Nahia Sanzo, Slavyangrad
Con las amargas lágrimas de su director que, al igual que los líderes europeos, no supo ver que la participación estadounidense no iba a estar dirigida a reafirmar el consenso transatlántico de las últimas décadas y el proucraniano de los últimos diez años, terminó el domingo la impactante Conferencia de Seguridad de Múnich, que será recordada en los próximos tiempos, posiblemente no por el provocador discurso de JD Vance, sino por la escenificación de la ruptura de la posesión más preciada, el statu quo. “Ya no cabe duda de que Europa y Estados Unidos están separando sus caminos. La muerte de la relación transatlántica se predijo muchas veces, pero este fin de semana, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, por fin ha llegado a su fin”, escribía ayer Wolfgang Munchau, que mencionaba tres aspectos en los que se ha escenificado el divorcio: Ucrania, libertad de expresión y comercio.
“La semana pasada, Donald Trump sorprendió a los europeos con su anuncio de conversaciones de paz con Vladimir Putin. (Dijo que lo haría durante su campaña electoral, pero los líderes europeos claramente no estaban prestando atención). Keith Kellogg, enviado especial de Trump para Ucrania, informó el sábado a los europeos de que no serán incluidos en las negociaciones de paz de alto nivel. Los líderes europeos están atónitos”, continúa el analista alemán, que achaca a los países europeos no haber aprendido una importante lección de Clausewitz: no ir a la guerra si no sabes cómo va a acabar el conflicto. “Para los europeos, la guerra es un deporte de espectador. Su apoyo a Ucrania iba todo de principios y promesas, no había planificación estratégica, no había un final, ni acuerdo sobre cuál era el segundo mejor resultado ni planificación concreta de los escenarios de posguerra”, sentencia para resumir la actuación europea de los últimos tres años, que en realidad pueden extenderse a la última década. Los países europeos no fueron capaces de apostar por los acuerdos de Minsk, negociados por Alemania y Francia, ni tampoco asumir las consecuencias de esa decisión que, unida al rechazo a negociar la paralización de la expansión de la OTAN hacia Rusia, llevó a la guerra en la que han invertido colectivamente más de 200.000 millones de euros y en la que actualmente se les da la orden de continuar sufragando los gastos sin tener siquiera un lugar en la mesa de negociación.
Desde el mundo de ayer, ese en el que las potencias coloniales europeas eran capaces de repartirse el mundo, quienes aspiran al liderazgo continental en tiempos de reducción de la presencia política estadounidense se reunieron ayer por la tarde en París convocados por Emmanuel Macron con el claro objetivo de limitar los daños sufridos esta última semana. “Acabo de llegar a París para unas conversaciones cruciales. La seguridad de Europa se encuentra en un punto de inflexión. Sí, se trata de Ucrania, pero también se trata de nosotros. Necesitamos una mentalidad de urgencia. Necesitamos un aumento en la defensa. Y necesitamos de ambos ahora”, escribió Úrsula von der Leyen, que como Antonio Costa, participó en la cumbre improvisada pese a no tratarse de un acto de la Unión Europea. Desde el flanco del este, medios como Visegrad 24, fanáticamente proucranianos y defensores de la guerra hasta la victoria final, reportaban las quejas de países como Chequia y Rumanía que, pese a su importante participación en el esfuerzo bélico común -las bases rumanas y la iniciativa checa de adquisición de munición han sido dos elementos importantes en el suministro de armamento a Ucrania-, se han visto ninguneadas. “La cumbre de emergencia de la UE que Macron convocó para abordar la injusticia épica de la exclusión de la UE de las conversaciones de paz es solo para los grandes de Europa y especialmente pobre para los europeos del este”, comentó la activista Almut Rochowanski. Apenas cinco días después de saberse excluida de las negociaciones que van a determinar la situación de seguridad continental, Francia ha incluido tan solo a Polonia como representante del este de Europa en su cónclave de soluciones europeas -fundamentalmente europeas occidentales- al desplante estadounidense.
En paralelo, Estados Unidos continúa dando pasos hacia el inicio de una negociación con la primera toma de contacto cara a cara con la Federación Rusa, que pese a cierto escepticismo, celebra el final del silencio diplomático, la ruptura del intento de aislamiento político de Moscú y se une a Washington en su voluntad de dejar claro que cree que los países europeos no tienen nada que aportar en el proceso. Rusia se cobra así los tres años de sanciones, incautación de sus activos y superioridad moral de la Unión Europea que, a la sombra de Estados Unidos, se veía capaz de destruir la economía rusa y desestabilizar la situación interna del país. Insistiendo en que existe una posibilidad de que finalice la fase activa de la guerra, Vasily Nebenzya, embajador de Rusia en la ONU, calificó ayer de “socios de negociación nada fiables” a la Unión Europea y el Reino Unido e insistió, intentando hurgar un poco más en la herida europea, en que no tienen cabida en ningún acuerdo sobre Ucrania.
Pese a las aparentemente rotundas palabras de Keith Kellogg para confirmar que -en su opinión- los países europeos no recibirán una invitación para estar presentes en la mesa de negociación, la postura de Estados Unidos es algo más matizada, fundamentalmente porque el objetivo es conseguir una mayor implicación de esos Estados, que deben hacerse cargo de la posguerra, tanto de su coste como de las garantías de seguridad. En este sentido, Francia y, sobre todo, el Reino Unido han mostrado claramente su apuesta por el envío de una misión de paz que garantice el alto el fuego y que ejerza de fuerza disuasora contra posibles agresiones rusas. A la vanguardia de la ola militarista no se encuentra Polonia, país que está a punto de llegar al 5% del PIB de gasto militar, pero que ha rehusado enviar soldados a esa hipotética misión, sino el líder laborista británico Keir Starmer, que se ha mostrado “preparado y dispuesto” a enviar tropas británicas a Ucrania.
