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jueves, 1 de octubre de 2009

domingo, 27 de septiembre de 2009

domingo, 30 de agosto de 2009

Lecturas

Todos los zombies del presidente, Paul Krugman. El País
Tormentas pasadas y lo que podría venir a continuación, Paul Samuelson. El País
El comercio justo se asoma al capitalismo, J.A. Aunión. El País
¿Por qué no un Consejo Económico Mundial?, Francisco morote. Rebelión
No será penado el consumo de marihuana en el ámbito privado, El cronista de Argentina.


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domingo, 16 de agosto de 2009

Lecturas

Evitar lo peor, Paul Krugman. El Pais.
Intervencionismo conservador, Bradford DeLong. El Pais
China pilota la recuperacion, Jose Reinoso. El Pais.
Economia mexinana cae 11,2% el segundo trimestre, La Jornada.
Prechter predice que el petróleo caerá por debajo de los diez dólares en la próxima década, El Economista


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domingo, 9 de agosto de 2009

viernes, 7 de agosto de 2009

Revancha en el laboratorio, el ensayo neoliberal ha concluido


Gracias a Ramón Morata, de Artículos claves, he llegado a este artículo de Alejandro Nadal publicado esta semana en La Jornada. Plenamente coincidente con la línea crítica al neoliberalismo que desarrollo en este blog, así como en varios artículos publicados en El Blog Salmón. La mirada ciega y cortoplacista de un modelo económico basado en el capital financiero, ha arrastrado al mundo a la actual debacle que amenaza con ser la más destructiva de la historia. La complicidad y complacencia de los gobiernos que lo aceptaron, le ha significado al mundo veinte años de retroceso. Este es el artículo de Alejandro Nadal:

Alejandro Nadal, La Jornada

El ensayo neoliberal ha concluido. Todo salió mal. No generó crecimiento, y cuando lo hubo fue sobre bases artificiales. Los equilibrios macroeconómicos crecieron y resultaron insostenibles. Las remuneraciones salariales se estancaron, lo que condujo al endeudamiento. La desigualdad y pobreza aumentaron. El sector financiero se expandió por la deficiente rentabilidad en el sector real y la crisis no se hizo esperar.

Pero dentro de todo esto una minoría se benefició. Esa elite planea no sólo continuar el experimento, sino ampliarlo. Los primeros signos se encuentran inscritos en la arquitectura y prioridades de los programas de rescate y de estímulo para frenar la recesión. Otra señal clara ya se despliega en los laboratorios de la academia.

Vamos por partes. Una lección clave de la crisis se relaciona con la teoría económica. Ahora debe quedar claro para todos que la escuela de pensamiento económico dominante, la teoría económica neoclásica, está en bancarrota. Su principal exponente, el modelo de equilibrio general, es una entelequia para la que esta crisis no debería estar sucediendo. La sofisticación matemática de la teoría de equilibrio general (TEG) sólo es comparable con la superficialidad de sus seguidores. La TEG es el artefacto ideológico más importante del neoliberalismo (y quizás del capitalismo).

Los fracasos de ésta son múltiples. Su principal objetivo era demostrar que las fuerzas del mercado, si son dejadas en libertad, conducen a una posición de equilibrio (oferta y demanda iguales en todos los mercados). Durante años, la TEG trató de probar (a través de un modelo matemático) que la formación de precios de equilibrio es intrínseca al libre funcionamiento de los mercados.

Pero no pudo lograr su objetivo. A finales de los años 50 se alcanzaron algunos resultados que se pensó podían ser la base de una demostración general. La ilusión duró poco: en 1960, Herbert Scarf demostró con su célebre contraejemplo que no había fundamentos para apoyar esa conjetura. En 1974, los teoremas de Sonnenschein-Mantel-Debreu mostraron definitivamente que se había llegado a un callejón sin salida: la TEG nunca podría demostrar la convergencia al equilibrio. ¡Vaya resultado! Pero hay una ironía extraordinaria: en los años que siguieron, la bancarrota científica de la teoría que justificaba el credo del libre mercado coincidiría con el triunfo ideológico del neoliberalismo. Eso tiene mucho que ver con lo que sucedió en las universidades.

