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viernes, 27 de septiembre de 2024

La posverdad de Gabriel Boric en la ONU


Leonardo Parrini, lapalabrabierta

La política cada vez con mayor frecuencia deja de ser una praxis para convertirse en narrativa. Bien se podría constatar que la vieja acepción de por sus obras os conoceréis, dio paso a una afirmación propia del marketing político: Por la boca muere el pez y el político sobrevive.

Esta tendencia de la política en la posmodernidad dio lugar a la era de la posverdad o mentira emotiva, neologismo que implica la distorsión deliberada de una realidad en la que priman las emociones y las creencias personales frente a los hechos objetivos, con el fin de crear y modelar la opinión pública – o publicada -, e influir de ese modo en las actitudes sociales.

sábado, 17 de diciembre de 2016

El trasfondo cínico de la “posverdad”

María Márquez Guerrero, Público

Cuando Eric Alterman y David Roberts aplicaron el término posverdad (R. Keyes 2004) al discurso político, se referían a los actos de manipulación por parte de los representantes políticos, quienes, sin ningún escrúpulo, mentían para conseguir sus objetivos. La invención de la existencia de armas químicas en Iraq o la negación del cambio climático eran claros ejemplos de posverdades. En su origen, por tanto, el término apareció como eufemismo. Concebida de este modo, como disfraz de la mentira, la posverdad aludía a una realidad discursiva tan antigua como la Retórica clásica. Efectivamente, desde que aparece la Retórica en el siglo V a.C., la verdad fue desplazada por la verosimilitud, auténtico objetivo del discurso político, pues la finalidad de la retórica política es el poder, para cuya conquista pueden ser más eficaces las falacias que los silogismos (Gallardo-Paúls y Enguix Oliver)

Como es sabido, la política es una realidad mediática (que conocemos a través de los medios) y mediatizada (condicionada por ellos), hecho que condiciona su inmersión en una lógica comercial (P. Charaudeau): como trata de dirigirse a un blanco constituido por la mayor cantidad posible de receptores, debe formular lo que se denomina una “hipótesis baja” sobre el grado de saber de este; como consecuencia, buscará conmover emocionalmente al destinatario con un discurso muy simple que, a ser posible, active primitivas estructuras mentales (G. Lakoff) que refuerzan la identificación, el sentido de pertenencia. De ahí que, con mucha frecuencia, el discurso político abandone el plano argumentativo, las pruebas racionales y la descripción objetiva de los hechos para vestirse de relato. Entonces ya no se rige por las reglas de la lógica, presentación de datos-pruebas, y verificación mediante el contraste con la realidad, sino que se conforma según las pautas del relato de ficción, donde la exigencia de verdad ha sido sustituida por cierta coherencia interna que hace creíbles, una vez situados en el plano de lo ficticio, la acción y la propia creación de los personajes. En esta labor de narrativización juegan un papel muy importante todo tipo de recursos retóricos, como la metáfora, la metonimia o la hipérbole. De hecho, el discurso político es, en sí mismo, una gran operación metonímica en la medida en que los medios seleccionan (Teoría de la agenda-setting) aquellas zonas de la realidad que desean iluminar y ocultan el resto. Hipérboles, metáforas, metonimias contribuyen a la configuración de ese mundo intermedio o pseudorrealidad mediática donde vivimos.

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