sábado, 16 de agosto de 2025

Un primer paso hacia la diplomacia


Nahia Sanzo, Slavyangrad

La base conjunta Elmendorf-Richardson, en Anchorage, Alaska, vivió ayer su jornada más mediática. Rodeada de una movilización proucraniana preparada a lo largo de la semana, la delegación rusa llegó al territorio que vendió a Estados Unidos en el siglo XIX para la primera cumbre ruso-estadounidense en tres años. Las imágenes del gran cartel “Alaska 2025” con la alfombra roja desde la escalerilla del avión a la espera de la delegación liderada por Donald Trump y a la encabezada por Vladimir Putin, el presidente de Estados Unidos recibiendo a su homólogo ruso, posando junto a él y ambos abandonando el lugar en el mismo vehículo de camino a la reunión fueron la representación perfecta del fracaso de la política europea de aislamiento de Rusia. De ahí que no deban sorprender titulares como el publicado por El País, que afirmaba que “lo más inquietante de la cumbre de Alaska es que pueda salir algo”. Ese era el principal temor de los países europeos y de Ucrania, para quienes, como declaró hace unos meses la primera ministra danesa, “la paz puede ser más peligrosa que la guerra”. Ausentes de la cumbre, aunque tras haber marcado en una conferencia telefónica colectiva con Donald Trump sus líneas rojas, los países europeos esperaban evitar un escenario en el que los dos presidentes pactaran un marco en el que resolver la guerra. Frente a ese escenario, el más negativo para Europa y Ucrania, que deberían resignarse a obtener lo máximo posible dentro de unas líneas previamente marcadas, la esperanza era que Donald Trump saliera de la reunión afirmando lo que ya ha declarado en el pasado, su frustración por haber tenido una buena conversación, pero no haber conseguido que Vladimir Putin cediera en sus exigencias.

Como era de esperar, la prensa ha analizado todos y cada uno de los detalles, reales o imaginarios, para entenderlos como mensajes ocultos. Durante todo el día, medios como The Telegraph emplearon su energía en analizar la sudadera con la que el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergey Lavrov, aterrizó en Alaska. “Es sorprendente que Sergei Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores de Rusia desde 2004, haya llegado esta mañana a Alaska con un jersey CCCP (las siglas en cirílico de la URSS). Sorprendente por dos razones”, explicaba el medio en su cobertura de la cumbre en directo. “En primer lugar, porque Lavrov comparte la misma característica notable que Gromyko: la longevidad. En todos los demás aspectos, es un hombre verdaderamente despreciable: la deshonestidad es su modus vivendi, al servicio de un régimen basado en el robo, la corrupción, la mentira y la fuerzas”, escribía el medio, que añadía como segunda razón que “con su jersey de la URSS, Lavrov simplemente nos está restregando por la cara lo que ya debería estar claro para cualquiera que no esté a sueldo de Rusia. En otras palabras, está dejando claro que Rusia está decidida a recrear la Unión Soviética”. En un ejemplo más de la manipulación histórica que realiza la prensa, el artículo llevaba por título “la imagen que prueba que Putin quiere recrear el Imperio Ruso”.

La historia es también relevante al analizar el lugar en el que se produjo ayer la comentada cumbre. La base militar en la que una delegación estadounidense del más alto nivel representa tan bien como el mensaje que se ha leído en la sudadera de Lavrov el estado de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos. Aunque siempre quedó claro que Moscú iba a resaltar la parte más positiva, el lugar representa mucho más que la colaboración entre ellos. La base es uno de los lugares desde los que Estados Unidos enviaba suministros a su aliado soviético durante la Segunda Guerra Mundial, pero también lleva el nombre de una de las caras visibles de la intervención estadounidense en la guerra civil rusa como parte de la violencia contrarrevolucionaria que trató de destruir la Unión Soviética antes incluso de su nacimiento. La anécdota es representativa de la actitud con la que el equipo de Donald Trump se presentó a la reunión, un palo y zanahoria con el que el mandatario estadounidense esperaba lograr sus dos objetivos claros: obligar a Vladimir Putin a aceptar el alto el fuego que planteó en marzo y que ordenó a Zelensky a aceptar y conseguir que el Kremlin aceptara reunirse, de forma inmediata, con el dirigente ucraniano.