La teoría de equilibrio general tiene otros defectos importantes. Por sorprendente que le parezca a los lectores, esta teoría no tolera la introducción de la moneda. Sí, leyó usted bien, la teoría más sofisticada de la que se reclaman los tecnócratas aduladores del libre mercado es no monetaria y su modelo matemático es el de una economía de trueque. La paradoja es más fuerte: resulta que el modelo utilizado para justificar la apertura financiera es un modelo teórico en el que no tiene cabida la moneda. Esto es un escándalo.

La concepción idílica del libre mercado también es la base de la teoría macroeconómica contemporánea. En efecto, la nueva macroeconomía clásica (en su versión monetarista o de expectativas racionales) descansa en una fe inquebrantable en la estabilidad de los mercados. Para esta teoría, si existe flexibilidad de precios y salarios, no habrá desempleo. No importa que no se tenga la menor prueba de que el libre mercado conduce al equilibrio. No importa que muchos estudios demuestren que la flexibilidad de precios es precisamente lo que conduce a la volatilidad e inestabilidad de los mercados.

Los economistas neoclásicos, en su modalidad micro o macroeconómica, tienen una pesada responsabilidad en lo que ha sucedido en la economía mundial. Sus modelos vacíos están detrás de la divergencia entre productividad y salarios, de la desigualdad y del endeudamiento, de la idea absurda de la tasa natural de desempleo y de la especulación como leitmotiv de la vida financiera.

No será fácil cambiar las prioridades de la política económica para acceder a un modelo de desarrollo comprometido con el bienestar y la sustentabilidad ambiental. Esta crisis debería contribuir a reformular trayectorias de investigación y planes de estudio en las universidades con nuevas prioridades sobre crecimiento, salarios y remuneraciones, cartelización y corporaciones, la experiencia monetaria y el sector financiero, y, desde luego, la intersección con la base de recursos naturales.

Pero es precisamente en el laboratorio de la academia donde el establishment buscará que todo siga igual, como si la crisis no existiera. La TEG seguirá siendo objeto de enseñanza (pero sin sus deficiencias), al igual que la nueva macroeconomía clásica. Como si nada. El fuerte compromiso ideológico de los economistas neoclásicos y la flojera crónica para abrir nuevas vías de investigación harán difícil el camino. El revanchismo neoliberal en la academia buscará consolidar la stasis. Para las ciencias sociales, esto conlleva un peligro mortal. Y eso no es metáfora.

domingo, 2 de agosto de 2009

Lecturas


Lecturas recomendadas:

- Una verdad incoherente, Paul Krugman. El País
- Burbujas que slen muy caras, Walter Oppenheimer. El País
- Patendo la escalera del crecimiento, Julio Sevares. El Clarin
- Las cartas íntimas de Beckett, J.M. Coetzee. Eñe
- La recuperación comenzaré el último trimestre, Roberto Navarro. Página 12
- California en emergencia, Manuel Freytas. Rebelión
- La situación económica global, Umberto Mazzei. Argenpress

domingo, 26 de julio de 2009

Lecturas

-Una pronta recuperación: ¿ficción o realidad?, Paul Samuelson
-El primer país en salir, editorial de El País.
-En busca de una estrategia de salida, Jean Pisani-Ferri
-Grandes metas y problemas no resueltos, Jeffrey Sachs
-Latinoamérica rezagada, Alvaro Lissón y Daniel Manzano
-Keynes: ¿Un hombre actual?, Walden Bello. Sin Permiso

viernes, 17 de julio de 2009

Giovanni Arrighi: el largo siglo XX


Alejandro Nadal, La Jornada

La crisis financiera y económica que estalla en 2007-08 no puede entenderse sin un análisis histórico del capitalismo a lo largo del siglo XX. Esa referencia la proporciona Giovanni Arrighi, economista italiano y profesor de la Universidad Johns Hopkins, fallecido recientemente en la ciudad de Baltimore.
Su obra El Largo Siglo XX es un extraordinario edificio intelectual que abarca 500 años de una historia cuyos personajes centrales son los ciclos de acumulación de capital. Es lectura obligada para entender no sólo la crisis actual, sino el punto de inflexión del capitalismo mundial.

