Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
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martes, 17 de diciembre de 2024
EEUU: la incertidumbre de la era post-liberal
Aleksandr Dugin, Geopolitika
Hay situaciones en las que las predicciones y los planes hechos de antemano se realizan en el campo de los hechos. Entonces se pueden seguir comparando y la comprobación de la realidad está respaldada por la correlación con la previsión: esto es correcto, aquello es erróneo, aquello es una desviación.
Pero existen situaciones en las que los hechos contradicen cualquier previsión y plan, volcando la mesa y demostrando que el paradigma usado era totalmente erróneo, no sólo con respecto al futuro, sino que era falso. Si ocurre algo que normalmente no podría ocurrir en ninguna circunstancia eso significa que la propia idea que se tenía sobre la estructura era errónea y el análisis basado en ella era un error. Cuando no se consigue ver el futuro y controlarlo significa que se está equivocado sobre el presente y el pasado.
Ese fue el caso de la URSS. Según la interpretación dogmática marxista de la historia el socialismo sigue al capitalismo. Y jamás se puede producir una marcha atrás. Así que la vuelta al capitalismo se consideraba estrictamente imposible. Cuando esto ocurrió, el socialismo como doctrina explotó. La URSS no supo predecir el futuro y desapareció para siempre tanto como país como ideología. No se trató únicamente de un cisne negro. Fue la implosión interna de una estructura ideológica. «Es el fin, amigo mío».
Publicado por
mamvas
en
11:30 a.m.
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Alexandr Dugin,
Estados Unidos,
Filosofía Política,
Liberalismo
lunes, 16 de septiembre de 2024
No, el liberalismo no ha superado al marxismo
A medida que el pensamiento liberal ha evolucionado para abordar los defectos del capitalismo, algunos argumentan que se ha puesto al día con el marxismo, haciéndolo irrelevante. Vivek Chibber argumenta que el liberalismo puede diagnosticar las injusticias del capitalismo, pero el marxismo nos da las herramientas para superarlas.
Vivek Chibber, Jacobin
Traducción: Natalia López
Durante gran parte de su historia, el movimiento socialista se basó en el marxismo como marco de referencia. En las últimas décadas, sin embargo, la teoría marxista ha perdido influencia en el mundo intelectual. En la filosofía política anglófona, por ejemplo, una corriente marxista antaño vibrante ha dado paso en gran medida a teorías liberales de diversa índole. Dada esta evolución, cabe preguntarse: ¿Sigue ofreciendo el marxismo el recurso esencial que supuso para los socialistas en el siglo XX?
Nick French, de Jacobin, se sentó con Vivek Chibber para discutir esta cuestión y otras, incluyendo la relación entre la filosofía política liberal y el marxismo; el estatus del materialismo histórico como teoría; y los usos y limitaciones de la filosofía moral para los socialistas. Para Chibber, aunque la filosofía liberal puede diagnosticar las injusticias del capitalismo, no ofrece ningún camino significativo para abordarlas. El marxismo, por el contrario, no sólo critica el capitalismo, sino que también proporciona un marco estratégico para el cambio estructural, lo que lo convierte en una fuerza inestimable y duradera para hacer frente a las desigualdades profundamente arraigadas del mundo moderno.
viernes, 19 de enero de 2024
¿Qué tiene que ver el Liberalismo con la Libertad?
Raphael Machado, Jornal Puro Sangue
Es muy común ver a los liberales tratar su teoría política y la "libertad" como valor y principio como si fueran sinónimos y como si hubiera una correlación directamente proporcional entre ellos.
De hecho, para el liberalismo, la libertad es el valor supremo y el eje en torno al cual se leen todos los fenómenos sociales, políticos, económicos y culturales. Esto es más que evidente. Lo que es menos obvio es "¿qué" libertad?
El problema es que los liberales tratan la "libertad" como si fuera algo que existe en la naturaleza, o algo cuyo contenido es obvio y está dado de antemano, y no una construcción social y cultural. Como es común en toda falsa conciencia, lo que es ideológico, relativo, construido y reciente se trata como científico, absoluto, natural y perenne.
