lunes, 18 de noviembre de 2024

La «amenaza de Trump»


Nahia Hanzo, Slavyangrad

“Trump amenaza con ser bueno para Ucrania”, sentencia en su titular Político, un medio muy cercano a la administración Demócrata y que ha apoyado la postura occidental de defensa a ultranza y suministro militar a Ucrania desde 2022. Aunque aún no se han anunciado todos los nombres de quienes gestionarán la aplicación de la idea de America First en su versión de política exterior, el medio cita a un alto oficial ucraniano que confirma que Kiev está “alentada por el hecho de que hay halcones entre ellos”. Entre ellos se encuentran Marco Rubio, que no se desmarcó de la idea de aumentar el volumen de asistencia militar hasta que aspiró a un puesto en el gabinete de Trump, o Michael Waltz, previsible Asesor de Seguridad Nacional, que horas antes de la jornada electoral calificó a Rusia de “gasolinera con armas nucleares” y apeló a “quitar las esposas” a Ucrania en la cuestión del uso de armamento occidental en territorio ruso.

El artículo de Político es representativo del momento actual por los cambios que se han producido a raíz de la coyuntura política internacional y, sobre todo, debido al desequilibrio de fuerzas patente en el frente. Aunque el apoyo a Joe Biden y Kamala Harris había sido tan explícito como la visita de campaña de Zelensky y el gobernador Shapiro (Demócrata) de Pensilvania a una de las fábricas que producen la munición que posteriormente se envía a Ucrania, acto que causó la ira de Donald Trump, Ucrania realizó rápidamente un giro de guion para posicionarse como fieles seguidores de la idea de paz a través de la fuerza que Zelensky ya había incluido estratégicamente en su discurso. La lógica que trasciende de las declaraciones anónimas que oficiales ucranianos están realizando de forma coordinada e interesada a los medios estadounidenses es la de la ruptura de un statu quo que no resultaba satisfactorio para Kiev, por lo que el cambio puede suponer un punto de inflexión hacia una situación más favorable.

“En el mejor de los casos, Harris habría mantenido el enfoque de Joe Biden: esa habría sido su política, y habría equivalido a la muerte lenta de Ucrania. Y ya no tan lenta: el ritmo de los avances rusos se está acelerando”, afirma la fuente de Político, que añade un escenario incluso más pesimista para Ucrania, el de la posibilidad de que Harris hubiera alcanzado la presidencia, pero el Partido Republicano controlara una de las cámaras legislativas, dando a la oposición la capacidad de bloqueo y todo tipo de incentivos para sabotear la acción gubernamental. Al menos para los dos próximos años, hasta que se celebren las elecciones de mitad del mandato, el Partido Republicano disfrutará de mayorías relativamente cómodas en ambas cámaras, es decir, control ejecutivo y legislativo absoluto para aprobar o negar nuevos fondos o levantar los vetos actualmente existentes. En realidad, ese es el subtexto de la felicidad actual de Ucrania, que ha comprendido que dispone de más opciones de lograr lo que pide ahora que bajo otra presidencia Demócrata.

“Trump no tiene intención de tirar la toalla sin más. Quiere que la guerra termine, pero no va a privar a Ucrania de armas y suministros en este momento, porque como negociador, sabe que un colapso ucraniano significaría que Putin llevaría la voz cantante en la mesa de negociaciones”, escribe Político, que se reafirma citando a un insider del círculo de Trump explicando que el presidente electo “se enorgullece de ser un maestro de los tratos y no quiere que le vean llegando a un pésimo acuerdo”. “El presidente Trump no va a permitir que Vladimir Putin arrolle a Ucrania”, afirmó el lunes Mike Pompeo, que no participará en la próxima administración Republicana, aunque sus puntos de vista son similares a los de varias de las personas que Trump ha propuesto para cargos de alto rango. “Retirar la financiación a los ucranianos resultaría en eso, y se lo dirá todo su equipo. No es su modus operandi permitir que eso ocurra”, insistió Pompeo que, al igual que Político no incide en lo más importante, la posibilidad de que se repita lo ocurrido en su primera legislatura. En aquel momento, fue Trump quien aprobó la entrega de misiles antitanque Javelin a Ucrania, rompiendo con la política de Obama-Biden, que habían rechazado suministrar armamento letal a Kiev, que había firmado ya el alto el fuego que exigían los acuerdos de Minsk. Al igual que entonces, el Gobierno ucraniano parece confiar en sus posibilidades de lograr un entendimiento que implique el levantamiento del veto al uso de armamento occidental de largo alcance contra objetivos en territorio ruso en nombre de la paz por medio de la fuerza.

