viernes, 27 de septiembre de 2024

La posverdad de Gabriel Boric en la ONU


Leonardo Parrini, lapalabrabierta

La política cada vez con mayor frecuencia deja de ser una praxis para convertirse en narrativa. Bien se podría constatar que la vieja acepción de por sus obras os conoceréis, dio paso a una afirmación propia del marketing político: Por la boca muere el pez y el político sobrevive.

Esta tendencia de la política en la posmodernidad dio lugar a la era de la posverdad o mentira emotiva, neologismo que implica la distorsión deliberada de una realidad en la que priman las emociones y las creencias personales frente a los hechos objetivos, con el fin de crear y modelar la opinión pública – o publicada -, e influir de ese modo en las actitudes sociales.

Recientemente asistimos a una noticia que ilustra estas circunstancias, cuando el presidente de Chile, Gabriel Boric, en su intervención en la plenaria de la ONU, hizo gala de la posverdad en referencia a diversos hechos de política internacional. Boric se refirió a la situación de Venezuela, al conflicto árabe israelí y a la guerra en Ucrania haciendo tabla rasa de las especificidades y diferencias de cada situación. Con una visión indiscriminada frente a estos hechos y una postura acomodaticia de lo “políticamente correcto”, Boric aplicó lo que, a todas luces, luce como un humanismo socialdemócrata en un afán de quedar bien con dios y con el diablo.

En las partes medulares de su intervención, Boric afirmó:
“Desde Chile, nos rebelamos contra el doble estándar en materia de derechos humanos. Como presidente joven, latinoamericano y de izquierda digo fuerte y claro que los derechos humanos se deben respetar siempre y en todo lugar y debemos exigir este respeto sin importar el color político del dictador o presidente de turno que los vulnere”.

“Chile está especialmente atento frente a la crítica situación que vive Venezuela. Estamos frente a una dictadura que pretende robarse una elección, que persigue a sus opositores y que es indiferente al exilio no de miles, sino de millones de sus ciudadanos”.

“La agresión de Rusia a Ucrania debe parar y es Naciones Unidas la instancia llamada a poner fin a esta flagrante transgresión del derecho internacional”.

“Y es que la adolescente palestina asesinada en Gaza, el trabajador venezolano obligado a migrar de su patria, el niño ucraniano secuestrado por Rusia, el opositor silenciado en Nicaragua o la mujer expulsada de la escuela en Afganistán sólo por ser mujer son, antes que todo, seres humanos. La voz de todas las naciones sin importar su posición política debe alzarse para defenderlos. Esa es la posición de principios más allá de cualquier interés geopolítico que defendemos desde Chile”.
Dicha postura silenciosa y acrítica del mandatario chileno frente a genocidios como el de Israel contra el pueblo Palestino y la injusta e incorrecta caracterización al gobierno venezolano como dictadura, así como la incomprensión del conflicto ruso ucraniano, carente de una definición clara que lo hace defender “la voz de todas las naciones sin importar su posición política”, es obvio que no corresponde a una posición de principios y discurso de la izquierda.

La posverdad de Boric aplicada a sucesos actuales de la política internacional, hace pensar que Chile además vive una postdemocracia. Colin Crouch en su libro Post-democracy (2004), utilizó el concepto “postdemocracia” para dar cuenta de un modelo de política donde “las elecciones ciertamente existen y pueden cambiar los gobiernos, pero el debate electoral público es un espectáculo estrechamente controlado, gestionado por equipos rivales de profesionales expertos en técnicas de persuasión, y considerando una pequeña gama de temas seleccionados por esos equipos”. Crouch atribuye directamente al modelo de industria publicitaria de la comunicación política la crisis de confianza y las acusaciones de deshonestidad que se asocian con la política posverdad.

La ambigüedad y oportunismo diplomático del gobierno chileno en la ONU, hace pensar en que Gabriel Boric y su equipo abandonó los principios ideológicos que lo llevaron al poder cuando se enfrentó a los vestigios de la dictadura militar durante las multitudinarias protestas del 2019 en Chile.

Bien cabe recordar la preclara afirmación de Vladimir Lenin, líder bolchevique ruso, quien dejó escrito: sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario. Es decir, en el caso chileno hoy día, no existe teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria y viceversa. Resulta por demás impertinente la intervención de Boric, empeñado en dar recomendaciones, sensibilizar o desinformar, cuando lo que realmente le corresponde es llevar a cabo la práctica revolucionaria en su país, si es que aun suscribe esos principios.

Según el historiador italiano Steven Forti, “si hoy no cabe duda de que la posverdad es un rasgo de nuestra época… tampoco cabe duda alguna de que es la extrema derecha quien la utiliza más frecuentemente hasta convertirse en una de las características imprescindibles para poderla definir y entender”. Por ejemplo, el ultraderechista ruso Aleksandr Duguin ha llegado a afirmar: “la verdad es una cuestión de creencia […] los hechos no existen”. Sencillamente mentira o estafa encubiertas en una expresión que ocultaría la tradicional propaganda política o el uso de las relaciones publicas como instrumento de manipulación mediática.

A una situación de coincidencia ideológica similar condujo el debate de su país el joven Gabriel Boric. Una postura presidencial enmarcada ya no en apelaciones, sino en las emociones, desconectándose de los detalles de la política pública internacional y por la reiterada afirmación de puntos de discrepancias en los cuales las réplicas fácticas o hechos ignora, concentrado prioritariamente en su sobrevivencia política más que en la inauguración y vigencia de una nueva etapa democrática y constitucional en la tierra de Neruda.


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