Señalar que José Antonio Kast reivindica la figura de Pinochet es no recordar que ex presidentes, ministros democratacristianos y de socialdemocracia, académicos posmodernos, se sienten herederos de su “obra”
Marcos Roitman, Diario Octubre
Nada nuevo. El triunfo de José Antonio Kast confirma un proceso político, cuya lógica no depende de ganar o perder elecciones. Estamos en presencia de una dinámica de largo alcance, cuyo inicio se ancla en el golpe de Estado cívico-militar que derrocó el gobierno de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Pensar en un Chile lleno de virtudes, ejemplar y progresista, apuntando a Kast como el inicio de una etapa negra e involución política, es perder el norte, cuando no ser cómplice de una mentira construida por unos y otros.
Desde Pinochet, pasando por Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet, Piñera, Boric y ahora Kast, existe continuidad. Un acuerdo de principio. El modelo no se toca; puede haber cambio de hegemonía, nuevos partidos, un discurso apocalíptico, pero en, ningún caso, una ruptura. Ni José Antonio Kast ni Jeannette Jara representaban posiciones irreconciliables. Son las dos caras de una moneda. Es cuestión de gustos.
Tal vez haya quienes se inclinen por el anverso y otros se decanten por el reverso, pero el valor de la moneda no se negocia. Las diferencias no se presentan en torno al proyecto de sociedad. Los jefes de campaña de Jeannette Jara fueron reclutados en la élite política más desprestigiada de la Concertación. Sólo dos nombres, Ricardo Solari y Carlos Ominami. Mal aconsejada, se planteó renunciar a su militancia comunista si ganaba en segunda vuelta.








