Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
domingo, 12 de enero de 2025
Trump, la guerra de Ucrania y la autonomía europea
Nahia Sanzo, Slavyangrad
Además de sugerir que Hezbollah pudo tener un papel en la insurrección del 6 de enero de 2021, referirse a la lluvia como “agua que cae del paraíso” o especular sobre la cantidad que sale del grifo o la que necesitan las lavadoras o el lavavajillas, el presidente electo Donald Trump dejó un puñado de preocupantes titulares en su rueda de prensa del martes. “Francia y Alemania advirtieron el miércoles a Donald Trump de no amenazar las «fronteras soberanas» después de que el presidente electo de Estados Unidos se negara a descartar una acción militar para tomar Groenlandia, un territorio autónomo de Dinamarca, miembro de la Unión Europea”, escribía ayer AFP para describir la confusión que ha causado en los países de la Unión Europea la reciente insistencia del futuro presidente en la “necesidad” de su país de disponer de Groenlandia. En esta era del retorno de disputas entre grandes potencias, el Ártico será en los próximos años un escenario prioritario en la lucha por minerales y materias primas. De ahí, además del ansia de control de una zona en la que operan, por la ruta del norte, buques de Rusia y China, el interés estadounidense en aumentar su presencia en Groenlandia, donde Estados Unidos disfruta ya de una base militar, rémora de la Guerra Fría. El control del Ártico, y no la balanza de pagos, parece ser también el motivo por el que Trump trolea a Canadá desde hace semanas llamando gobernador general a su primer ministro y “estado número 51” al país. Evidentemente, Trump no busca anexionarse el territorio sino desestabilizar una situación ya de por sí complicada en su vecino del norte, donde Justin Trudeau, perdida toda su popularidad, ha dimitido y se espera la elección de una nueva persona al frente del partido y el Gobierno. El objetivo es puramente económico y está vinculado a la principal lucha de Trump estas semanas, el proteccionismo y los aranceles.
En el caso canadiense, el futuro presidente precisó que la lucha será económica y no militar, algo que Trump rechazó descartar con respecto a Groenlandia o Panamá. En Centroamérica no preocupa la lucha por los recursos naturales, sino lo mismo que ha marcado la política estadounidense en esa región durante el último siglo, el control del comercio y del canal de Panamá. El aislacionista Trump se acoge a una versión modificada de la Doctrina Monroe -evitar que los países europeos recuperaran poder en América Latina- ahora aplicada a China, donde el futuro presidente alega falsamente que soldados chinos operan y controlan el canal. Trump no puede evitar tampoco dar un toque del Corolario de Roosevelt –America para los Americanos– que acompañaba a esa doctrina. En la misma rueda de prensa, anunció que el Golfo de México pasará a llamarse Golfo de América, en referencia evidente a Estados Unidos y no a todo el continente.
Las reacciones al discurso de Trump, que no se limita a su actuación del martes, sino a la narrativa y los temas que ha introducido desde su victoria electoral, siguen siendo variadas. La presidenta mejicana recogió el farol de su futuro homólogo estadounidense y apeló a la Constitución de Apatzingán para preguntarse por qué no deberían volver a llamar al sur de lo que ahora es Estados Unidos “América Mexicana”. Con menos humor, tanto Justin Trudeau como quien a día de hoy lidera las encuestas para ser su sucesor, Pierre Poilievre, se han mostrado molestos y han insistido en que Canadá nunca será anexionada. La diputada canadiense Elizabeth May, por el contrario, se ha ofrecido a aceptar a California, Oregón o Washington como provincias canadienses si así lo elige la población, a la que recuerda que en Canadá la población dispone de sanidad pública. Mucho más vulnerable al ser un país pequeño y más pobre, Panamá se ha limitado a negar el control chino sobre el canal y recuerda que la recuperación del territorio, cuyo control fue devuelto por el entonces presidente Jimmy Carter a cambio de la neutralidad de su uso, es irreversible. Panamá es consciente del riesgo de enfadar al país más poderoso del continente, pero sabe también cuáles con las consecuencias sociales del control estadounidense del canal y de una invasión de las tropas de Washington.
En la distancia y perpleja de lo que está ocurriendo, la Unión Europea parece seguir buscando la forma de reaccionar ante esta nueva realidad en la que no es un enemigo como Rusia sino un aliado como Estados Unidos quien -en serio o no, ya que con Trump los límites de la realidad y la ficción nunca están completamente delimitados- amenaza la integridad territorial de uno de los países miembros. La beligerante retórica, las intenciones abiertamente expansionistas y en ansia por obtener más presencia y control en diferentes regiones del planeta en una contexto de lucha entre grandes potencias, un escenario que recuerda más al siglo XIX que a la Guerra Fría, han descolocado completamente a los líderes europeos en el peor momento posible. Incapaz de encontrar una respuesta coherente a las palabras de Donald Trump, como comentaba Leonid Ragozin, el único post geopolítico de Kaja Kallas el día que el futuro inquilino de la Casa Blanca amenazaba a Dinamarca afirmaba que “Rusia sigue utilizando el gas como arma y una vez más Moldavia es el objetivo de su guerra híbrida”. El liderazgo de la Unión Europea y los países miembros continúan explotando la amenaza rusa, en este caso culpando a Rusia del corte de suministro provocado por la negativa de Ucrania a continuar el tránsito de gas ruso a través de su territorio -unido a la deuda de casi 709 millones de dólares que el país acumula con Gazprom, que exige el pago antes de reanudar el suministro por vías alternativas-, en parte para evitar tener que pronunciarse sobre las palabras de Donald Trump. La presión estadounidense llega en un contexto en el que los países europeos se refieren a la necesidad de mantener su autonomía estratégica pero se encuentran en situación de subordinación a Washington causada por las decisiones tomadas en Bruselas y otras capitales desde el 24 de febrero de 2022. Desde ese momento, la guerra pasó a ser la razón de ser del Estado ucraniano y también de la Unión Europea, que no ha dudado en insistir en que el conflicto ucraniano “es existencial” para el bloque. Ahora, el mantenimiento de esa guerra y la posibilidad de continuar luchando hasta conseguir un resultado positivo para sí misma y para Ucrania depende de la posición de Donald Trump, que pese a sus recientes ansias imperialistas y militaristas, no ve en el conflicto ucraniano una guerra de su interés. Europa ya no es el escenario prioritario del tablero geopolítico que fuera décadas atrás.