Frente a la manipulación que se ha realizado a lo largo de la semana para exagerar tanto las posibilidades como los riesgos de la reunión, la cumbre nunca estuvo destinada a “repartirse Ucrania”, “ceder territorio” u “ofrecer a Rusia la explotación de minerales y tierras raras de los territorios ucranianos bajo control de Moscú” sino a obligar, en persona, a Vladimir Putin a aceptar la tutela estadounidense en el proceso de resolución de la guerra rusoucraniana. Aunque ausente, Ucrania se presentaba ante la cumbre con el objetivo claro de que su patrón estadounidense consiguiera para Kiev evitar el escenario más negativo de una negociación en posición de debilidad frente a una Rusia que haya impuesto su narrativa y sobre la base de un marco determinado previamente, entre otras cosas con el veto a la adhesión a la OTAN interiorizado, y se haya dado por hecho que Kiev ha de ceder territorio –es decir, renunciar a recuperar por lo militar lo ya perdido- como prerrequisito para la diplomacia.

La calurosa recepción dada al presidente ruso, honrado incluso con el paso de la aviación estadounidense, no debe llevar a error. En cada detalle de esta cumbre se han combinado las alabanzas y advertencias. Los cuatro F-35 que recibieron a Putin escoltaban a un bombardero B2, como los que Estados Unidos utilizó para bombardear al único aliado ruso en Oriente Medio, Irán, al que Donald Trump impuso un ultimátum exigiendo la rendición en una negociación y atacó cuando decidió que la diplomacia no iba a darle el resultado deseado. El mensaje de amenaza es evidente, como lo han sido también las palabras del presidente de Estados Unidos a lo largo de la semana, prometiendo consecuencias negativas para Rusia -y posiblemente para sus aliados y clientes del sector energético ruso- en caso de que Vladimir Putin no aceptara el planteamiento que Estados Unidos le ofrecía. Como había anunciado el día anterior, el objetivo de Trump no era otro que lograr el compromiso de Vladimir Putin a una reunión inmediata con Volodymyr Zelensky, algo que posiblemente solo pudiera lograrse tras decretar un alto el fuego. Ese era también el sueño de los países europeos y Ucrania, conscientes de que, ante un proceso de negociación, detener el movimiento en el frente implica reducir la diferencia de fuerza entre las partes. A la hora de enseñar músculo en una mesa de negociación en la que tratar de imponer voluntades, la fortaleza rusa se basa en su posición en la batalla, sus evidentes avances ante las crecientes dificultades de Ucrania que, pese a un flujo multimillonario de armamento y munición, ha dejado claro que no será capaz de derrotar militarmente a Rusia. La fortaleza de Ucrania, por el contrario, radica en sus aliados, capaces, por la posición de hegemonía política de imponer su voluntad utilizando la fuerza de una manera diferente. Esa forma de neutralizar la fortaleza rusa sin minar la ucraniana es el único motivo por el que los países europeos exigen un alto el fuego como prerrequisito para una negociación política a largo plazo en la que son conscientes de que, ante el desinterés de Trump, llevarían la voz cantante.

El hecho de que, según lo que ha trascendido de las conversaciones mantenidas durante las dos reuniones -la primera a tres, con la presencia de los presidentes, ministros de Asuntos Exteriores y asesores y la segunda con toda la delegación-, no se haya anunciado ninguna decisión sobre las cuestiones de seguridad o intercambios territoriales no es la victoria de los postulados europeos que presentará la prensa a partir de ahora, sino la lógica del tipo de reunión que Donald Trump había convocado. Que no se haya anunciado el alto el fuego que exigían los países europeos y Ucrania no es tampoco signo de que se haya impuesto completamente la postura rusa. En la rueda de prensa posterior a la reunión de presidentes, Donald Trump se dirigió a Vladimir Putin afirmando que volverían a verse pronto, algo que puede verse como una señal de que va a producirse la reunión que el líder estadounidense lleva un tiempo exigiendo, un encuentro entre los dirigentes ruso y ucraniano. Sin embargo, a la espera de cuál es la información que se traslada a los socios europeos, aún no hay ningún dato con el que especular cuál es el «entendimiento» que Vladimir Putin afirmó que se había alcanzado en la reunión.

Pese a la pomposidad de las recepciones y la insistencia en lo histórico del encuentro, la cumbre de ayer no debía ser la culminación del proceso diplomático, sino simplemente el inicio de un diálogo con el que intentar conseguir la paz, algo que solo puede conseguirse por medio de una negociación política en la que participen activamente Rusia y Ucrania. La diplomacia de lanzadera realizada por Estados Unidos para conocer unos términos de negociación que ya eran conocidos de antemano no ha sido más que la fase preliminar de lo que debe comenzar a partir de ahora, un proceso duro en el que ambas partes tendrán que ceder, en el que se producirán contradicciones entre las líneas rojas y las posibilidades de lograr los objetivos primarios y en el que las certezas, de partida, no existen.


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