lunes, 20 de enero de 2025

Ucrania y el legado de Biden


Nahia Sanzo, Slavyangrad

En sus últimas horas al frente de la administración estadounidense, Joe Biden, su equipo y sus aliados mediáticos continúan realizando un enorme esfuerzo para resaltar sus éxitos, jactarse de sus proezas y, en algunos casos, limpiar su imagen. Tanto Biden como Blinken tratan, por ejemplo, de añadir a la columna de éxitos de su gestión el alto el fuego pactado en Gaza y que debe comenzar el domingo. La exaltación de la paz, inexistente en estos momentos en los que las tropas israelíes aprovechan las últimas horas para intensificar sus bombardeos y a unos días de que se retorne a una situación de ausencia de guerra, pero no de conflicto, destrucción y miseria, tiene mucho de relato y apenas soporta preguntas básicas. Israel ha aceptado en esta ocasión el mismo acuerdo que Hamas ya aceptó el pasado mayo y que, en aquel momento, la Casa Blanca presentó como una propuesta propia pero con la colaboración israelí. La administración Biden, que ha insistido repetidamente en que trabajaba “sin descanso” para lograr un alto el fuego que liberara a los rehenes israelíes -el bienestar de la población palestina de Gaza siempre ha sido secundario y no ha habido especial preocupación por los rehenes palestinos encarcelados sin cargos pero en condiciones draconianas en prisiones israelíes- ha tardado siete meses en lograr que Israel aceptara una propuesta en la que supuestamente había participado.

Denostada incluso por una parte de su población, la política estadounidense hacia Israel y Palestina se ha vinculado tan férreamente a la postura israelí que los intentos de Biden y Blinken de presentar a su actuación como constructiva son cada vez más difíciles de creer. No es de extrañar así que el aún presidente de Estados Unidos quiera centrarse en enaltecer su política en relación con el otro gran conflicto bélico de estos años, la guerra de Ucrania, en la que sigue existiendo una mayoría en Estados Unidos que considera que su país se ha colocado en el lado correcto de la historia y defiende la continuación del suministro militar para minar las capacidades de un enemigo histórico como Rusia. La escasa oposición que ha existido a la participación indirecta de Estados Unidos en la guerra, que se limita a cuestiones de coste económico y no a posturas favorables a Rusia, permite tratar el conflicto con una frivolidad que, ante las imágenes de muerte y destrucción masiva, es imposible en el caso de Oriente Medio.

En una de sus últimas entrevistas, al ser preguntado por si sintió temor ante la posibilidad de que Rusia intentara atacarle en su visita a Kiev, Joe Biden afirmó que se encontraba convencido de que Moscú no buscaría asesinar al presidente de Estados Unidos y sus dudas estaban únicamente en los “radicales vinculados a los rusos”. Jactándose de los éxitos de la guerra, siempre sin mencionar las consecuencias que la continuación del conflicto han tenido para Ucrania y su población, Biden quiso informar “al pueblo estadounidense: nuestros adversarios son más débiles de lo que eran cuando llegamos a este trabajo hace cuatro años. Pensemos en Rusia”. La guerra de Ucrania ha reducido drásticamente la amenaza militar convencional de Rusia para la OTAN. Los informes indican que Rusia ha perdido más de 3.000 tanques -toda su fuerza de tanques en servicio activo- y se enfrenta a importantes retos económicos y de mano de obra”, afirma, en esa línea, un artículo publicado por la web 1945, especializada en información de defensa y seguridad nacional, un ejemplo de la tendencia a destacar las pérdidas sufridas por las tropas rusas en la guerra y su efecto a largo plazo.

“Cuando Putin invadió Ucrania”, afirmó Biden, “pensó que conquistaría Kiev en cuestión de días. Pero la verdad es que desde que empezó esa guerra, yo soy el único que se ha plantado en el centro de Kiev, no él. Putin nunca lo ha hecho”. Estados Unidos se aferra a la idea de las 72 horas para tomar Kiev, una idea creada por la propaganda occidental, para destacar la debilidad rusa. Sin embargo, esta línea informativa, que no duda en exagerar las pérdidas y las consecuencias económicas de la guerra, convive sin ninguna contradicción con el discurso de Mark Rutte, que advierte de la necesidad de incrementar radicalmente el gasto militar, ya que, de lo contrario, la población europea se verá obligada a elegir entre la emigración o las clases de ruso.

