Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
martes, 14 de enero de 2025
Trump, las sanciones contra Rusia y el «patio trasero» de Estados Unidos
Nahia Sanzo, Slavyangrad
Aún sin saber muy bien cómo responder a la retórica abiertamente imperialista del presidente electo de Estados Unidos, los países europeos continúan tratando de adivinar, en muchos casos sin base material alguna, cuál será el plan de Donald Trump una vez que asuma el cargo dentro de nueve días. Será entonces cuando el general Kellogg comience su trabajo para presentar una hoja de ruta con la que el equipo Republicano trate de buscar el inicio de una negociación. La necesidad de negar cualquier problema y evitar especulaciones sobre una mala relación con Donald Trump y su entorno ha hecho que Ucrania anuncie que el retraso en la visita de Keith Kellogg al país se debe únicamente a la legalidad vigente, que impide viajes oficiales antes de la investidura. El retaso no es, además, una preocupación para el Gobierno de Zelensky, que desde que comenzó el conflicto hace casi once años ha hecho de la dilatación de las negociaciones su modus operandi. La diplomacia es la línea roja que Ucrania lucha por no cruzar, una posición en la que coincide con sus aliados europeos y con el liderazgo de la OTAN, que escuchan con preocupación las palabras que llegan de Washington.
Los países de la Unión Europea siguen más preocupados por las “amenazas híbridas” rusas en el Báltico y por garantizar la financiación para que Ucrania pueda continuar luchando en la guerra que por el intervencionismo que anuncia Donald Trump y la posición en la que queda el continente europeo. Con su retórica sobre la OTAN y su insistencia en que el centro de la política exterior estará vinculado al enfrentamiento con China y el proteccionismo económico, Donald Trump y su equipo ya habían anticipado una reducción del interés por Europa, un territorio en el que Washington es consciente de que no hay peligro de la creación de un bloque político o económico antihegemónico que pueda hacer sombra a Estados Unidos. Quedó atrás el tiempo en el que las antiguas potencias europeas formaban un territorio considerado estratégico. La subordinación que la Unión Europea en bloque ha mostrado desde la invasión rusa de 2022 hace aún más evidente que el continente es ahora una parte de la esfera de influencia de Estados Unidos, un territorio con escasa autonomía propia y que corre el riesgo de cumplir el papel de patio trasero que Washington ha adjudicado a América Latina.
La presencia económica de China en el comercio y cada vez más en el desarrollo de infraestructuras hace que el hemisferio occidental y la insistencia por derrocar o destruir a los gobiernos progresistas -considerados socialistas o comunistas por la política exterior trumpista- vuelva a ser un territorio prioritario para el nuevo presidente, que con sus palabras ha dejado claro que no existe en sus planes ni rastro del aislacionismo que erróneamente se esperaba de él.
En su última aparición mediática, Trump volvió a insistir en los mismos temas de ocasiones anteriores. En relación con Ucrania, el presidente electo sí ofreció un nuevo titular: Vladimir Putin ha mostrado interés por una reunión que está siendo planificada. Los medios ucranianos alertaban incluso de la posibilidad de un encuentro trilateral en el que estuviera presente también el presidente chino, una opción altamente improbable, pero cuyo planteamiento es en sí una amenaza para Kiev, que continúa insistiendo en la necesidad de aislar política, diplomática y económicamente a la Federación Rusa.
Con la cautela de quien es consciente de que el trato que van a ofrecerle no puede cumplir con las expectativas, Rusia ha reaccionado con frialdad. Desde el Kremlin se ha dado valor a las palabras de Trump, pero se ha llamado a la prudencia. Quizá Moscú comprende ya que la cuestión de la seguridad no va a resolverse incluso si se produce una negociación. Son demasiados los miembros del entorno de Trump que han mencionado la idea de una moratoria de diez años a la adhesión de Ucrania a la OTAN, una opción que no soluciona el problema por el que Rusia fue a la guerra. Moscú cuenta, además, con la experiencia de las últimas tres décadas, especialmente los años de la disolución de la Unión Soviética y el bloque socialista, cuando Mijaíl Gorbachov no fue capaz de lograr que las promesas de no expansión de la Alianza hacia el este se plasmaran en un documento escrito.
Las palabras se las lleva el viento, aunque en ocasiones son suficientes para reforzar ideas preconcebidas, algo que está ocurriendo actualmente en las capitales europeas. Las palabras de Donald Trump admitiendo comprender la preocupación rusa por la expansión de la OTAN han actuado como catalizador de una preocupación que ya existía, la de la posibilidad del abandono de Ucrania. La continuación de la guerra, opción favorecida por los países europeos y la OTAN, no solo depende de mantener la financiación, aunque esa es la primera prioridad de Bruselas y los aliados de la Alianza. Kaja Kallas ha sugerido que los países europeos serían capaces de soportar la retirada de la asistencia estadounidense, aunque no explica cómo financiaría los costes de prácticamente duplicar su aportación a la guerra.