La enorme cantidad de titulares que dejó la excéntrica rueda de prensa del martes ha hecho que queden en segundo plano las declaraciones sobre la cuestión de la OTAN y la resolución del conflicto de Ucrania. Horas antes, se había confirmado que Keith Kellogg, futuro encargado de la administración Trump para Ucrania, no visitará el país antes de la toma de posesión. El viaje se había planteado como una misión para recabar información, paso previo a la presentación de propuestas al futuro presidente y posterior elección de un plan concreto que poner en marcha para conseguir los objetivos marcados, posiblemente una negociación en vistas a un alto el fuego. Posponer la visita de Kellogg es una forma de mostrar que Donald Trump ha olvidado ya las prisas que mostraba hace unos meses y que no desea resolver el conflicto antes incluso de regresar a la Casa Blanca.
A juzgar por sus palabras del martes, el presidente electo no ha cambiado de opinión en lo que respecta a la cuestión de la seguridad. En el pasado, Donald Trump ha sido crítico con la OTAN, ha exigido a los países europeos aumentar su aportación y ha llegado a amenazar a quienes no cumplieran con el mínimo del 2% del PIB en inversión de defensa con abandonarlos a merced de Rusia si eran atacados. Trump se había mostrado también crítico con la idea de admitir a Ucrania en la Alianza, aunque nunca había sido tan claro como lo fue el martes, cuando se refirió a la expansión hacia el este de una manera muy similar a la que habitualmente utiliza el Kremlin. “Una gran parte del problema es que Rusia -durante muchos, muchos años, mucho antes de Putin- dijo: ‘Nunca podréis tener a la OTAN metida en Ucrania’. Es decir, lo han dicho”, afirmó Trump, que evidentemente no recuerda el desinterés de los gobiernos de Yeltsin por evitar la expansión de la Alianza hacia sus fronteras. “Eso está escrito en piedra”, añadió sin negar la legitimidad de la exigencia rusa de no tener en sus fronteras a una alianza militar rival. En su afán por adjudicar la culpa de todos los males a su actual rival, Joe Biden, Trump continuó afirmando que “en algún momento, Biden dijo: ‘No. Deberían poder unirse a la OTAN’ Bueno, entonces Rusia tiene a alguien justo en su puerta y se pueden entender sus sentimientos al respecto”. La falta de respuesta de los países europeos en las primeras 24 horas tras la declaración evidencia la incapacidad europea para responder a una afirmación sorprendente en boca del futuro líder del país que sostiene la Alianza.
En la negociación que Ucrania está realizando con sus aliados en busca de unas condiciones beneficiosas para que Kiev pacte un alto el fuego, opción que acepta ya la extrema derecha pero a la que sigue siendo reticente el Gobierno, Zelensky y su entorno han apostado por priorizar la cuestión de la seguridad al aspecto territorial. A regañadientes y de forma temporal, Ucrania estaría dispuesta a un alto el fuego en caso de avance hacia la adhesión a la Unión Europea, garantía de financiación e inversiones, un gran paquete de armamento para potenciar la defensa y, sobre todo, el elefante en la habitación: las garantías de seguridad. Kiev solo puede permitirse aceptar un cese de la guerra en caso de conseguir algo más de lo que Rusia le ofrecía en Estambul, que implicaba una mínima pérdida territorial limitada a Donbass y Crimea, compromiso de neutralidad y garantías de seguridad de Moscú, Washington y otras capitales europeas. Cualquier acuerdo que se alcance actualmente va a ser menos favorable a Kiev en términos territoriales, ya que la Federación Rusa no está dispuesta a abandonar territorios como lo estaba hace dos años, por lo que el énfasis ha de estar en la seguridad.
Pese a la insistencia, Ucrania no obtuvo la ansiada invitación oficial de adhesión ni en la última cumbre de la alianza ni de Joe Biden una vez perdidas las elecciones. Tampoco la idea de las garantías de seguridad bilaterales, un acuerdo que obligara a Estados Unidos a defender a Ucrania en caso de agresión, han sido del gusto de la administración Biden, mucho más favorable a Kiev que el futuro equipo de Trump. Las palabras del presidente electo complican aún más las negociaciones de Zelensky con Estados Unidos. Con su objetivo principal, la OTAN, fuera de su alcance, Kiev tendrá que conformarse con buscar concesiones algo más realistas, aunque es improbable que el actual Trump, que busca beneficios, no compromisos que le aten a otros países o le obliguen a emplear sus recursos, ofrezca tampoco un acuerdo bilateral lo suficientemente similar a lo previsto por el Artículo V de seguridad colectiva de la Alianza y que Estados Unidos también rechazó otorgar a Ucrania en 2022.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario