguió unos resultados que nada tienen que ver con el proceso. “No compromiso en la soberanía nacional e identidad nacional de Ucrania. Ucrania nunca volverá a ser parte de Rusia”, describe el expresidente como primer punto pese a que nada de eso formaba parte de lo que Moscú, Kiev, Berlín y París estaban negociando. “No compromiso en la integridad territorial”, añade, pese a que tampoco ese era el aspecto a tratar. Los acuerdos de Minsk no se refieren, por ejemplo, a la cuestión de Crimea, por lo que, aunque la integridad territorial hubiera sido exigencia de Poroshenko, no puede considerarse un gran éxito. Tampoco el tercer punto, “no compromiso en las Fuerzas Armadas de Ucrania y su capacidad de defender la soberanía ucraniana e integridad territorial”, tiene ninguna relación con los acuerdos de Minsk, cuya aspiración no iba más allá de resolver la cuestión concreta de la guerra de Donbass. Lo mismo puede decirse del cuarto punto, “no compromiso en las sanciones”, o el quinto, “no compromiso en la integración euroatlántica y europea”.

Los acuerdos de Minsk pretendían únicamente resolver la cuestión de Donbass, el aspecto interno de un conflicto mucho más complejo y que está compuesto por un aspecto internacional, la disputa Kiev-Moscú de la que formaba parte la cuestión de Crimea, y una global, el enfrentamiento Estados Unidos-Rusia del que es parte importante la expansión de la OTAN. Gran parte de esos “no compromisos” de Poroshenko están referidos a los factores internacional y global, ninguno de los cuales se pretendió tratar en los acuerdos de Minsk. Sin embargo, todos ellos son útiles para que Poroshenko trate de presentar su negociación dándose un perfil internacional mucho más elevado de lo que revelan las modestas negociaciones de Minsk, en las que se aspiraba a un objetivo mucho más humilde: resolver el componente civil de un conflicto mucho más amplio.

La reescritura de los acuerdos de Minsk no ha sido solo cosa de los representantes ucranianos, que durante los siete años que se prolongó el proceso acusaron de forma continua y constante de incumplimiento a Moscú, aunque Kiev admite ahora que nunca se planteó siquiera implementar los acuerdos. En un reciente artículo que pretende apoyar la causa de la negociación y de un futuro alto el fuego, Samuel Charap, miembro de RAND Corporation y uno de los expertos de referencia en el análisis occidental sobre Rusia y Ucrania, plantea los aspectos necesarios para lograr un avance hacia la paz. Entre ellos detalla que “debería diseñarse una zona desmilitarizada con claros límites de despliegue a ambos lados [del frente] diseñada para evitar los escollos de los acuerdos de Minsk -los acuerdos firmados en 2014 y 2015 dirigidos a terminar la fase anterior de la guerra de Rusia-, que no contenía una línea mutuamente aceptada de alto el fuego o compromisos claros de retirada”. Más allá del calificativo de guerra de Rusia a la operación antiterrorista iniciada por Ucrania en abril de 2014, es curioso que Charap no sea consciente de la línea de alto el fuego pactada en ambos acuerdos de Minsk y del compromiso de retirada de armamento a una distancia también pactada en febrero de 2015. Charap ignora también el proyecto piloto de retirada de armas y personal de varias zonas del frente, incluida aquella en la que Volodymyr Zelensky se enfrentó cara a cara con Andriy Biletsky y sus soldados de Azov, que se negaban a retirarse de una parcela de apenas unos kilómetros cuadrados. Esa retirada, acordada en 2017, tardó dos años en realizarse y fue posible únicamente debido a que era el prerrequisito ruso para celebrar la cumbre de Normandía y por la certeza de que el territorio volvería a ser ocupado después de la reunión.

La manipulación -o ignorancia- de los términos de los acuerdos de Minsk no se limita a olvidar algunos de sus puntos, sino a añadir algunos que no se encontraban en ninguna de las dos hojas de ruta pactadas en 2014 y 2015. Respondiendo precisamente al artículo de Charap, Timofiy Mylovanov, exministro de economía de Ucrania, presidente del Kyiv School of Economics y ahora profesor asociado en la Universidad de Pittsburgh, escribió que “hemos visto las debastadoras consecuencias del desarme del Memorando de Budapest y los acuerdos de Minsk, donde ese tipo de cláusulas dio a Rusia una ventaja significativa cuando atacó”. Minsk disponía de las cláusulas de retirada de armamento de una clara línea de alto el fuego que ignora Charap, pero no contenía ningún aspecto de desarme.

El discurso occidental, capaz de presentar durante varias horas titulares que anunciaban que era Rusia y no Ucrania quien hacía imposible el tránsito de gas ruso a la Unión Europea, ha presentado durante años una versión simplificada del conflicto ucraniano. Todo se limitaba a la agresión rusa, por lo que la única solución era lograr que Rusia detuviera sus acciones. Ese punto de vista ignora el factor civil de la guerra actual y que precede en ocho años a la invasión rusa. Para ello es útil el profundo desconocimiento sobre todo lo ocurrido durante los siete años de proceso de Minsk, que hace posible manipular la negociación, sus postulados o su fracaso para adaptarlo a las necesidades de cada persona o de cada momento. Minsk es argumento tanto para quienes defienden que no puede negociarse con Rusia, incapaz de cumplir con sus compromisos, como para quienes defienden la posibilidad de un alto el fuego obligando a Moscú a aceptar términos draconianos o para los sectores más afines al Gobierno ucraniano, que defienden la necesidad de continuar la guerra hasta la victoria final, cuando no sea necesario negociar ningún acuerdo y Ucrania pueda imponer sus términos. De la misma forma que Kiev ha utilizado la cuestión del gas, para la que consiguió apoyo de sus socios cuando consideró necesario prorrogar los contratos, pero no considera necesario tener en cuenta los intereses de sus aliados cuando el objetivo es conseguir que el gas ruso deje de tener acceso al mercado de la Unión Europea.


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