El fracaso del ataque sionista fue una sorpresa impactante para Donald Trump. Ahora tiene que lidiar con el hecho de que Estados Unidos estuvo, una vez más, implicado en un crimen de guerra
Larry Johnson, Observatorio de la Crisis
El intento fallido de asesinar a los negociadores de Hamás en Doha, Qatar, es solo un ejemplo más de la perfidia y malicia de Estados Unidos e Israel. Como dos luchadores profesionales dementes, Estados Unidos e Israel forman un equipo con un plan bien ensayado.
Funciona así: Estados Unidos presenta una propuesta de acuerdo —que podría ser un alto al fuego o conversaciones para impedir que Irán construya un arma nuclear— y atrae a la otra parte a una reunión; Estados Unidos pasa información de inteligencia sobre el lugar y la hora de la reunión a Israel; e Israel lanza un bombardeo masivo contra ese lugar a la hora indicada. Se lo hicieron al líder de Hezbolá, Nasrallah, se lo hicieron al gobierno de Irán y a sus científicos nucleares, y se volvió a hacer hoy en Qatar.
La lección es clara —o al menos debería serlo—: Estados Unidos no es un socio negociador confiable. Israel se ha consolidado como la principal entidad terrorista del mundo. Desde el 7 de octubre de 2023, los sionistas enloquecidos han atacado y asesinado a civiles en estos países o territorios: