Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
viernes, 10 de enero de 2025
Objetivos, jerarquías y prioridades
Nahia Sanzo, Slavyangrad
Desde su llegada al poder en 2019, Zelensky y su equipo, procedente del mundo de la comunicación, interpretación y espectáculo, ha hecho de la relaciones públicas uno de sus pilares más sólidos. El equipo de campaña convenció a una parte importante de la sociedad, especialmente en las zonas rusoparlantes de Ucrania, de que el nuevo presidente moderaría la retórica nacionalista, buscaría un compromiso con Rusia para poner fin a la guerra de Donbass y limitaría los efectos de las leyes patrióticas que pretendían apartar progresivamente la lengua rusa del ámbito público. Sin ningún interés por avanzar en esa dirección, la política de Zelensky ha sido siempre continuista de su predecesor e incluso endureció la aplicación de leyes como la del uso de la lengua mucho antes de la invasión rusa. Las semanas anteriores al ataque ruso, Zelensky fue capaz de convencer a su población de que no iba a producirse ninguna guerra. Como admitió meses después, esa mentira piadosa era necesaria para evitar un éxodo que destruyera la economía y facilitara el avance ruso sobre ciudades abandonadas. Ese año, convenció con facilidad a la delegación rusa de que negociaba de buena fe y se había alcanzado un acuerdo en Estambul. Ahora, el presidente no necesita dirigirse a su propia población o al enemigo ruso, sino a los aliados. “Repuestas significativas a preguntas difíciles. La visión ucraniana de la paz justa, que es importante que conozcan todos los países aliados”, escribía ayer la cuenta oficial del presidente en las redes sociales con un mensaje que deja claro que la negociación más importante no es con Rusia sino con los amigos de Ucrania.
“No respeto ni al líder ruso ni al pueblo ruso. Y no quiero dar a Putin una oportunidad para que vuelva a declarar que todos somos el mismo pueblo y hablamos la misma lengua”, afirmó Zelensky en su entrevista con el podcaster tecnológico e ingeniero del MIT Lex Fridman, que había solicitado realizar la entrevista en ruso, lengua materna de ambos. Pese a las evidentes ventajas de comunicación con el entrevistador, nacido en la República Socialista Soviética de Tajikistán y descendiente de judíos de la región de Járkov, la entrevista se realizó en ucraniano, con traducción simultánea, y en inglés. La labor de Zelensky es ahora alabar a Donald Trump, atraer su atención y hacer suya la causa ucraniana. De ahí que haya trabajado para aparecer en Fox News, reunirse con Donald Trump en cada ocasión de la que ha dispuesto y ha realizado una entrevista de tres horas de duración con Fridman, conocido publicista vinculado al sector tecnológico de Estados Unidos y en cuyo programa ha entrevistado, por ejemplo, a la actual mano derecha del presidente electo, Elon Musk, en estos momentos posiblemente la persona más influyente en el círculo trumpista.
Zelensky ha querido pronunciarse en términos que el futuro presidente comprenda y encuentre halagadores. Solo así puede entenderse que el presidente de Ucrania, cuyas pensiones y salarios dependen de la Unión Europea, principal socio económico por delante de Estados Unidos, afirmara que “Cuando hablo de algo con Donald Trump -ya sea que nos reunamos en persona o simplemente tengamos una llamada- todos los líderes europeos siempre preguntan «¿cómo fue?». Esto demuestra la influencia de Donald Trump y esto nunca había ocurrido antes con un presidente estadounidense”. Es evidente que Estados Unidos es el país más poderoso y las decisiones sobre el futuro de la guerra han dependido y dependerán siempre de la opinión de Washington, por lo que es lógico que los países europeos muestren interés en conocer la postura de la Casa Blanca en cada momento. El que se plantee como lo ha hecho el presidente ucraniano, una comunicación específica para conocer el estado de la cuestión de forma indirecta a través de Zelensky -si es que estas llamadas se producen en la realidad y no en la ficción- no muestra la fortaleza de Trump, sino la debilidad y subordinación de los países europeos. A lo largo de la entrevista con Fridman ese es uno de los aspectos que más claramente trascienden en el discurso de Volodymyr Zelensky, cuidadosamente preparado para enaltecer la figura del futuro inquilino de la Casa Blanca a costa de los aliados europeos, cuyo papel es presentado como importante, pero secundario.
Según los datos aportados por el Ministerio de Finanzas de Ucrania, la Unión Europea aportó el 38,9% de los más de 115.000 millones de dólares de la asistencia occidental desde febrero de 2022, por el 27,1% de Estados Unidos. Y, sin embargo, el presidente ucraniano continúa insistiendo en que Europa no es suficiente y ni el suministro militar ni las garantías de seguridad serían suficientes en ausencia de Estados Unidos, el país indispensable. “Trump y yo vamos primero y Europa apoyará la posición ucraniana”, afirmó el presidente ucraniano”. La Unión Europea no tiene más que seguir las órdenes.
“Trump y yo llegaremos a un acuerdo y ofrecerá fuertes garantías de seguridad junto con Europa, y entonces podemos hablar con los rusos”, insistió Zelensky. El orden de los acontecimientos queda así establecido: negociación y acuerdo con Estados Unidos, ratificación de la Unión Europea y presentación del plan a Rusia. La jerarquía está clara y especialmente marcada en la narrativa de Zelensky también en las partes de la entrevista en las que se refiere a una posible negociación, aspecto al que el presidente ucraniano se refiere con cada vez más certeza, aunque eso no ha de confundirse con una rebaja en las aspiraciones de Kiev.
