sábado, 28 de junio de 2025

La historia y el problema de las analogías


Maciek Wisniewski, La Jornada

Como apuntaba a mitades de los 50 el eminente historiador y medievalista alemán Josef Engel, “todo juicio histórico es un juicio analógico” (n9.cl/racnc). En este sentido hacer las analogías históricas es la segunda naturaleza del historiador y la mera dimensión cronológica de la historia −no sin ciertos problemas y resistencias−, pide la comparación en el tiempo y hace del uso de las analogías, una técnica profesional “espontánea”, “habitual” y una dimensión epistemológica necesaria en toda la investigación histórica.

Pero −como bien remarcaba igual en un lugar Enzo Traverso en el espíritu del otro medievalista y gran historiador francés Marc Bloch, considerado como uno de los padres del enfoque comparativo en la historiografía− los investigadores no comparan ideas, acontecimientos o experiencias para establecer, y mucho menos forzar, las homologías, sino para “detectar tanto las similitudes, como las diferencias” que, en última instancia, “sirven para reconocer las peculiaridades históricas” (n9.cl/kx2i8s).

En la práctica del historiador −pero también cualquier intelectual, periodista, comentarista, analista o cualquier persona que este comparando dos acontecimientos, personas o cosas de dos o más épocas diferentes−, se trata de un proceso bidireccional, en el que los paradigmas pasados se transponen al presente, del mismo modo que el presente sirve como un marco móvil a través del cual capturamos el pasado.

Pero a pesar de los beneficios, las analogías históricas −como bien lo han señalado desde los campos intelectuales disimiles los pensadores tan diferentes como por ejemplo Arno J. Mayer o Giovanni Sartori−, pueden resultar también problemáticas, confusas y contraproducentes. Usadas mal en la investigación, cuando por ejemplo a pesar de las insistencias de Bloch, uno se enfoca solo en las similitudes y, motivado por sus preferencias, altera “el delicado balance” entre las semejanzas y las diferencias, o abusadas e instrumentalizadas en el debate público con tal de solo difamar o deslegitimar a un oponente político, tienden a simplificar, banalizar y trivializar a la historia. Como “atajos cognitivos” a menudo son un ersatz de un análisis genuino.

Encima de esto −sobre todo a partir de la crisis política e intelectual de la izquierda post-1989−, hoy toda la imaginación del mundo occidental sobre la historia del cual fue extirpada cualquier visión utópica y el “horizonte del futuro” (Reinhart Koselleck), parece haber quedado presa de la visión de los “eternos retornos” y las “repeticiones” −del totalitarismo, del fascismo, etcétera− y adicta a las “lecciones de la historia”, a pesar de que estas, en realidad, tienden a proporcionar poca orientación (n9.cl/ubfb0). Y si bien el propio pensamiento analógico está expresado en el viejo dictum historia magistra vitae (“la historia, la maestra de la vida”), no obstante muchas veces las analogías populares son inverosímiles o falsas y aun cuando son plausibles y pertinentes, se usan incorrectamente en un argumento.

Como bien recordaba en un lugar Alberto Toscano, en las últimas décadas entre los críticos del pensamiento analógico −tanto desde la filosofía como desde la historia− destacaban los neo/post/marxistas como Gilles Deleuze o Toni Negri que veían la analogía como “un recurso de representación que sofoca la singularidad y la novedad, reforzando los prejuicios estandarizados de la doxa” y que, inspirados en Spinoza, privilegiaban las categorías de la “inmanencia” y el “acontecimiento” por encima de las “recurrencias” y las “repeticiones de la historia” (n9.cl/jygqz).

El propio Marx −bien remarcaba Toscano− de hecho, era un gran enemigo del pensamiento analógico y de “pensar en imágenes”, advirtiendo famosamente en el Vol. 3 de El Capital en contra de la “mera analogía formal” entre las economías agrícolas de la antigüedad y la agricultura capitalista “que resulta ser completamente ilusoria en todos los puntos esenciales para una persona familiarizada con el modo capitalista de producción” (p. 729).

El razonamiento analógico, en este sentido, era para Marx la antítesis del método dialéctico y del “verdadero método científico”: era imposible llegar a saber que era el capitalismo simplemente por la vía de compararlo con el feudalismo (con todas sus semejanzas y diferencias), ya que esto podía ser fruto solamente de su estudio verdaderamente científico y la crítica.

El que décadas más tarde rehabilitó el “pensar en imágenes” para la tradición marxista al introducir la figura de las “imágenes dialécticas” fue por supuesto Walter Benjamin (véase: Stuart Jeffries, “Grand Hotel Abyss”, 2016: 110-112). Para él, las “imágenes dialécticas” no eran solo fotografías, pinturas o películas sino también “imágenes de pensamiento” (Denkbilder): formas literarias/estéticas, experiencias e ideas e torno a los eventos históricos, que ayudaban a interpretar el pasado y que constituían todo un método de trabajo histórico aparte, retomado y empleado posteriormente, entre otros, por el citado Traverso (véase: “Revolution”, 2021).

Este último, un lúcido defensor del comparativismo en la historia en general −respecto, por ejemplo, a la utilidad de las analogías entre el Holocausto y los genocidios coloniales que lo precedieron−, es a la vez también un crítico feroz del análisis “analogicéntrico” de las extremas derechas contemporáneas. Si bien −bien remarca este autor−, es cierto que es casi imposible de pensar en estas fuerzas políticas sin compararlas con en el fascismo de entreguerras (n9.cl/s37uz), su verdadero entendimiento con todas sus innovaciones y peculiaridades, puede ser fruto −me gustaría añadir− no de las meras analogías (como lo intentan muchos hoy en día), sino −invocando al propio Marx− “de su estudio verdaderamente científico y la crítica”.


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