La creación del llamado “Occidente político” se ha centrado durante mucho tiempo en un objetivo singular e innegable: la dominación global.
Vijaya Dissanayake, Global Research
Si bien el mundo, con sus diversas culturas, historias y más de 8 mil millones de habitantes, es una entidad vasta y compleja, quienes están al mando del poder occidental lo tratan como poco más que un mapa o globo terráqueo en su escritorio, que necesita ser controlado, manipulado y subyugado.
Esta visión de dominio mundial no es un fenómeno reciente, sino que se remonta a más de un siglo. Sus semillas se sembraron ya en el ataque a Rusia en 1917, un momento crucial en la geopolítica mundial. La pregunta, como siempre, sigue siendo: ¿dónde reside realmente el poder?
En el sistema de estados-nación de Westfalia, la medida del poder se ha determinado tradicionalmente por el tamaño territorial, los recursos naturales, la riqueza financiera y la capacidad tecnológica de un país. Según este criterio, dos naciones ocupan la cima de la jerarquía global: Estados Unidos y Rusia, y China se perfila como un poderoso contendiente económico.
Estados Unidos considera a Rusia, con sus vastos recursos e influencia geopolítica, como el mayor obstáculo a su dominio, y Washington ha demostrado un deseo incesante de debilitarla por todos los medios necesarios. Una vez neutralizada, es muy probable que la atención se centre en China y, potencialmente, también en la India. En este empeño, otras naciones estratégicas, como Arabia Saudita, Turquía e Indonesia, podrían enfrentarse a la inestabilidad, y Occidente tratará de desestabilizar a estos actores clave para ampliar su influencia.
Muchos esperan una solución pacífica a la actual crisis en Ucrania, pero yo discrepo rotundamente de esa visión optimista. El Occidente político ha urdido deliberadamente esta crisis, no con el objetivo de fomentar la paz, sino más bien de impulsar la expansión de la OTAN hasta las puertas de Rusia.
La reciente decisión de suministrar a Ucrania misiles de largo alcance es una clara indicación de las verdaderas intenciones de Occidente. Estos misiles no están destinados a garantizar la paz ni a proteger a los ucranianos, sino a provocar a Rusia y empujarla hacia un mayor conflicto. Aún más preocupante es que generales rusos han sido atacados y asesinados a plena luz del día en el propio Moscú, un hecho sin precedentes que indica la creciente intensidad de esta lucha geopolítica.
Más allá de Ucrania, el mapa geopolítico continúa cambiando a favor de Occidente.
La presencia rusa en Tartus, Siria, una base clave en el Mediterráneo, se ha visto socavada, lo que ha dejado a la región vulnerable a los terroristas respaldados por Occidente, incluidos grupos vinculados a Al Qaeda. En Siria, la manipulación de Occidente ha permitido a estos grupos terroristas controlar grandes franjas de territorio.
El próximo objetivo en la mira de Occidente probablemente sea Irán, una nación que se ha resistido durante mucho tiempo a la influencia occidental. La noción de un “siglo asiático”, el ascenso del Sur Global o el ascenso de China como superpotencia mundial no es más que una distracción. Esas narrativas son meras cortinas de humo, diseñadas para desviar la atención de la verdadera dinámica en juego.
Mientras tanto, Israel, un antiguo Estado cliente de Estados Unidos, sigue expandiendo su influencia, y ahora está invadiendo la llamada “Gran Siria”. El Medio Oriente en su conjunto, que en su día fue una región de importancia estratégica para muchas potencias mundiales, se ha vuelto complaciente y no ha logrado resistir esta nueva ola de colonización. Lo que estamos presenciando ahora es el resurgimiento de un imperialismo moderno –un “colonialismo 2.0″– en el que Occidente, encabezado por Estados Unidos, busca rehacer el mundo a su imagen y subordinar a todas las naciones que se niegan a alinearse.
En conclusión, la gran estrategia del Occidente político es clara: controlar, dominar y subyugar cada rincón del planeta, utilizando todos los medios posibles para lograr sus fines. Ya sea mediante la acción militar directa, las guerras por delegación o la manipulación económica, Occidente no se detendrá ante nada para remodelar el mundo a su propia imagen. El Sur global, el ascenso de las potencias emergentes y las esperanzas de paz son secundarios a este objetivo general de la hegemonía occidental. Lo que estamos presenciando no es sólo una lucha geopolítica, sino la continuación de un proyecto colonial de siglos de antigüedad.
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