miércoles, 4 de diciembre de 2024

Minsk o Estambul


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Pese a que la política ha sido relegada en estos últimos dos años a un papel secundario y la oposición que sigue siendo permitida -los partidos nacionalistas- no ha conseguido tener ninguna presencia relevante en la toma de decisiones, monopolizada por el cada vez más reducido círculo de Volodymyr Zelensky, la situación actual ha abierto la puerta al retorno de las aspiraciones de ciertos sectores que habían sido condenados al ostracismo en los últimos tiempos. Es el caso del sector más vinculado a Petro Poroshenko, uno de los aspirantes a regresar al poder en caso de que la guerra permita la celebración electoral y la posición en la que haya quedado Ucrania no sea tan favorable como para garantizar la victoria del actual presidente.

El papel del partido de Poroshenko desde su sonada derrota electoral en 2019 se ha limitado a una oposición insulsa e incapaz de plantear ningún tipo de proyecto alternativo. La invasión rusa tampoco logró dar al expresidente o a su partido un papel relevante y las apariciones de Poroshenko o Parubiy se han limitado al intento de mantener presencia mediática a base de visitas al frente y giras propagandísticas de entrega de ayuda humanitaria. Quizá la persona que ha logrado una mayor presencia en los medios, en este caso a base de declaraciones altisonantes e intento de presentar la situación como aún más grave de lo que es en realidad es el diputado Oleksiy Honcharenko, cuyo oportunismo y voluntad de explotar las peores miserias del país sigue siendo recompensado con presencia en los medios de comunicación.

La victoria electoral de Donald Trump, la situación actual en el frente y la incertidumbre provocada por la suma de ambas han permitido que otras personas vinculadas a este sector del establishment político contrario a Zelensky retomen la actividad de presentación de análisis y propuestas políticas con claras ambiciones electorales. El último ha sido Yuri Lutsenko, fiscal general de Ucrania en tiempos de Poroshenko, que la semana pasada publicó en sus redes sociales un texto de siete puntos en los que plantea su visión sobre la situación actual y las necesidades inmediatas de Ucrania.

El punto de partida es que “las Fuerzas Armadas de Ucrania siguen siendo el único factor para la supervivencia de Ucrania”. La razón de ser del Estado ucraniano es la guerra, por lo que su ejército tiene que ser la base de toda política a corto e incluso medio y largo plazo. “El ejército mantiene el frente actualmente y mantendrá el futuro de nuestro Estado”, escribe Lutsenko. El exfiscal general procede a explicar lo que percibe como una “división del trabajo” tras las elecciones y cuyo objetivo es obligar a Vladimir Putin a un alto el fuego. Según Lutsenko, la prueba de que se trata de una labor conjunta es la ausencia de críticas de Donald Trump al permiso de Joe Biden para el uso de misiles occidentales en territorio de la Federación Rusa. En realidad, las quejas del círculo más cercano a Trump sí que han existido, aunque no por el hecho en sí, sino fundamentalmente por haber perdido esa decisión como herramienta de presión a Vladimir Putin. Las palabras de Michael Waltz, futuro Asesor de Seguridad Nacional de Trump, que se refirió a “quitar las esposas” a Ucrania para el uso de armamento occidental como uno de los medios para lograr una negociación muestran que no es la medida en sí la que ha molestado al entorno del presidente electo, sino haber perdido la posibilidad de utilizar esa amenaza como medio para imponer su paz a través de la fuerza.

Lutsenko ve la escalada que ha supuesto la medida como un paso de Vladimir Putin hacia una nueva crisis de los misiles, que recuerda que se resolvió -gracias a Kennedy, un nacionalista ucraniano no puede dar crédito a un hombre soviético, en este caso Nikita Jruschev, ucraniano- con la retirada de los misiles soviéticos de Cuba, los estadounidenses de Turquía y la garantía de que la isla caribeña no sería invadida por Estados Unidos. El escenario actual camina, según Lutasenko, hacia un próximo ataque con un misil similar al que atacó Yuzhmash en Dnipropetrovsk, aunque en esta ocasión con carga explosiva (no nuclear) y posiblemente un ataque a Kiev. Lutsenko vincula esta escalada a la búsqueda de un nuevo tratado de armas convencionales similar al roto por Donald Trump en 2018 (culpando a Rusia, como es costumbre) y que el actual presidente electo utilizaría para labrar su imagen de presidente de paz y que sería, según el exfiscal ucraniano “una zanahoria para el demoniaco Putin, que sueña con volver a la mesa de las grandes potencias”.

“En este contexto, es importante para nosotros impedir que la seguridad de Ucrania quede desatendida”, insiste, pese a comprender que “el presidente Trump definitivamente no va a entregar toda Ucrania a Putin”. Pero, opina Lutsenko, “que se mantenga nuestro derecho a un arsenal de misiles para disuadir al enemigo y a acuerdos bilaterales serios de asistencia militar depende de quién determine la posición de Ucrania”. Esa es la clave y lograr una posición favorable exige ahora mismo “un alto el fuego”. Eso permitiría avanzar hacia un proceso electoral en el que vuelva a abrirse el camino a recuperar el poder político perdido y tratar de imponer las condiciones que se consideren necesarias. No es casualidad que este cambio de parecer en el entorno de Poroshenko se produzca ahora que, según las encuestas, una parte importante de la población preferiría que Volodymyr Zelensky no optara a la reelección.