Tras una pausa para los aplausos, el presidente de Estados Unidos añadió que “fue un largo viaje en tren, pero soy el único comandante en jefe que ha visitado una zona de guerra no controlada por las fuerzas estadounidenses”. “Si no hubiéramos ido, ¿quién habría demostrado liderazgo? No pensé en ello como ‘tengo que ir a Ucrania’. Pensé que era importante que tratáramos a Ucrania como un país independiente. Quería dejarles claro que estamos con ellos”, afirmó el jueves en una entrevista, dejando claro uno de los aspectos más importantes para Washington, utilizar la guerra como herramienta para reforzar su posición de poder. Biden olvidó también que, pese a querer tratar a Ucrania como un país independiente, su equipo organizó el viaje tras haber obtenido garantías de seguridad de la Federación Rusa, con quien Estados Unidos tuvo que coordinar el viaje al lugar cuyo ejército actúa a modo de proxy en la lucha actual.

Estados Unidos inició en 2022 el masivo suministro de armas que continúa hasta hoy y al igual que Kiev apostó por rechazar el acuerdo de paz que Moscú ofreció en Estambul para buscar una solución militar al conflicto. El fracaso de Rusia a la hora de forzar la rendición de Zelensky en los primeros días hizo pensar que Ucrania podría derrotar a Moscú o causar una situación de inestabilidad política y económica capaz de obligar al Kremlin a aceptar los draconianos términos ucranianos, una percepción que aumentó con las derrotas de Járkov y Jersón en otoño de 2022. Sin embargo, el paso del tiempo ha consolidado la guerra de trincheras y los avances rusos en el frente de Donbass a costa de una debilitada Ucrania, cuya dependencia exterior en materia militar y económica hace inviable la ansiada victoria. Pese al multimillonario suministro liderado por Estados Unidos, nadie cree ya en la victoria ucraniana que anunciaba Antony Blinken días antes de que comenzara la contraofensiva de 2023. El final del mandato de Biden llega en un momento en el que Ucrania envía como infantería a especialistas del sector de la aviación y realiza redadas masivas para capturar a los hombres que intentar evitar el reclutamiento obligatorio, impuesto en febrero de 2022 y aún vigente.

Como escribía ayer el periodista Mark Ames, “la guerra de Biden en Ucrania ha terminado en un fracaso catastrófico, por lo que al salir, la Administración Biden intenta adjudicarse uno de los pocos éxitos de Ucrania”. “En una entrevista esta semana, el director de la CIA, William J. Burns, se refirió indirectamente al apoyo de su agencia al programa de aviones no tripulados en Ucrania. «Creo que nuestro apoyo de inteligencia ha ayudado a los ucranianos a defenderse», dijo Burns. «No sólo en el intercambio de inteligencia, sino en el apoyo a algunos de los sistemas que han sido tan eficaces»”, escribía ayer The New York Times en un artículo en el que, en el momento más oportuno, “Estados Unidos revela el antes secreto apoyo a la industria de drones de Ucrania”. Ahora que son las aeronaves no tripuladas las que dan a Ucrania sus escasos éxitos, los ataques contra la industria del petróleo y otros objetivos en la retaguardia, Washington quiere su parte de reconocimiento en la guerra proxy que está utilizando como laboratorio de pruebas. “Según los oficiales de Estados Unidos, el desarrollo de drones de nueva generación ha revolucionado la forma en que se luchan las guerras”, añade el medio, reconocimiento implícitamente el frente como laboratorio de pruebas de armas que posiblemente sean de utilidad en el futuro. Ninguna ayuda es desinteresada y mientras las derrotas son únicamente fruto de los errores ajenos -en este caso de la negativa de Ucrania a ampliar el reclutamiento forzoso a las generaciones más jóvenes-, cualquier éxito es susceptible de que sea arrebatado por los poderes superiores, necesitados de adjudicarse un éxito en sus últimas horas.


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