La innovación analítica de Arrighi consiste en examinar comparativamente las características de los sucesivos ciclos de acumulación a lo largo de cinco siglos de historia económica. En su recorrido identifica cuatro etapas fundamentales. La primera es el ciclo genovés, que va del siglo XV hasta principios del XVII. Le sigue el ciclo holandés, que corre hasta finales del siglo XVIII. Viene después la etapa británica que domina el siglo XIX y le sucede el ciclo estadunidense, que se consolida en el siglo XX. Cada etapa es la expresión de la tendencia general a la expansión del mercado capitalista.

En cada ciclo se yergue un centro hegemónico de acumulación que organiza las relaciones políticas, económicas, comerciales y financieras (a escala mundial) en función de sus necesidades. A lo largo de este proceso, el capital muestra una gran capacidad de adaptación y de flexibilidad, desplazándose continuamente hacia los espacios más rentables. Y cuando las ganancias decaen, ya sea porque la competencia intercapitalista se intensifica, o porque el acceso a ciertos recursos naturales se hace difícil, o porque es imposible encontrar mercados para dar salida a las mercancías, el capital busca el refugio de la liquidez.

En otros términos, cuando se deprime la rentabilidad en los sectores reales de la economía, el capital adopta preferentemente la forma de capital financiero. Es la lección de historia en esta vista panorámica de la historia del capitalismo. En el primer ciclo, Ámsterdam abandona el comercio a mediados del siglo XVIII y se convierte en el banquero de Europa. Más tarde, a finales del siglo XIX Londres se convierte en el centro financiero, abandonando lo que Braudel llamó la fantástica aventura de la Revolución Industrial.

El último ciclo de acumulación de capital, dominado por Estados Unidos, es la historia del largo siglo XX que comienza con la Gran Depresión de 1873-1896 y la expansión financiera de finales del siglo XIX. En ese lapso las estructuras del régimen de acumulación organizado alrededor del Imperio británico fueron eliminadas al tiempo que se sentaban las bases de un nuevo sistema hegemónico. Naturalmente, este proceso de cambio no se lleva a cabo sin convulsiones. Y desde esta perspectiva, las dos guerras mundiales no son más que una sola (una nueva guerra de 30 años) que va de 1914 a 1945. Los contendientes fueron los aspirantes a ocupar el centro de un nuevo sistema hegemónico de concentración de capital.

La expansión material de las décadas de 1950 a 1970 corresponde a la época dorada del sistema hegemónico estadunidense. En esas décadas la tasa de crecimiento de las economías capitalistas es superior a todo lo experimentado en el resto del siglo XX. El capitalismo Made in USA se impone como patrón de organización del sistema-mundo-capitalista. Pero los antiguos pretendientes a ser centros de un sistema hegemónico, Japón y Alemania, resurgen como competidores económicos y acaban por socavar las bases de la hegemonía estadunidense. El periodo que arranca en 1970 está marcado por la expansión del sector financiero. Y a partir de ese momento, la financiarización de la economía capitalista es la pauta central mientras se destruyen las bases que habían favorecido la acumulación en el periodo dorado. El fortalecimiento del sector financiero conlleva a la liberalización financiera a escala mundial y a sentar las bases de la actual crisis.

Dos lecciones importantes se desprenden del trabajo de Arrighi. Primera: el Estado no es el enemigo del capitalismo (al contrario, éste sólo triunfa cuando las redes de poder se subordinan a los dictados de las redes de la acumulación capitalista). Segunda: el mercado y el capitalismo no son equivalentes. La circulación monetaria que es la esencia del capital, es enemigo mortal del mercado (lo utiliza y lo destruye). Aquí se nota el fuerte contraste del trabajador intelectual y la mediocridad de una parte muy importante del establishment académico.