“Esto abrirá la oportunidad de celebrar elecciones no tanto para el presidente de Ucrania, sino para el comandante en jefe supremo, que determinará el formato del acuerdo de paz”, indica abiertamente Lutsenko para añadir que “la elección es sencilla: Minsk o Estambul. Una fortaleza armada o una víctima indefensa”. Tras diez años de guerra, los primeros ocho limitada a Donbass, las dos opciones que parecen quedar a Ucrania son los dos intentos de lograr un acuerdo de paz. Hace unos días, Andriy Ermak planteó la posibilidad de negociar una vez se retorne a las fronteras del 23 de febrero de 2023, es decir, a las que se planteaban en Estambul. Aunque contradictorias y cambiantes prácticamente a diario, las propuestas del entorno de Zelensky parecen centrarse en lograr una negociación sobre las bases de Estambul -algo a lo que Rusia también se ha mostrado dispuesta-, aunque con una gran diferencia: como en 2022, Ucrania no aceptaría la neutralidad, al menos de partida, ni tampoco garantías de seguridad bilaterales y exigiría el acceso a la OTAN, aunque inicialmente no se aplicara el Artículo V de defensa colectiva.

En realidad, las dos facciones de la política ucraniana defienden una misma resolución al conflicto que implique necesariamente la militarización del país, un aspecto con potencial para causar nuevos conflictos futuros en caso de un final de la guerra similar al de Corea que no implique un tratado sino un armisticio y una posterior paz armada. Sin embargo, es interesante observar la definición de Lutsenko de Minsk y Estambul como una fortaleza armada el primero y un país indefenso el segundo. Según los términos de Estambul, Ucrania habría visto reducido su ejército y habría renunciado a la OTAN, aunque lo habría hecho a cambio de garantías de seguridad tanto de Rusia como de aliados tan importantes como Estados Unidos y el Reino Unido o potencias regionales como Turquía. Kiev habría mantenido -por aquel entonces prácticamente intactas- las regiones de Jersón y Zaporozhie y solo habría perdido la parte del país que ya no se encontraba bajo su control antes de la invasión rusa y, quizá, otra pequeña parte de Donbass. En otras palabras, habría supuesto mantener el 90% del territorio, la viabilidad del Estado aún sin destruir, y la obtención de un tratado que evitara otra guerra. Renunciar a la OTAN o, en términos de Lutsenko, dejar a Ucrania indefensa, fue excesivo para el equipo de Zelensky, que optó -quizá en parte porque eran sus aliados quienes rechazaban ofrecerle las garantías de seguridad que debían suplir la adhesión a la alianza- por luchar hasta la victoria (o derrota) final. La militarización posterior del Estado, el aumento del suministro y de la potencia de las armas recibidas, la insistencia en la adhesión a la OTAN y el punto cuarto del Plan de Victoria de Zelensky, que exige la instalación de misiles occidentales en Ucrania de forma permanente, muestran que la fortaleza armada es el objetivo común del actual Gobierno y de quienes formaron parte del anterior.

La mención a Minsk, un acuerdo negociado por el entonces presidente Petro Poroshenko y abiertamente rechazado por Zelensky, muestra las intenciones de las partes de diferenciarse, pero también es representativo de lo que Minsk fue para Ucrania. Según aquel acuerdo alcanzado la noche del 12 de febrero de 2015 en la capital bielorrusa con la participación de Angela Merkel y François Hollande, Ucrania recuperaría los territorios perdidos de Donbass, la RPD y la RPL, a cambio de garantías políticas para esos territorios, una cierta autonomía lingüística y cultural y capacidad para comerciar con las regiones rusas fronterizas. El acuerdo no contenía ninguna limitación adicional para Ucrania ni la posibilidad de veto de las regiones a la adhesión de Ucrania a la UE o la OTAN como han repetido en tantas ocasiones quienes han presentado el acuerdo como la paz del vencedor de Vladimir Putin. Las palabras de Lutsenko calificando el acuerdo como “fortaleza Ucrania” muestran que la interpretación nacionalista de Minsk era simplemente una pose.

El apego a Minsk del sector cercano a Poroshenko recuerda también el uso que Ucrania hizo de aquel acuerdo. Sin intención de implementar sus puntos políticos, Kiev firmó los acuerdos en momentos (septiembre de 2014 y febrero de 2015) en los que su ejército se encontraba en riesgo de colapso. Con ello consiguió detener, por orden de Rusia, las ofensivas de las Repúblicas Populares, estableciendo un frente más cómodo para defender y tiempo para reforzarse y fortificar la zona, garantizando que no iba a perderse más territorio. La posibilidad de culpar a Rusia de cualquier infracción del alto el fuego permitió a Ucrania -tanto en tiempos de Poroshenko como de Zelensky- utilizar los bombardeos como herramienta de presión: la intensidad aumentaba en momentos en los que había que impedir avances en las negociaciones y descendía cuando se deseaba lograr concesiones de Moscú. Mantener la guerra activa, pero controlada permitió al Gobierno ucraniano justificar sus medidas económicas y represivas en la necesidad de luchar contra el enemigo externo, Rusia, y el interno, la quinta columna de Donbass, mientras se utilizaba la retórica de ocupación rusa para acercarse a Occidente y exigir trato de favor a la hora de acceder a la Unión Europea y la OTAN.

Todo ello se repite ahora aunque en condiciones mucho más duras. El alto el fuego que busca Zelensky -y que es exactamente el mismo que describe Lutsenko- sería un gran Minsk, una paz armada entre dos bandos mucho más militarizados y entre los que la desconfianza no ha hecho sino aumentar. Sin embargo, la actual guerra es aún más útil para quienes han utilizado el conflicto para reestructurar el Estado a su antojo. Ahora, el conflicto exige para Kiev más apoyo -es decir, más presencia occidental-, más armas y más medidas represivas contra la población sospechosa de formar parte de ese enemigo interno, que no solo está compuesto por los partidarios de Rusia o de las Repúblicas Populares, sino por cualquier persona o colectivo que no acepte al pie de la letra los nuevos preceptos del Estado nacionalista.


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