“Zelensky aceptaría renunciar a los territorios ocupados por Rusia si el resto de Ucrania entra en la OTAN, titulaba ayer Europa Press en un artículo en el que no explicaba que no se trataría de una renuncia, sino de la aceptación temporal del control de facto de Rusia sobre esos territorios, que seguirían siendo de jure ucranianos, con la única diferencia que “la OTAN no podría actuar en ellos”. Se vuelve así al plan Ermak-Rasmussen, que planteaba precisamente la entrada inmediata de Ucrania en la Alianza en su composición actual a la espera de la recuperación de la integridad territorial y siempre bajo la amenaza de que cualquier ataque ruso que fuera considerado excesivo podría activar la cláusula de defensa colectiva de la OTAN.
Las garantías de seguridad europeas no serían suficientes para Zelensky y tampoco lo es la invitación formal de entrada en la OTAN, algo que hace absolutamente inviable que Rusia firme ese acuerdo. Ucrania quiere más e insistiendo en que no desea “que pase como con Biden”, que según el presidente ucraniano no entregó a Kiev las armas necesarias antes de la invasión rusa, su Gobierno pide ahora un gran paquete de armamento para evitar una futura agresión. Curiosamente, hace apenas dos días, el secretario de Estado de Estados Unidos declaraba exactamente lo contrario a lo que afirma ahora Zelensky. “Nos aseguramos mucho antes de que se produjera la agresión rusa, a partir de septiembre y de nuevo en diciembre, enviáramos discretamente muchas armas a Ucrania para asegurarnos de que tuvieran a mano lo que necesitaban para defenderse, cosas como Stingers, Javelins, que fueron fundamentales para impedir que Rusia tomara Kiev”, afirmó Blinken contradiciendo el actual discurso del presidente ucraniano, más preocupado por alabar a quien será el nuevo presidente que por agradecer los esfuerzos al actual. La guerra precisa de armamento y de rapidez y Zelensky no solo desea una invitación formal de adhesión a la Alianza Atlántica sino un gran paquete de armamento cuya composición insiste en no precisar, aunque es evidente que se trata de misiles de largo alcance. Esta medida “depende principalmente de la voluntad de Estados Unidos”, afirmó para precisar posteriormente que “la UE nos daría una parte y Estados Unidos la otra. Es necesario que haya unidad para este paquete”. Es necesario, en realidad, que haya financiación, que tendrá que venir de subvenciones o préstamos de Estados Unidos y de la Unión Europea o, como propone Zelensky, de la entrega de los 300.000 millones de dólares en activos públicos y privados rusos incautados por los países occidentales, para lo que Ucrania precisaría también del apoyo de Washington y, sobre todo, de Bruselas. Sin sorpresas, Ucrania afirma que emplearía esa financiación para adquirir armas estadounidenses, con lo que Kiev apoyaría activamente la política America First de Donald Trump.
Las armas son un buen negocio, una forma de mejorar la economía y una herramienta de guerra o de paz por medio de la fuerza. “Si el alto el fuego funciona, nadie usará esas armas”, insistió en una afirmación que hay que leer teniendo en cuenta el precedente del uso de los bombardeos contra Donbass como herramienta de presión y de prolongación artificial de la guerra de Donbass. Minsk probó durante siete años que un alto el fuego sin un acuerdo político que lo acompañe es siempre inviable. En realidad, gran parte de las propuestas de Zelensky para un posible alto el fuego y la paz justa -justa solo para la parte de la población que Ucrania considera leal- lo son, de ahí que Ucrania rechace abiertamente una negociación a tres, es decir, una negociación real, y siga buscando la forma de presionar a Rusia para que no tenga más opción que aceptar el diktat ucraniano.
Para ello, Zelensky cuenta con Donald Trump. “Creo que el presidente Trump no solo tiene voluntad, tiene todas estas posibilidades, y no es solo palabrería. Realmente cuento con él, y creo que nuestro pueblo realmente cuenta con él, así que tiene suficiente poder para presionarle, para presionar a Putin”, afirmó el presidente ucraniano. Zelensky, que siempre trata de aportar ideas creativas, propuso en su entrevista, por ejemplo, expulsar a Rusia del mercado global de la energía y bloquear sus ventas de gas natural licuado y petróleo, una idea imposible de realizar y con una capacidad destructiva y de desestabilización mundial del sector que parece no preocupar al presidente ucraniano, que prefiere centrarse en el beneficio que supondría para Estados Unidos. “Imagina no tener a Rusia en el mercado de energía”, afirma Zelensky en la entrevista. “Solo tiene que pararlo”, insiste en referencia a sanciones que expulsen a la energía rusa del mercado global. Las consecuencias solo pueden ser positivas. “No pasa nada. Hay petróleo americano, el gas americano está bien. ¿Por qué no? Y es más barato”, insiste falsamente y, por supuesto, sin mencionar la huella de carbono de sustituir un gas cercano por uno lejano. “Así que será más barato para todo el mundo y el dinero irá a Estados Unidos”, sentencia. Las prioridades están claras y sin duda impresionarán a Donald Trump.
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