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lunes, 13 de octubre de 2025

Nobel golpista

Mientras Trump busca distraer al pueblo estadounidense, premian a una figura que llama a una invasión a Venezuela. No la premian con el Nobel de Business sino con el "Nobel de la Paz"

Jorge Majfud, La Haine

En 2002, el presidente democráticamente electo de Venezuela, Hugo Chávez, fue secuestrado por militares golpistas y recluido en la isla La Orchila. Corina Machado, varios empresarios, el New York Times y otros medios europeos apoyaron el golpe. La derecha proclamó a Pedro Carmona (empresario y miembro del Opus Dei) como nuevo presidente. Carmona decretó la disolución de la Asamblea Nacional, la Corte Suprema y otras instituciones. Machado firmó la declaración de apoyo a esas medidas.

El New York Times saludó el golpe encabezado por "un respetado hombre de negocios", el que tenía como propósito acabar con la dictadura electa en Venezuela. Según documentos desclasificados, la CIA sabía que George Bush sabía. El 25 de abril, el Times informó que el dinero para la agitación social previa al golpe había sido canalizado por terceros, como la ONG Demócrata 'National Endowment for Democracy', con 877.000 dólares.

Según un cable del 13 de julio de 2004, organizaciones como la USAID habían enviado casi medio millón de dólares para proveer "entrenamiento para los partidos políticos". El cubano Otto Reich (uno de los organizadores del acoso de los Contras en Nicaragua y parte de la maniobra Irán-Contras) fue otro encargado de contribuir con el golpe.

La muerte del Premio Nobel de la Paz


Atilio A. Boron, Página 12

El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado es la culminación de un largo proceso de descomposición moral y política que ha afectado irreparablemente a ese galardón. Lo podrán seguir otorgando, año tras año, pero el desagradable olor de su incoherencia ética y su oportunismo político al servicio de Washington lo acompañará para siempre.

Claro que lo ocurrido en estos días no es nuevo. El premio estaba desacreditado desde mucho antes. Si bien por excepción le fue otorgado a personajes cuya trayectoria estaba claramente marcada por su compromiso con la paz: Martin Luther King en 1964, la Madre Teresa de Calcuta (1979), Adolfo Pérez Esquivel (1980), el obispo sudafricano Desmond Tutu (1984) y Nelson Mandela (1993), y unos pocos más, la entrega de ese galardón a Henry Kissinger en 1973, un asesino serial responsable del brutal bombardeo contra Vietnam y desestabilizador de procesos democráticos como el Chile de Salvador Allende marcaba de modo indeleble la depravación de la idea original de Alfred Nobel que era premiar a las personas u organizaciones que luchan por el imperio de la paz y la resolución pacífica de los conflictos.

Un Nobel de la Paz con uniforme de guerra


Daniel Jadue

Cuando el comité del Nobel decidió entregar el Nobel de la Paz a María Corina Machado, opto por llamar “paz” a lo que, en el Sur, conocemos como intervención y tutela. Se lo entregó a una persona que por años se ha puesto a disposición de una potencia extranjera para promover un golpe de estado en su propio país. Alguien que ha llegado a pedir, incluso en foros internacionales, una intervención militar extranjera al Estado Genocida de Israel, y que, en plena devastación de Gaza, defiende a la entidad sionista con la gramática de la “autodefensa”.

Al mismo tiempo, desestimo a Greta Thunberg, una que desde muy temprana edad muestra más conciencia que todos la mayoría de los lideres de lo que se conoce como occidente, una joven que a diferencia de Machado, ha exigido alto el fuego y fin del genocidio. Y aunque en esta decisión, el Comité ha actuado como un elenco propio del teatro del absurdo, hay que reconocer que la decisión es mucho más que un error de casting: es una declaración profundamente política que termina por sepultar el ya discutible prestigio de un premio que ha ido transformándose en instrumento simbólico del capital global. El Nobel actúa como lo que es: un aparato de hegemonía atlántica que convierte el orden imperial en virtud moral.

No es la primera vez. Antes coronaron a Kissinger sobre los cráteres de Indochina y sobre las víctimas de las dictaduras militares que impuso en nuestramerica, y a Obama antes de los drones y su infame intento por reeditar la intervención estadounidense en America Latina. El patrón es consistente: premiar la “paz” que administra la barbarie, no la que la enfrenta. Gramsci lo explicaba sin adornos: la hegemonía no manda solo con bayonetas; manda con relatos. Y aquí el relato es transparente: la “democracia” es aquello que puede ser garantizado por sanciones, bloqueo y amenaza militar; la “paz” es la seguridad de los mercados y del capital transnacional, no el derecho de los pueblos a la autodeterminación y a vivir sin asedios.

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