En Arrighi observamos una historia del capitalismo más definida por periodos de crisis y destrucción, que por los plácidos interludios de construcción de nuevas bases de expansión. El largo siglo XX es un excelente ejemplo, con sus guerras devastadoras y sucesión interminable de crisis financieras. El epílogo es una pregunta abierta: ¿podría China ser el nuevo centro hegemónico de acumulación capitalista?

Enlace a La Jornada
http://nadal.com.mx

lunes, 13 de julio de 2009

Paul Krugman: Aquel espectáculo de los años 30

Paul Krugman, El País, The New York Times

Perfecto, el último informe sobre el mercado laboral no deja lugar a dudas. Vamos a necesitar más estímulo. ¿Pero lo sabe el presidente? Hagamos cuentas. Desde que empezó la recesión, la economía estadounidense ha perdido 6,5 millones de puestos de trabajo, y como corroboraba ese pesimista informe sobre el empleo, sigue perdiéndolos a gran velocidad. Si tenemos en cuenta los 100.000 nuevos puestos de trabajo mensuales que necesitamos para adaptarnos al crecimiento de la población, tenemos un agujero aproximado de 8,5 millones de empleos.

Y cuanto más crezca el agujero, más nos costará salir de él. Las cifras de empleo no eran lo único malo en el informe del martes, que también demostraba que los salarios están estancados y posiblemente a punto de experimentar un rotundo descenso. Es la receta para caer en la deflación al estilo japonés, que es muy difícil de superar. ¿Alguien quiere una década perdida?

Un momento, hay más malas noticias: la crisis fiscal de los Estados. A diferencia del Gobierno federal, a los Estados se les exigen presupuestos equilibrados. Y enfrentados a una drástica caída de ingresos, la mayoría está preparando salvajes recortes presupuestarios, muchos de ellos a expensas de los más vulnerables. Aparte de crear directamente mucha miseria, estos recortes deprimirán aún más la economía.

¿Y qué tenemos para contrarrestar esta espeluznante perspectiva? Tenemos el plan de estímulo de Obama, cuyo objetivo es crear 3,5 millones de puestos de trabajo de aquí a finales del próximo año. Es mucho mejor que nada, pero ni mucho menos suficiente. Y no parece que haya muchas cosas más. ¿Recuerdan el plan del Gobierno de reducir drásticamente la tasa de ejecuciones hipotecarias, o su plan de conseguir que los bancos vuelvan a prestar retirando los activos tóxicos de sus balances contables? Yo tampoco.

Todo esto le resulta deprimentemente familiar a cualquiera que haya estudiado la política económica estadounidense de la década de 1930. De nuevo un presidente demócrata ha conseguido que se aprueben políticas de creación de empleo que suavizarán la caída, pero que no son suficientemente audaces como para producir una recuperación total. De nuevo buena parte del estímulo federal se ve eclipsado por los recortes presupuestarios a escala estatal y local.

¿Quiere esto decir que no hemos aprendido de la historia y estamos, por lo tanto, destinados a repetirla? No necesariamente; pero corresponde al presidente y a su equipo económico asegurarse de que esta vez las cosas sean distintas. El presidente Barack Obama y sus funcionarios deben intensificar los esfuerzos, empezando por un plan que haga que el estímulo sea mayor.

Quiero dejar claro que soy perfectamente consciente de lo difícil que será conseguir que se apruebe ese plan. No habrá ninguna cooperación de los líderes republicanos, que han optado por una estrategia de oposición total, no limitada por los hechos ni por la lógica. De hecho, estos líderes respondieron a las cifras de empleo más recientes proclamando el fracaso del plan económico de Obama, algo que, lógicamente, es ridículo. El Gobierno advirtió desde el principio que pasarán varios trimestres antes de que el plan tenga efectos positivos importantes. Pero eso no impidió al presidente del Comité de Estudios Republicano emitir una declaración en la que exigía: "¿Dónde están los puestos de trabajo?".

Tampoco está muy claro que el Gobierno vaya a recibir mucha ayuda de los "centristas" del Senado, que evisceraron parcialmente el plan de estímulo original al exigir recortes en la ayuda a las administraciones públicas estatales y locales; ayuda que, como ahora vemos, se necesita desesperadamente. Me gustaría pensar que algunos de esos centristas sienten remordimientos, pero si es así, no he visto ninguna señal de ello.