Mantener o aumentar la asistencia económica y militar a Ucrania solo es una parte del aspecto económico del conflicto, que depende igualmente de minar la capacidad rusa de financiar su propio esfuerzo bélico. Una docena de paquetes de sanciones han conseguido incautar y bloquear alrededor de 300.000 millones de dólares en activos públicos y privados rusos, provocar espirales de inflación que el Banco Central lucha por contener y, sobre todo, han creado un muro invisible en las relaciones continentales, una ruptura de relaciones económicas directas que quizá no puedan recuperarse en décadas. Los países europeos han aceptado la posibilidad de adquirir indirectamente los productos rusos que no puede sustituir, aunque haya que hacerlo a un coste más elevado. La necesidad rusa de mantener cotas de mercado produce la necesidad de que las exportaciones se realicen con grandes descuentos -que los países mediadores posteriormente convierten en enormes beneficios-, reduciendo así los ingresos rusos en comparación con los que obtenía antes de la guerra. Aunque no han conseguido destruir la economía rusa, impedir la producción militar u obligar a Rusia a retirarse de Ucrania, las sanciones siguen siendo un elemento central de la política occidental de apoyo a Ucrania.
“Funcionarios de la UE están analizando cientos de órdenes ejecutivas y sanciones impuestas por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en medio de la creciente preocupación de que Donald Trump las anule, lo que podría poner en peligro las relaciones exteriores y el comercio. A Bruselas le preocupa que Trump intente anular las decisiones de su predecesor simplemente porque las tomó Biden, sin tener demasiado en cuenta el impacto de tales medidas en los aliados europeos”, escribía ayer Financial Times en un artículo que muestra la preocupación de los países europeos ante la incertidumbre absoluta que supone Donald Trump. Las palabras y los actos de los miembros del equipo de política exterior de la administración Republicana entrante no apuntan a la retirada de sanciones, sino incluso a su aumento. Es el caso de Mike Waltz, que en una aparición en la radio pública estadounidense NPR la víspera de las elecciones mencionó específicamente eliminar del mercado al gas licuado ruso. No hay base material para que los países europeos puedan prever una posible retirada unilateral de las sanciones como gesto de buena voluntad a Rusia para animarla a negociar. Ni siquiera es previsible que Trump vaya a revocar el permiso estadounidense para que Ucrania utilice misiles occidentales contra territorio de la Federación Rusa. La preocupación europea no es una planificación previa en caso de una contingencia, sino la muestra de la impotencia de quien sabe que ya no es tenido en cuenta y que no se va a preguntar su opinión.
“Será un fuerte golpe para la economía rusa. Estamos a la espera”, escribió ayer en las redes sociales Andriy Ermak, anticipando el anuncio de nuevas sanciones que se haría público horas después. Era previsible que el paquete se centrará en el sector energético ruso, competidor del gas y el petróleo estadounidense y, por lo tanto, del gusto del entorno de quien será presidente en poco más de una semana.
La administración Biden hizo público el jueves el último paquete de asistencia militar a Ucrania, que ayer complementó con las que posiblemente sean las últimas sanciones contra la Federación Rusa antes del final del mandato Demócrata. Pese al intento de Ermak de presentar el paquete como una gran victoria para Ucrania y también para el “grupo Ermak-McFaul”, la iniciativa de lobby que protagoniza junto al exembajador de Estados Unidos en Rusia, no hay en el anuncio un gran cambio. “Las sanciones afectan a más de 400 personas y organizaciones del sector energético ruso que directa o indirectamente proporcionan financiación a la maquinaria militar”, escribe el propio Ermak sin mencionar que actos similares no han sido suficientes para lograr los objetivos que Occidente esperaba cumplir con las sanciones. Además de intentar nuevamente sancionar a la flota fantasma rusa que transporta en buques antiguos adquiridos en el mercado estos años el petróleo ruso y apuntar a las compañías que lo aseguran, “todo el sector energético de la economía rusa ha sido identificado como actividades perjudiciales, lo que permitirá imponer sanciones a cualquier persona o empresa que trabaje en este ámbito”. Pese a los emojis de fuego utilizados por Andriy Ermak, solo se trata del enésimo intento de los países europeos de creer que el mercado está dominado íntegramente por sus aliados.
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