¿Qué sorpresa se llevaría al descubrir que su concepto de libertad sólo tiene tres siglos de antigüedad? Porque si definimos la "libertad" como la ausencia de obstáculos, impedimentos o prohibiciones a la acción individual, como el derecho a "hacer lo que uno quiera", entonces hasta los tiempos modernos este concepto de libertad era fundamentalmente desconocido para la humanidad.
Es muy común ver a los liberales tratar su teoría política y la "libertad" como valor y principio como si fueran sinónimos y como si hubiera una correlación directamente proporcional entre ellos.
De hecho, para el liberalismo, la libertad es el valor supremo y el eje en torno al cual se leen todos los fenómenos sociales, políticos, económicos y culturales. Esto es más que evidente. Lo que es menos obvio es "¿qué" libertad?
El problema es que los liberales tratan la "libertad" como si fuera algo que existe en la naturaleza, o algo cuyo contenido es obvio y está dado de antemano, y no una construcción social y cultural. Como es común en toda falsa conciencia, lo que es ideológico, relativo, construido y reciente se trata como científico, absoluto, natural y perenne.
¿Qué sorpresa se llevaría al descubrir que su concepto de libertad sólo tiene tres siglos de antigüedad? Porque si definimos la "libertad" como la ausencia de obstáculos, impedimentos o prohibiciones a la acción individual, como el derecho a "hacer lo que uno quiera", entonces hasta los tiempos modernos este concepto de libertad era fundamentalmente desconocido para la humanidad.
viernes, 12 de enero de 2024
Argentina: Liberalismo versus democracia
Atilo Borón, Accion
Los propagandistas del actual Gobierno argentino repiten ad nauseam una de las más resonantes falacias ideológicas de la filosofía política, a saber: que liberalismo y democracia son dos caras de una misma moneda. Se habla con total impunidad del legado democrático de Juan Bautista Alberdi, sin duda una figura descollante del liberalismo latinoamericano del siglo XIX, pero que al igual que sus mentores europeos y estadounidenses consideraba a la democracia como una variante de la «tiranía de la mayoría». Es a causa de esa premisa que la Constitución de 1853, inspirada en el autor de las Bases, no hace mención alguna a la democracia. Recordemos el artículo primero de la misma: «La Nación Argentina adopta para su Gobierno la forma representativa republicana federal, según la establece la presente Constitución». Recién con la reforma de 1994 la democracia aparecería en el texto constitucional que nos rige.
Aquella ausencia no es casual y va de la mano de la consternación que sobrecogió a Alberdi luego de la oleada revolucionaria de 1848 en Europa. En uno de los pasajes destinados al tema escribe que «Para obviar los inconvenientes de una supresión brusca de los derechos de que han estado en posesión la multitud, podrá emplearse el sistema de elección doble y triple, que es el mejor medio de purificar el sufragio universal sin reducirlo ni suprimirlo, y de preparar las masas para el ejercicio futuro del sufragio directo». (pag. 79, edición electrónica). Va de suyo que los sistemas de doble o triple sufragio son esencialmente antidemocráticos puesto que instauran el voto calificado, en donde las elites gozan de los derechos ciudadanos mientras que a los plebeyos se les cierran las puertas de la participación política. Son libres para perseguir sus propios fines en la vida económica, pero no están preparados para gobernar. Eso queda para el futuro, como lo recuerda el gran tucumano y como también observaba John Stuart Mill. Y ese talante antidemocrático quedó claramente plasmado en el texto constitucional de 1853.
Los propagandistas del actual Gobierno argentino repiten ad nauseam una de las más resonantes falacias ideológicas de la filosofía política, a saber: que liberalismo y democracia son dos caras de una misma moneda. Se habla con total impunidad del legado democrático de Juan Bautista Alberdi, sin duda una figura descollante del liberalismo latinoamericano del siglo XIX, pero que al igual que sus mentores europeos y estadounidenses consideraba a la democracia como una variante de la «tiranía de la mayoría». Es a causa de esa premisa que la Constitución de 1853, inspirada en el autor de las Bases, no hace mención alguna a la democracia. Recordemos el artículo primero de la misma: «La Nación Argentina adopta para su Gobierno la forma representativa republicana federal, según la establece la presente Constitución». Recién con la reforma de 1994 la democracia aparecería en el texto constitucional que nos rige.