Y como economista, añadiría que muchos miembros de mi profesión no están ayudando precisamente. Ha sido un duro golpe ver a tantos economistas con buena reputación reciclar viejas falacias -como afirmar que cualquier aumento del gasto público desplaza una cantidad igual de gasto privado, incluso cuando hay un desempleo masivo- y prestar su nombre a afirmaciones zafiamente exageradas sobre los males del déficit presupuestario a corto plazo. (Ahora mismo, los riesgos asociados con el aumento de la deuda son mucho menores que los que supone el no dar a la economía el apoyo adecuado).

Además, como en la década de 1930, quienes se oponen a la acción difunden historias de miedo sobre la inflación, a pesar de que la deflación acecha. Por consiguiente, aprobar otra ronda de estímulo será difícil. Pero es esencial.

Los economistas del Gobierno de Obama saben qué está en juego. De hecho, hace sólo unas semanas, Christina Romer, presidenta del Consejo de Asesores Económicos, publicaba un artículo sobre las "lecciones de 1937", el año en que Roosevelt cedió ante los halcones del déficit y la inflación, con desastrosas consecuencias para la economía y para el programa político presidencial. Lo que no sé es si el Gobierno es consciente de lo insuficiente que resulta lo hecho hasta ahora.

Éste es mi mensaje para el presidente: tiene que hacer que su equipo económico y sus políticos trabajen a favor de un estímulo adicional ya mismo. Porque si no lo hace, se enfrentará pronto a su 1937 particular.
____________________________
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008. (c) 2009 New York Times News Service. Traducción de News Clips.

Enlace al articulo en El País
Enlace a artículo en The New York Times

domingo, 7 de junio de 2009

El Estado ha vuelto... y a lo grande

¿Qué fue de los Amos del Universo satirizados por Tom Wolfe? Los ministros de Finanzas ocupan hoy su lugar. En contra de tantos augurios, Al Qaeda y la crisis han devuelto el protagonismo a los Gobiernos

PAUL KENNEDY

Hace unos 500 años, en algunas zonas de Europa occidental, ocurrió algo curioso en la sociedad humana. En vez de pequeñas unidades territoriales -ducados, principados, ciudades libres, áreas gobernadas por caudillos anárquicos y fronteras llenas de violencia- aparecieron varias naciones-Estado (España, Francia, Inglaterra y Gales), cuyos Gobiernos poseían poderes extraordinarios: el monopolio del ejército y la policía, el derecho a recaudar impuestos y el establecimiento de estructuras uniformes de gobierno, además de una asamblea nacional, una lengua común, una bandera, un sistema de correos y todos los demás atributos de la soberanía que los 192 miembros actuales de la ONU dan por descontados.

Pero ese Estado nunca careció de enemigos ni de críticos, entre ellos los numerosos intelectuales que se atrevieron a predecir su desaparición. Por ejemplo, Karl Marx profetizó que el éxito futuro del comunismo internacional llevaría de forma inevitable al "desvanecimiento gradual del Estado". También los partidarios de una Federación Mundial en los años cuarenta del siglo XX propugnaron la instauración de varias formas de gobernanza mundial, incluido un Parlamento de toda la humanidad.

Más recientemente -y esto nos aproxima al tema de este artículo-, los defensores del capitalismo de libre mercado sin ningún tipo de control dijeron que el mundo estaba convirtiéndose en un bazar único en el que los Gobiernos eran cada vez más ineficaces, las guerras y los conflictos eran una cosa del pasado, la guerra fría era una curiosidad histórica y las finanzas cosmopolitas eran la fuerza dominante en los asuntos internacionales.

Los lectores recordarán libros con títulos tan sugerentes como El mundo sin fronteras (Kenichi Ohmae, 1990) y provocadores artículos sobre El final de la historia (Francis Fukuyama, 1989) como ejemplos de este tipo de pensamiento. Si había un grupo de actores al que perteneciera el mundo, era a los juveniles banqueros de Goldman Sachs, los capitalistas de riesgo y los jadeantes economistas del laissez-faire. El Estado se había quedado anticuado, sobre todo en sus variantes más grandes.

Pues bien, dos grandes erupciones de principios del siglo XXI han puesto en tela de juicio la hipótesis de que ya no necesitamos ni tenemos que prestar atención a lo que los conservadores estadounidenses llaman, con desprecio, el "gran gobierno".

La primera fueron los atentados terroristas del 11-S. Aquellas acciones mortales e inesperadas por parte de unos actores no estatales hirieron profundamente a la nación más poderosa de la tierra y la empujaron a llevar a cabo una increíble variedad de respuestas contra Al Qaeda y los talibanes. Todas las medidas de seguridad, la enorme acumulación de datos sobre cada ciudadano, la comunicación de informaciones de inteligencia nacional con otros Estados y las medidas coordinadas contra las cuentas bancarias sospechosas y los artículos prohibidos fueron algunas de las muchas consecuencias de la llamada guerra contra el terror. (Como nota personal, este artículo lo he escrito durante un viaje reciente alrededor del mundo en el que siempre estuvo presente el "Estado"; en el aeropuerto de Roma tuve que pasar tres controles de seguridad. Hace 20 años, habría resultado increíble).

Si a esos miedos al terrorismo unimos el inmenso malestar sobre la inmigración ilegal y las medidas contra ella, tenemos la impresión de que el "mundo sin fronteras", si es que alguna vez existió, se ha visto sustituido por controles gubernamentales y exhibiciones de autoridad en todas partes.

El segundo acontecimiento desafortunado y aterrador ha sido la crisis financiera internacional de 2008-2009, en la que la irresponsabilidad generalizada en el mercado de las hipotecas basura de Estados Unidos ha causado una onda expansiva que ha alcanzado a todo el mundo.

Se pueden decir muchas cosas sobre esta convulsa situación, pero una de las más importantes es seguramente cómo ha humillado a quienes el novelista estadounidense Tom Wolfe llamó con sarcasmo "los Amos del Universo", es decir, los banqueros, los asesores de fondos de inversión y los falsos profetas de un índice Dow Jones en crecimiento constante. También han acabado aplastadas algunas de las entidades financieras más venerables y distinguidas. Para las personas que han perdido sus casas o han visto cómo se diezmaban sus ahorros y sus pensiones, la humillación pública de banqueros y consejeros delegados que hemos presenciado durante el último año no es más que un triste consuelo parcial. Para los millones de trabajadores que han perdido sus empleos o se han visto forzados a reducir sus jornadas de trabajo debido a la recesión mundial, el grado de castigo de los ricachones no es, ni mucho menos, suficiente.

Pero eso no es lo que quiero dejar claro aquí. Lo que quiero decir es que el mundo del capitalismo de libre mercado sin control se ha encontrado con un final brusco y escalofriante y que el Estado ha tenido que intervenir para hacerse con el control de la situación tanto económica como política.

En varias partes del mundo, por supuesto, el Estado nunca se quitó de en medio, y a finales de los noventa ya había indicios de que estaba aumentando sus poderes en países tan distintos como Rusia, China, Venezuela y Zambia. Pero lo que resulta más llamativo es el reciente vuelco en las economías que hasta ahora se regían por el mercado, sobre todo en Estados Unidos.

Ver a los principales banqueros estadounidenses interrogados una y otra vez en los comités del Congreso, ver cómo sus empresas están sujetas a "pruebas de estrés" gubernamentales, enterarnos de que sus salarios y primas van a tener en el futuro un "tope", es ver cómo se derriba a unos gigantes. Y es un poderoso recordatorio de la fuerza latente del Estado-nación.

Lo mismo ocurre, lógicamente, en la esfera internacional. ¿Quiénes son hoy los Amos del Universo: los señores del capital privado, cuyas limusinas y cuyos helicópteros entraban y salían cada año del Foro Económico Mundial en Davos, o los adustos responsables de nuestros principales ministerios de Hacienda y bancos centrales? La respuesta es evidente.

