Quizá ningún aspecto ilustre mejor a día de hoy la máxima de que los generales siempre están preparados para la anterior guerra que los drones, posiblemente el único aspecto en el que el conflicto ruso-ucraniano ha modificado la forma de luchar. Desarrollados desde hace décadas, los drones no son nuevos, ni lo es tampoco su uso en escenarios militares, aunque la actual guerra supone la primera ocasión en la que se utilizan de forma intensiva en un conflicto de alta intensidad y en el que se han convertido en una necesidad para cualquier unidad sobre el terreno. Ataque, defensa y vigilancia son ya inimaginables sin la posibilidad de uso de drones como arma o como elemento de coordinación de las diferentes ramas de las fuerzas armadas o entre diferentes unidades.
La capacidad de detectar y visionar en tiempo real cualquier convoy enemigo mínimamente significativo ha hecho que sea cada vez más difícil realizar una guerra de maniobras. Así pudo comprobarlo Ucrania cuando cada uno de sus convoyes blindados que debían romper el frente de Zaporozhie en dirección a Melitopol y Crimea era detectado a su salida. En aquel momento, los aliados de Kiev prefirieron centrarse en presentar los campos de mina rusos -que Ucrania debió haber previsto que existirían- sin admitir que la capacidad de las tropas rusas de advertir la presencia de vehículos blindados oponentes y ajustar de esa forma la artillería fue también una de las causas clave del fracaso ucraniano a la hora de llegar a la línea Surovikin, que nunca consiguieron derribar. La guerra terrestre implica necesariamente la lucha contra vehículos blindados y su destrucción garantiza la defensa del frente. En esa labor, las tropas rusas contaron con la colaboración de la munición merodeadora Lantset, principal novedad en el arsenal de Rusia, que al inicio de la guerra comprendió que había quedado muy rezagada en el desarrollo de vehículos no tripulados. Tanto es así que necesitó la ayuda de Irán para conseguir sus primeros drones kamikaze, los ya célebres Shahed. Occidente, siempre dispuesto a creer que su enemigo no es capaz de aprender de sus errores, no previó la posibilidad de que la Federación Rusa pudiera, en tan solo un año, desarrollar el tipo de arma que más daño podía hacer en esta guerra y especialmente en un escenario de batalla de maniobra en campo abierto como el que plantearon Ucrania y sus aliados en dirección a Rabotino.
Al otro lado del frente, también Rusia ha sufrido el efecto de los drones y de la incapacidad de utilizar de forma eficiente las herramientas de defensa preparadas para detectar y derribar misiles, aeronaves o drones de cierto alcance, pero no necesariamente vehículo no tripulados de menor tamaño o incluso drones comerciales modificados para portar explosivos. Algo similar puede decirse de los drones marítimos, una novedad aún más importante. Con ayuda de sus aliados, especialmente el Reino Unido, la más interesada de las potencias occidentales en limitar la capacidad rusa de operar en el mar Negro, Ucrania y su inteligencia militar han desarrollado drones con los que han conseguido causar serios daños a la flota rusa y dejarla prácticamente fuera de juego. Kiev ha utilizado este material para atacar buques rusos y, sobre todo, para crear la certeza de que el peligro acecha en cualquier parte del mar Negro en todo momento. De esa forma y a pesar de carecer de una flota, destruida por los años de la restauración capitalista y por la pérdida de Crimea, Ucrania ha sido capaz de eliminar el control ruso sobre el mar Negro, una de las ventajas cualitativas de Rusia en el inicio de su intervención militar. Se hace imposible así, por ejemplo, cualquier aspiración que Moscú pudiera haber tenido de llegar a Odessa (cuestionable teniendo en cuenta que nunca se produjo ningún amago del desembarco anfibio que Kiev esperaba cada día de las primeras semanas de la invasión rusa).
Cada vez de forma más sofisticada, los drones ucranianos también han causado pérdidas a Rusia en la retaguardia terrestre. Sin la capacidad rusa de utilizar misiles, Kiev se ha planteado varias estrategias para “llevar la guerra al territorio de la Federación Rusa”. El veto occidental al uso de misiles, levantado tras el fin del ciclo electoral estadounidense en noviembre, ha obligado a Ucrania a buscar soluciones creativas. El desarrollo de sus propios misiles, con cuyo uso no hay, como indicó Antony Blinken, ninguna restricción, ha sido una de las iniciativas ucranianas. Kiev asegura que desarrolla misiles capaces de alcanzar Moscú, aunque es dudosa la posibilidad de que, en las condiciones actuales, vaya a poder producirlos en grandes cantidades. Hay que recordar que el sueño de que los arsenales rusos se quedaran sin misiles ha sido una de las bases de las falsas esperanzas ucranianas, que indican que los misiles son importantes por su calidad, pero sobre todo por su cantidad.
Los principales éxitos de Ucrania a la hora de atacar la retaguardia rusa se han producido sin necesidad de utilizar misiles. Es el caso del ataque al puente de Kerch, seriamente dañado -sobre todo en su parte ferroviaria- por el uso de un camión bomba en el que Kiev envió a la muerte al conductor, que no era consciente de la carga que transportaba. Y aunque Ucrania sigue anhelando el momento en el que pueda destruir el puente con sus misiles occidentales, por el momento, ese ha sido el ataque más exitoso, ya que Rusia ha sido capaz de evitar que los proyectiles o drones marítimos causen daños estructurales en los diferentes intentos de ataque.
Incluso desde que cuenta con la autorización expresa de Estados Unidos, Reino Unido y Francia para utilizar misiles occidentales en el territorio de la Federación Rusa según sus fronteras internacionalmente reconocidas, son los drones los que más problemas están causando a las defensas rusas. Por su pequeño tamaño y la posibilidad de actuar prácticamente en cualquier lugar, los drones han sido capaces de alcanzar refinerías en amplios sectores de la geografía rusa desde San Petersburgo hasta Astrakán pasando por las torres del Kremlin, causando diferentes niveles de daños. El último gran ataque, al menos el más espectacular, se produjo hace una semana en la ciudad de Kazan, capital de Tatarstán, situada a más de 850 kilómetros al este de Moscú. Los ataques con drones son diarios tanto en Ucrania como en Rusia, aunque la táctica utilizada es significativamente diferente. Los Geran-2, más conocidos en la prensa occidental como Shahed para resaltar su origen iraní aunque hace mucho tiempo que son producidos en Rusia, son detectados prácticamente desde su lanzamiento y su trayectoria es sencilla de adivinar, mientras que el modus operandi ucraniano es confundir a las defensas rusas a base de drones de pequeño tamaño, posiblemente operados incluso desde territorio ruso, que pueden actuar sin ser detectados hasta el último momento y en prácticamente cualquier región del oeste y centro de Rusia. El objetivo, además de causar daños, es crear inestabilidad y peligro tanto para las autoridades como para la población rusa. Los drones que atacaron Kazan la pasada semana, por ejemplo, impactaron contra dos edificios de gran altura, uno de ellos residencial. Las palabras de hace unos meses de Kirilo Budanov, en las que prometía hacer sufrir a la población rusa, hace imposible de creer la afirmación de ciertos sectores proucranianos, que afirmaron que los impactos se produjeron a causa de la guerra electrónica rusa, que desvió los drones de sus objetivos reales.
“Vamos a seguir atacando las instalaciones militares rusas con drones y misiles y cada vez habrá más proyectiles ucranianos”, afirmó Zelensky tras el ataque contra Kazan. “Atacaremos las bases militares y las infraestructuras militares que están siendo utilizadas en el terror contra nuestro pueblo”, insistió pese a que los daños se habían producido en objetivos civiles. El objetivo implícito en las palabras de Zelensky es el de hacer imposible la defensa del espacio aéreo ruso y obligar a Rusia a tener que mantener sistemas de defensa aérea lejos del frente.
El constante uso de drones supone también aumentar el peligro en el espacio aéreo. Los drones pueden impactar con aeronaves que vuelen a baja altura (o durante su despegue/aterrizaje) o causar accidentes por el uso de las defensas aéreas. Eso es lo que se investiga ahora en el caso del vuelo J2-8243 de Azerbaijan Airlines, que se estrelló en la ciudad kazaja de Aktau tras ser desviado de su destino, Grozni, primero a Majachkalá en Daguestán y posteriormente a Kazajistán. Ni la primera explicación, la excesiva niebla en el aeropuerto de destino, ni la hipótesis del accidente por un choque con pájaros parece convincente. Y aunque las autoridades azeríes y kazajas llaman a la prudencia y a permitir que la investigación dé sus frutos, la prensa occidental cita ya a fuentes de esos países que apuntan a que una de las alas del avión sufrió impactos de proyectiles de la defensa aérea rusa. Días antes, Ucrania había atacado con drones la ciudad de Grozni, causando daños en infraestructuras civiles y en una comisaría.
Pese a las buenas maniobras de la tripulación, que permitieron que el avión aterrizara antes de estallar, el incidente del avión azerí causó 38 muertos, mientras que 29 personas pudieron salvar la vida. La OTAN y los gobiernos occidentales han exigido una investigación completa, pero han mantenido cierta moderación que solo ha roto Ucrania. “Rusia debería haber cerrado el espacio aéreo de Grozny, pero no lo hizo”, afirmó Andriy Kovalenko, jefe del Centro para Contrarrestar la Desinformación. Sus palabras denotan que crear caos en el espacio aéreo ruso es uno de los objetivos de Ucrania. Esas declaraciones llaman la atención teniendo en cuenta que Kiev no fue capaz de cerrar el espacio aéreo de Donbass hasta el derribo del MH17 en agosto de 2014 pese a que se trataba de una zona muy acotada y en la que se estaban produciendo combates que implicaban a la aviación.
Como suele ocurrir, solo el sector más exaltado del bando ucraniano es capaz de utilizar para su beneficio la tragedia ajena. “Era cuestión de tiempo que se repitiera la tragedia del MH17 (derribo de un avión de pasajeros). Por lo tanto, no hay duda de que el vuelo Baku-Grozni de la compañía aérea azerí fue atacado y parcialmente destruido por elementos del sistema de defensa antiaérea ruso no controlado”, ha escrito Mijailo Podolyak, para quien todo puede explicarse por la mano intencionada de alguna facción rebelde de la Federación Rusa. El asesor de la Oficina del Presidente fue el único que, incluso pese a la reivindicación del SBU, afirmó que el general asesinado la semana pasada en Moscú había sido eliminado por las propias autoridades del Kremlin. Cada episodio es susceptible de ser utilizado para exigir más armas y más apoyo para Ucrania. La muerte de 38 personas en un episodio que aún no habido tiempo material para resolver, no puede ser menos.
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