En su intento de consolidar el apoyo de Trump, que Zelensky empieza a afirmar que dispone -ayer insistió en que Trump “está a favor de Ucrania” pese a que el presidente electo rechazó explícitamente confirmar esa posición tras la reunión que ambos mantuvieron en septiembre en Nueva York-, Ucrania insiste cada vez con más ahínco en la necesidad de “acortar la guerra”. “Está claro que la guerra acabará antes con las políticas del equipo que ahora dirigirá la Casa Blanca. Este es su enfoque, su promesa a sus ciudadanos”, afirmó el presidente ucraniano, que ha sabido anticiparse al cambio político que se presagiaba en Estados Unidos.

“Los ucranianos necesitan asegurarse de que Trump no los vea como el obstáculo para la paz, y no deberían ser los primeros en decir que no, incluso cuando se les lancen algunas ideas tontas. Necesitan que los rusos sigan diciéndole que no, para que los ucranianos parezcan la parte razonable. Entonces Trump llegará a la conclusión de que la única manera de atraer a los rusos a la mesa es ayudar a los ucranianos”, escribe Político citando a su fuente en el entorno de Trump. La actitud que describe es exactamente la táctica que Ermak y Zelensky pusieron en marcha con su apuesta por la cumbre de paz y el plan de victoria, que modifican el discurso insistiendo en la necesidad de lograr el final del conflicto sin alterar en absoluto los términos que exigen para lograrlo. Sin embargo, la mirada superficial de la Fórmula de Paz puede llevar al error de ver un indicio de realismo, pragmatismo e incluso voluntad de alcanzar un acuerdo donde realmente no lo hay.

Así lo demuestra la oleada de indignación que se ha producido en Kiev y en algunos de sus principales aliados -desde los países bálticos a Boris Johnson- a raíz de la conversación telefónica mantenida el viernes entre Olaf Scholz y Vladimir Putin. «El presidente ucraniano dice que Putin no quiere sentarse a negociar la paz sino acabar con su aislamiento”, afirmaba ayer la Agencia EFE al informar sobre las críticas de Zelensky a la conversación de una hora que mantuvieron entre ambos presidentes. En su artículo, la agencia pública española no explica la contradicción entre las palabras de Ucrania, que tan pronto insiste en que Rusia está completamente aislada como exige sanciones porque no lo está. La dificultad de la situación, que en ciertos lugares -como en Kurajovo y el sur de Donetsk en general- ya es crítica para Ucrania, y la dejación de funciones de la prensa, que prefiere no hacer preguntas comprometidas, hace que la coherencia en el discurso no sea imprescindible. A pesar del aparente cambio de narrativa, que simplemente se adapta a las necesidades políticas, la única línea roja de esta guerra sigue siendo la diplomacia.

Aun así, pese a los deseos y las exigencias, a la hora de lograr un acuerdo de paz, la realidad sobre el terreno es el condicionante más importante -aunque no el único, ya que la fuerza económica y política de los bandos en conflicto y el peso de las coaliciones que las apoyan son también factores a tener en cuenta-. Así lo recordaba ayer el diplomático francés Gérard Araud. Ante la exigencia del ministro de Asuntos Exteriores de Lituania de renunciar a negociar con “un dictador genocida” y comprender que “la historia nos sigue diciendo que la verdadera paz solo se puede conseguir por la fuerza”, Araud insistía en que “la historia nos dice que la paz siempre se consigue por medio de negociaciones sobre la base del equilibrio de poder en el campo de batalla”.