Hasta las grandes instituciones financieras mundiales bailan al son que les marcan sus amos políticos, es decir, los Gobiernos que más voz tienen en ellas. Tal vez el Fondo Monetario Internacional vaya a disponer de unos cuantos cientos de miles de millones de dólares más para ayudar a las economías dañadas y las divisas en bancarrota, pero ¿quién lo ha autorizado?

Por supuesto, un grupo de gobiernos nacionales que comprendieron la necesidad de rescatar el sistema financiero mundial. Da igual que lo decidiera el viejo G-7 o el nuevo G-20 en su reciente reunión de Londres; el caso es que fue claramente un G-algo, es decir, fue una acción de "gobierno".

En resumen, el Estado ha vuelto a primera fila (si es que alguna vez dejó el teatro, y no estaba meramente descansando entre bambalinas). En la mayoría de los países, la parte gubernamental del PIB está aumentando sin cesar, en consonancia con el gasto oficial y las deudas nacionales. Todos los caminos parecen llevar al Congreso, o el Parlamento, o el Bundestag; o al Banco Popular de China. Los mercados observan con ansiedad el menor indicio de alteración de los tipos de interés o cualquier afirmación, por muy calculada o torpe que sea, sobre la fortaleza del dólar estadounidense.

Todas estas cosas no habrían sorprendido a los reyes Valois de Francia, ni a los monarcas Tudor, ni a Felipe II de España. Al final, y para utilizar una frase favorita del presidente Harry Truman, "la responsabilidad es mía". Es decir, de los líderes políticos, que, elegidos o no, son quienes suelen tener las riendas del poder.

Era una locura pensar que esa vieja verdad ya no era válida en los últimos años, sólo por las especulaciones de algunos responsables de fondos alternativos y unos cuantos banqueros excesivamente ambiciosos.

______________________
© 2009, Tribune Media Services, Inc.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Paul Kennedy ocupa la cátedra J. Richardson de Historia y es director de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Está escribiendo una historia de la Segunda Guerra Mundial.

domingo, 24 de mayo de 2009

Lecturas


En El País:

"El bajo precio del petróleo debe ayudar a la recuperación"
Entrevista a Robert Zoellick, Presidente del Banco Mundial
"Hay riesgo de una grave crisis social"

En Economist's View:
"Anatomy of Thatcherism"

miércoles, 13 de mayo de 2009

Continúa la "Exuberancia Irracional"

La bola de cristal está bastante turbia y los mercados siguen dando muestras claras de su exuberancia irracional al querer hallar brotes de recuperación ahí donde no hay nada más que vacío. Si bien hemos advertido que la economía mundial se encuentra próxima a tocar fondo, no hay esperanzas de una recuperación en el corto plazo y el desempleo promete seguir la senda anticipada el año pasado que, al menos para Europa y Estados Unidos, será largo y doloroso.

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domingo, 29 de marzo de 2009

"La mística del mercado"

Paul Krugman

..últimamente cada vez está más claro que los altos cargos del Gobierno de Obama siguen bajo la influencia de la mística del mercado. Siguen creyendo en la magia del mercado financiero y en la destreza de los magos que hacen esa magia.

La mística del mercado no siempre ha dominado la política financiera. EE UU emergió de la Gran Depresión con un sistema bancario estrictamente regulado, que convertía las finanzas en un negocio serio, aburrido incluso. Los bancos atraían depositantes ofreciendo sucursales cómodamente ubicadas y quizá una o dos tostadoras de regalo; usaban el dinero así atraído para conceder préstamos, y eso era todo.

Y el sistema financiero no sólo era aburrido. Era también, según criterios actuales, pequeño. Incluso durante los "años de abundancia", el mercado alcista de la década de 1960, las finanzas y los seguros juntos suponían menos del 4% del PIB. La relativa falta de importancia de las finanzas se reflejaba en la lista de valores que componían el índice Dow Jones, que hasta 1982 no contenía una sola empresa financiera.


Siga leyendo este artículo de Paul Krugman en El País: La mística del mercado

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