La dinámica de la escalada está estructuralmente implícita en la guerra híbrida. Y sus primeras consecuencias se producen en el plano interno de cada país, donde cada palabra o pensamiento no alineado comienza a percibirse como «a sueldo del enemigo»
Andrea Zhok, Arianna Editrice
En los últimos días, tres petroleros y un carguero con exportaciones procedentes de Rusia han sido atacados en aguas internacionales.
Hace unas semanas, el almirante Cavo Dragone afirmó que la OTAN está considerando la idea de ser «más proactiva» contra Rusia: Estamos estudiando todo… En materia de ciberseguridad, somos un poco reactivos. Ser más agresivos, o ser proactivos en lugar de reactivos, es algo en lo que estamos pensando. El mismo almirante se lamentó de que
tenemos muchas más limitaciones que nuestros homólogos, por razones éticas, legales y jurisdiccionales. Es un problema. No quiero decir que sea una posición perdedora, pero es una posición más difícil que la de nuestros homólogos.La cuestión es que la posición de la OTAN es demasiado pasiva. En cambio, se necesitaría más disuasión, y cómo se consigue la disuasión —con represalias, con un ataque preventivo— es algo que debemos analizar en profundidad, porque en el futuro podría haber aún más presión al respecto.
Ahora bien, la guerra híbrida parece a muchos un recurso para hacer una película de espionaje, pero es el horizonte principal de la guerra moderna, sobre todo entre adversarios dotados de armamento nuclear, donde una guerra frontal genera una perspectiva de destrucción mutua asegurada.