Aquella ausencia no es casual y va de la mano de la consternación que sobrecogió a Alberdi luego de la oleada revolucionaria de 1848 en Europa. En uno de los pasajes destinados al tema escribe que «Para obviar los inconvenientes de una supresión brusca de los derechos de que han estado en posesión la multitud, podrá emplearse el sistema de elección doble y triple, que es el mejor medio de purificar el sufragio universal sin reducirlo ni suprimirlo, y de preparar las masas para el ejercicio futuro del sufragio directo». (pag. 79, edición electrónica). Va de suyo que los sistemas de doble o triple sufragio son esencialmente antidemocráticos puesto que instauran el voto calificado, en donde las elites gozan de los derechos ciudadanos mientras que a los plebeyos se les cierran las puertas de la participación política. Son libres para perseguir sus propios fines en la vida económica, pero no están preparados para gobernar. Eso queda para el futuro, como lo recuerda el gran tucumano y como también observaba John Stuart Mill. Y ese talante antidemocrático quedó claramente plasmado en el texto constitucional de 1853.
jueves, 24 de octubre de 2013
Después del "fin de la historia", ¿hay futuro para la esperanza colectiva?
Este texto fue escrito por Alain Minc en 1994... y tiene bastante actualidad.
Desde aquellos tiempos, cuando una visión del mundo se hundía, la reemplazaba otra y, a menudo, la moribunda asistía al nacimiento de la nueva. Con el hundimiento del comunismo nos acercamos, en cambio, a la zona del cero ideológico. Nunca los intelectuales fueron tan numerosos, ni los sociólogos tan influyentes, ni los científicos estuvieron tan decididos a zafarse de los collares de sus disciplinas, ni los historiadores tan ostensiblemente transformados en gurúes del futuro. Y sin embargo, ni todos juntos son capaces de ofrecernos una nueva Weltanschauung. Se mueren todas nuestras ideologías tradicionales, que postulaban el progreso, el óptimo colectivo y, por lo tanto, el reino del orden. Al mismo tiempo, descubrimos que el mundo físico, la biología, el cosmos y la persona evolucionan según dialécticas de orden y de desorden, incertidumbres e interdeterminaciones. Las ciencias físicas y biológicas se han desembarazado de las clásicas visiones lineales y unívocas; las ciencias humanísticas intentan explicar el caos y la incertidumbre con teorías todavía balbucientes; las ideologías no aparecen por ninguna parte.
Desde aquellos tiempos, cuando una visión del mundo se hundía, la reemplazaba otra y, a menudo, la moribunda asistía al nacimiento de la nueva. Con el hundimiento del comunismo nos acercamos, en cambio, a la zona del cero ideológico. Nunca los intelectuales fueron tan numerosos, ni los sociólogos tan influyentes, ni los científicos estuvieron tan decididos a zafarse de los collares de sus disciplinas, ni los historiadores tan ostensiblemente transformados en gurúes del futuro. Y sin embargo, ni todos juntos son capaces de ofrecernos una nueva Weltanschauung. Se mueren todas nuestras ideologías tradicionales, que postulaban el progreso, el óptimo colectivo y, por lo tanto, el reino del orden. Al mismo tiempo, descubrimos que el mundo físico, la biología, el cosmos y la persona evolucionan según dialécticas de orden y de desorden, incertidumbres e interdeterminaciones. Las ciencias físicas y biológicas se han desembarazado de las clásicas visiones lineales y unívocas; las ciencias humanísticas intentan explicar el caos y la incertidumbre con teorías todavía balbucientes; las ideologías no aparecen por ninguna parte.
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