“La decisión de Sir Keir de pronunciarse presionará a los aliados -especialmente a una reticente Alemania- para que respalden públicamente la idea de una fuerza europea de mantenimiento de la paz en Ucrania. El Primer Ministro también sugirió que Gran Bretaña podría desempeñar un «papel único» como puente entre Europa y Estados Unidos en el proceso de paz de Ucrania”, escribía ayer The Telegraph. Horas después, se conocía la respuesta alemana, un previsible no a la idea británica del envío de soldados europeos al frente contra Rusia. Hasta ahora, el recorrido de esta idea inicialmente francesa -fue Macron quien habló de la posibilidad de enviar a “los chicos a Odessa”- ha sido escaso y las dificultades para coordinar una postura, notables. La esperanza de París y Londres, las dos capitales más interesadas en cumplir con el deseo estadounidense de suministrar garantías de seguridad a Ucrania en forma de presencia militar sobre el terreno radica precisamente en la presión que supone para la UE y el Reino Unido la amenaza de Estados Unidos de apartarse rápidamente de la guerra de Ucrania tras un acuerdo de alto el fuego. El resultado de la cumbre fue el «ready and willing», preparados y dispuestos, que escribió Mark Rutte: los países europeos encargados de determinar la voluntad de todo el contienente están preparados y dispuestos a ofrecer a Ucrania garantías sólidas de seguridad que el líder de la OTAN no definió y, sobre todo, a aumentar el gasto militar. Como afirmó ayer el presidente español Pedro Sánchez, «vivimos un momento en el cual vamos a tener que flexibilizar las reglas fiscales para poder acoger un mayor gasto en Seguridad y en Defensa». Nunca puede faltar dinero para la guerra o para pagar los costes una vez que Estados Unidos se retire.
En su intento de conseguir más de sus socios, Volodymyr Zelensky, que se reafirma en su postura de que ninguna garantía de seguridad es real si Estados Unidos no forma parte de ella, ha querido elevar un poco más el peligro percibido. La histeria colectiva mostrada por los países europeos a lo largo del último fin de semana no ha sido suficiente y el presidente ucraniano ha tratado de exagerar aún más el peligro ruso. Moscú acumula, según Zelensky, miles de tropas en Bielorrusia, un recurso habitual del discurso ucraniano cuando es preciso alertar de peligros reales o imaginarios. Preguntado por los objetivos del Kremlin a largo plazo, el líder ucraniano afirmó que “pueden avanzar hacia Ucrania o irán a Polonia o al Báltico” e insistió que en que “todo lo que sé de los servicios de inteligencia es que está preparando la guerra contra los países de la OTAN el año que viene». “El riesgo de que Rusia ocupe Europa es del 100%”, añadió Zelensky a la pregunta de qué ocurriría si Estados Unidos abandonara la alianza.
En esa misma línea, Financial Times, siempre con fuentes anónimas, se ha unido a la alerta. “Oficiales europeos creen que es probable que Trump acepte retirar las tropas estadounidenses del Báltico y quizás más al oeste, dejando a la UE vulnerable ante un ejército ruso que los gobiernos de la OTAN advierten que se está preparando para un conflicto mayor más allá de Ucrania”, alega el comentarista de política exterior Gideon Rachman, aportando una hipótesis para la que no hay, a día de hoy, base alguna más allá de la especulación interesada de quienes ejercen de grupo de presión para un estratosférico aumento del gasto militar.
Atrevido en su discurso, Zelensky mencionó incluso porcentajes para estimar qué porción de Europa podría quedar bajo ocupación rusa, “20%, 50%” a una ocupación imaginaria con la que únicamente quiere elevar el tono en busca de más apoyo de sus aliados, un signo de desesperación al verse a sí mismo y a sus socios europeos quedándose atrás mientras Washington organiza encuentros con Rusia aparentemente a sus espaldas.
“Los presidentes coincidieron en la necesidad de reanudar el diálogo. Sobre todas las cuestiones que puedan resolverse de un modo u otro con la participación de Rusia y Estados Unidos. Se mencionó el arreglo ucraniano, así como la situación en Oriente Próximo, y otra serie de regiones del mundo que no se encuentran en un estado muy tranquilo”, afirmó ayer Sergey Lavrov sobre la conversación entre Putin y Trump y las perspectivas de diálogo entre Rusia y Estados Unidos, país al que el ministro ha vuelto a referirse después de tres años como “nuestros socios”. Sin embargo, el veterano diplomático ruso rebajó las expectativas de la esperada reunión. “Escucharemos a nuestros interlocutores estadounidenses y luego informaremos a nuestros dirigentes, que tomarán decisiones sobre los pasos a seguir”, añadió. Como precisó a lo largo del día el asesor presidencial Yury Ushakov, “actualmente el asunto radica en ponerse de acuerdo sobre cómo iniciar las negociaciones sobre Ucrania, ya que la parte estadounidense aún no ha nombrado a un negociador jefe que pueda tratar con nosotros”.
Los contactos son aún iniciales, lo que no ha impedido que aumente el nerviosismo de Ucrania, que ha afirmado que no reconocerá las conclusiones del encuentro ni ningún acuerdo que salga de él. Aunque el riesgo de que se produzca algo más que una comunicación inicial para abrir el diálogo sea escaso.
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Ver también:
- Trump, la guerra de Ucrania y la autonomía europea
Nahia Sanzo. 12/01/2025 - El plan de Trump para Ucrania está condenado al fracaso
Scott Ritter. 3/02/2025 - El régimen de Kiev ataca Chernóbyl para sabotear las conversaciones de paz
Lucas Leiroz. 18/02/2025
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