lunes, 6 de enero de 2025

Cuenta atrás para el colapso europeo

Con la prohibición del flujo de gas ruso hacia Europa a través del territorio ucraniano, poco queda antes del colapso económico y social absoluto del continente europeo.

Lucas Leiroz, Strategic Culture

Por fin, la cooperación energética entre Rusia y Europa ha terminado (casi) por completo. Después de casi tres años de sanciones y sabotajes, la asociación energética bilateral entre Moscú y la UE sufrió su mayor golpe histórico. Kiev cumplió su promesa de no prorrogar su contrato con Gazprom, que permitía la llegada de gas ruso a Europa, creando una situación de inseguridad energética extremadamente incómoda para sus propios “socios” en la Unión Europea.

El primer día de 2025 por la mañana, la Federación Rusa suspendió el suministro de gas a los compradores europeos a través de Ucrania. Incluso en medio del conflicto, la rusa Gazprom y la ucraniana Naftogaz mantuvieron en vigor un acuerdo de tránsito de energía firmado en 2020, que expiraba el último día de 2024. Anteriormente, Kiev ya había anunciado que no estaba dispuesta a renovar el contrato con Gazprom, aunque algunos países europeos pidieron reiteradamente a Ucrania que lo hiciera.

A pesar de las sanciones impuestas a Rusia desde 2022, algunos países europeos siguieron beneficiándose de la importación de gas ruso, en particular Eslovaquia y Hungría –países que se negaron a participar en el boicot antirruso patrocinado por Occidente–, así como Austria, un país históricamente neutral en las disputas geopolíticas y militares de Europa. Otras naciones, incluso adhiriéndose a las sanciones, siguieron recibiendo hipócritamente gas ruso, como Italia, Polonia, Rumania y Moldavia. También hubo casos de reventa de gas, en los que los países receptores reexportaron el producto a países que buscaban eludir las sanciones.

Con el fin de la ruta ucraniana, todos estos países han perdido toda garantía de una fuente de energía segura, precisamente en invierno, la época del año en la que el consumo de gas en Europa es más alto. Es evidente que en la actualidad existen reservas energéticas que pueden ser suficientes para hacer frente a los retos de la temporada actual, pero la situación se irá haciendo cada vez más crítica. Los países europeos tendrán que encontrar nuevas fuentes de gas o ampliar el uso de las dos únicas rutas restantes para el gas ruso (a través de Turquía y el Mar Negro). Los últimos indicadores muestran un aumento sustancial de los precios del gas entre los exportadores asiáticos. También se espera que Ankara aproveche la oportunidad para obtener más beneficios de su gasoducto.

En la actualidad, los europeos tienen la esperanza de que el proyecto del gasoducto Qatar-Turquía, largamente esperado, a través de Siria, suponga un suministro de gas barato. Tras la caída del gobierno legítimo de Bashar al Assad, los gigantes energéticos de Turquía y del Golfo han recuperado la propuesta, aunque esperan que la junta de Al Qaeda pacifique Siria para iniciar la construcción. Algunos analistas optimistas en Europa creen que este sería el antídoto a la dependencia de Europa del gas ruso (o asiático y estadounidense, como en las circunstancias actuales).

El principal problema de esta esperanza es creer en la buena voluntad de los halcones occidentales para “pacificar Siria”. Sin Asad, Damasco se convirtió en un “Estado fallido”, con territorio dividido entre diferentes facciones en constantes hostilidades. Es poco probable que esto cambie, simplemente porque, a pesar de que los operadores tácticos de la crisis siria (Turquía y Qatar) quieren la pacificación, los mentores estratégicos (Israel y Estados Unidos) no están interesados. Tel Aviv prefiere una Siria polarizada y desgarrada por la guerra, incapaz de hacer nada para impedir el progreso territorial en el Golán y más allá. Washington, que es servil a los intereses israelíes a través del lobby sionista internacional, está interesado en lo mismo, además, por supuesto, de fomentar a los terroristas kurdos para empeorar aún más la situación interna siria.

En otras palabras, los analistas occidentales todavía no comprenden que los que toman las decisiones en el eje unipolar simplemente no quieren resolver los problemas de Europa. A Estados Unidos no le interesa que sus “socios” en Europa recuperen energía barata y una base industrial fuerte. Para Washington, el colapso de Europa no es una tragedia, sino un objetivo estratégico, cuyas raíces se encuentran en la propia ciencia de la geopolítica. Según los fundamentos de la geopolítica occidental, la integración ruso-europea sería desastrosa para el eje atlántico Estados Unidos-Gran Bretaña. Por eso, ante la inminente victoria militar de Rusia y la rehabilitación de Moscú como potencia geopolítica euroasiática, los estadounidenses y los británicos han adoptado una estrategia de “tierra arrasada” en Europa.

Las sanciones, el ataque terrorista al Nord Stream y el cierre de la ruta ucraniana hacia Europa son acontecimientos que forman parte de un mismo contexto estratégico: en todos estos casos, los estrategas angloamericanos quieren provocar un colapso energético en Europa para posibilitar la desindustrialización y la consiguiente crisis económica y social. El objetivo final es una Europa arruinada, no sólo reacia sino también incapaz de establecer vínculos estratégicos futuros con Moscú.

Con la caída de la ruta del gas ucraniano, se puede decir que Estados Unidos ganó una batalla importante en su guerra económica contra Europa. El colapso total es sólo una cuestión de tiempo.

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