La dosis de realismo de Araud no es una excepción y esta semana son varios los medios que se han manifestado de forma similar. El mencionado artículo de Político es un ejemplo más, aunque en este caso es representativo, ya que supone un giro radical en la forma en la que se ha descrito la guerra hasta ahora. La victoria de Trump no es favorable a Ucrania porque el nuevo presidente pueda permitir a Kiev utilizar los ATACMS, Storm Shadow o Scalp contra objetivos en territorio ruso, sino porque la “reelección de Trump ha puesto claramente de manifiesto la insensatez de Occidente al prometer seguir con esta guerra hasta que Ucrania vuelva a sus fronteras de 1991. Algunos líderes también habían prometido un rápido ingreso en la OTAN, aunque eso nunca fue probable en un futuro previsible -si es que lo es- con o sin Trump en la Casa Blanca”. De repente, “a pesar de todas las críticas sobre las elecciones estadounidenses y lo que significan para Ucrania, algunos sectores europeos -incluso Kiev- se sienten secretamente aliviados ante la perspectiva de que Trump ponga fin a la guerra”, un conflicto que el artículo califica de “imposible de ganar”, motivo por el que una negociación es la única vía de salida.

Encerrados en un callejón sin salida, los líderes europeos e incluso Zelensky pueden ahora aprovecharse de la llegada de Trump a la Casa Blanca. “Al fin y al cabo, si tiene éxito, los líderes europeos y los halcones estadounidenses tendrán una coartada, y el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, tendrá cobertura frente a los soldados ucranianos probablemente enfadados en primera línea. Todos le culparán de las promesas incumplidas, de la pérdida del Donbass y de la anexión continuada de Crimea, porque eso es lo que se necesita para llegar a un acuerdo. Eso, y un acuerdo de que Ucrania no entrará en la OTAN: la neutralidad será una concesión firme que exigirá Moscú”, concluye Político.

Más de dos años después de que se rompieran las negociaciones entre Rusia y Ucrania, la resolución que el artículo propone como vía más aceptable es la renuncia a Crimea y Donbass y la aceptación de la neutralidad, exactamente los mismos términos que Moscú ofrecía a Kiev en las negociaciones de Estambul. Como mostraron el pasado mes de abril en un artículo publicado por Foreign Policy Samuel Charap and Sergey Radchenko y como han admitido repetidamente Boris Johnson, David Arajamia, Gerhard Schröeder o Naftali Bennet, el papel de Occidente contribuyó a que el diálogo no tuviera opción de éxito. El acuerdo de Estambul, base sobre la que Kiev y Moscú negociaron durante meses antes de la ruptura definitiva de junio de 2022, “describía un marco multilateral que requeriría la voluntad occidental de entablar relaciones diplomáticas con Rusia y considerar una auténtica garantía de seguridad para Ucrania. Ninguna de las dos cosas era prioritaria para Estados Unidos y sus aliados en ese momento”.

Dos años y medio y miles de muertos después de ese momento, en el que ni la diplomacia ni la paz fueron prioritarias, la victoria de Trump abre, según algunas versiones, la puerta a la posibilidad de negociación sobre las mismas bases. Si ese momento llega -y no hay garantías de ello, ya que las exigencias ucranianas no han cambiado y la paz por medio de la fuerza de Waltz, Rubio y Zelensky tiene más de fuerza que de paz-, lo hará sin la más mínima autocrítica y sin aceptar que las condiciones de guerra imposible de ganar ya eran evidentes en aquel momento en el que se renunció a la diplomacia en favor de luchar contra Rusia hasta el último ucraniano.



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