Los hinchas del Maccabi de Tel Aviv que causaron disturbios en Ámsterdam corearon lemas como «En Gaza no hay escuelas, porque no quedan niños». Lejos de ser simples provocaciones extremistas, sus cánticos dicen la verdad sobre los objetivos bélicos israelíes.
David Broder, Jacobin
Tras los acontecimientos del jueves por la noche en Ámsterdam, muchos comentaristas se mostraron notablemente desinteresados por la verdad de lo ocurrido. Los enfrentamientos entre hooligans de fútbol israelíes, aficionados holandeses y moradores locales, a menudo de minorías étnicas, se habían convertido en un incidente internacional y era bastante obvio el bando que iba a elegir la mayoría de nuestros líderes. Se recurrió al lenguaje del «antirracismo» para decirnos quién era culpable y quién era bueno.
Joe Biden describió una oleada de «ataques antisemitas… que se hacían eco de momentos oscuros de la historia». El rey holandés habló de que su país le había fallado a los judíos «como durante la Segunda Guerra Mundial», nada menos. La palabra «pogrom» se extendió por los medios de comunicación occidentales, y la mayoría de los medios suprimieron hechos básicos sobre los acontecimientos.
La violencia es mala y no tiene cabida en un estadio de fútbol ni en sus alrededores. Por suerte, nadie fue «secuestrado», como se informó en un principio. Responder a una provocación suele ser una idea terrible, y cualquier caso de acoso a alguien por su nacionalidad o religión debería ser examinado. Aun así, es difícil recordar un momento similar en el que unos violentos aparecieran buscando pelea y fueran tratados como héroes. Eso es lo que hicieron al menos varios centenares de seguidores del Maccabi de Tel Aviv en Ámsterdam.
Muchos se pasaron el último día buscando pelea con personas a las que veían como musulmanas, llamando al asesinato colectivo de árabes, arrancando al menos una bandera palestina de una residencia personal e incluso protestando por un minuto de silencio por las víctimas de las inundaciones de la semana pasada en Valencia, España. Este último incidente, en el estadio, fue retransmitido en directo por televisión; y toda la historia estaba ampliamente documentada en las redes sociales mucho antes de que la recogieran muchos de los titulares más chillones y las declaraciones políticas más solemnes.
Así, muchos periodistas ignoraron la información básica sobre lo que hicieron los hinchas israelíes en Ámsterdam. Tal vez esto se debió a que los cánticos de los hooligans en realidad decían muchas verdades sobre la guerra contra Gaza, que los gobiernos occidentales apoyan y financian.
Lemas como «Que gane el IDF (Fuerzas de Defensa de Israel) y que se jodan los árabes» no deben considerarse, a estas alturas, como bromas o provocaciones extremistas. Son la realidad de lo que está haciendo Israel y lo que apoya la mayor parte de la sociedad israelí, salvo una valiente minoría de críticos. Incluso una figura como el recientemente destituido ministro de Defensa Yoav Gallant —esta semana ampliamente presentado como un raro «moderado» en el gobierno de Benjamin Netanyahu— calificó a los enemigos de Israel de «animales humanos» e insistió en que un «asedio completo» debería cortar «la electricidad, el combustible y los alimentos».
Uno de los eslóganes más viles coreados por los hinchas del Maccabi de Tel Aviv fue: «No hay escuelas en Gaza, porque no quedan niños». Orgullosa en su intención genocida, esta frase es cierta sólo a medias. Según UNICEF, unos 625.000 niños palestinos llevan ya más de un año sin asistir a clase. Seiscientos veinticinco mil. Cuarenta y cinco mil niños de primer grado, o al menos niños que deberían estar en primer grado, no empezaron el año escolar en septiembre; gracias a Israel y miles nunca lo harán. «Sólo» una minoría de niños ha muerto (al menos decenas de miles).
Pero Israel dañó o destruyó alrededor del 90% de las escuelas de Gaza. Con el bombardeo masivo de viviendas y la limpieza étnica de franjas enteras de territorio, incluso los edificios que siguen en pie son utilizados por los desplazados como simple refugio.
Nuestros dirigentes políticos podrían haber dedicado más palabras a este sufrimiento desmesurado que a una chusma que escupe bilis racista en las calles de Ámsterdam. Tal vez los periodistas que se presentan como cruzados contra las «noticias falsas» y la «desinformación» podrían haber consultado algunas fuentes distintas de las cuentas Twitter/X del gobierno.
Pero la buena noticia es que cada vez menos gente se traga la narrativa israelí. La semana pasada, un centenar de empleados de la BBC criticaron la información tendenciosa e infundada de su propia empresa por repetir como loros sin sentido crítico las afirmaciones israelíes sobre la guerra y deshumanizar a los palestinos. Incluso en Alemania, cuya clase política se encuentra entre las más extremas del mundo en su apoyo a Israel, son más los ciudadanos que no confían en la información de los medios sobre la guerra que los que sí lo hacen.
Los seguidores del Maccabi Tel Aviv en Ámsterdam le demostraron a los telespectadores de a pie y a los usuarios de las redes sociales quiénes son realmente. Sólo hace falta escucharlos y creerles.
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