Ante los amenazantes cambios desde inicios del frustrado “nuevo siglo americano” hay llamados a ejercer el poder desnudo, sin convencionalismo o apego a la legalidad internacional
Atilio Boron, La Haine
Imposible en algunas cosas, no en todas, por supuesto. El radical retorno al proteccionismo es no sólo posible sino necesario para un imperio enfrentado a un inocultable declive, denunciada no sólo por los analistas críticos del imperio sino certificada nada menos que por figuras estelares del establishment norteamericano como Zbigniew Brzezinski en un texto del 2012 y, posteriormente por varios documentos de la Corporación Rand.
Declive o decadencia, como se prefiera, que vino de la mano entre otros factores domésticos por el lento crecimiento de su economía, la pérdida de competitividad en los mercados globales y el gigantesco endeudamiento del gobierno federal. Si en 1980 la relación entre la deuda del Estado y el PIB era de 34.54% en la actualidad se ubica en un nivel astronómico: 122.55%. A esto hay que sumar el intratable déficit de la balanza comercial que no cesa de crecer y que en el año 2024 ascendió a 1.13 billones de dólares, lo que representa un 3.5% del PIB estadounidense. A esta constelación de factores domésticos de debilitamiento imperial es preciso añadir el deterioro de la legitimidad democrática y la enorme grieta que socava al sistema político y de la cual el trumpismo no es sino una de sus manifestaciones.
A este complejo cuadro hay que agregar los cambios epocales en el ambiente externo de los EEUU que han modificado irreversiblemente la morfología del sistema internacional. El fenomenal crecimiento económico de China y los significativos avances de otros países del Sur Global como Irán, India y varias naciones asiáticas constituyen escollos objetivos a las pretensiones de Washington, acostumbrado a imponer sus condiciones sin tropezar con demasiados obstáculos.