Eduardo Camín, CLAE
Después de un año y medio de guerras comerciales, subidas arancelarias, represalias y amenazas que han pasado factura más allá de sus fronteras, había llegado- aparentemente- la hora de rebajar las tensiones.
En efecto los líderes de Estados Unidos y China firmaron este pasado 15 de enero, en la Casa Blanca una tregua, la primera fase de un acuerdo comercial teóricamente más amplio que incluirá temas más espinosos y estratégicos sobre los que hasta ahora, a pesar de la presión, ha sido imposible pactar.
Sin duda que el acuerdo comercial al que llegaron plantea la relevancia internacional de estas dos superpotencias económicas, que tienen grandes consecuencias incluso para países tan alejados de los centros mundiales de decisión.
Si bien el acuerdo suscrito por ambas naciones no resuelve ninguno de los asuntos cruciales que motivaron la escalada y deja sin cambios el grueso de las medidas proteccionistas ya en vigor, al menos despeja la amenaza de nuevos aranceles.
Y, lo que, sin duda, más importa ahora mismo al presidente Donald Trump, es que obliga a Pekín a aumentar sus importaciones de bienes y servicios estadounidenses, lo que estrechará el déficit comercial entre las dos superpotencias, un indicador al que los economistas conceden nula o relativa importancia, pero que el líder norteamericano considera la medida de su éxito.
El núcleo central del acuerdo estipula que Pekín aumente en 200.000 millones de dólares en dos años sus importaciones de productos estadounidenses, mientras tanto Washington ha cancelado la subida de los aranceles que pesan sobre los ordenadores y teléfonos móviles fabricados en China y reducirá a la mitad el impuesto aduanero del 15% que se aplica a otros productos.
No entrando en más consideraciones, alegando que publicar más detalles alteraría los mercados, los signatarios han acordado no divulgar las cantidades de bienes, por categorías, que China se compromete a importar de Estados Unidos. Por su parte el acuerdo prevé mecanismos de defensa si Pekín incumple este compromiso, ambicioso si se tiene en cuenta que en el 2017 las importaciones totales de EEUU fueron de 187.000 millones de dólares.
El sector más afectado por el pulso comercial ha sido el agrícola, que ha visto cómo el mercado chino se cerraba a sus exportaciones de soja y carne de cerdo, teniendo que recurrir a las ayudas de emergencia del gobierno para encajar el golpe.
China ha procesado en estos 40 años cambios fenomenales que la han llevado a ser la “segunda” potencia económica mundial. No solamente su crecimiento sigue siendo comparativamente muy alto, sino que ha logrado empezar a destacarse en materia tecnológica.
Con Xi Jinping al mando desde 2013, se ha afirmado en su objetivo de ser un actor mundial de primer nivel, como ilustra su nueva ruta de la seda, hecha de principalísimas inversiones en infraestructura por diversos continentes en el mundo, de forma de alcanzar sobre todo los principales centros de provisión comercial de Europa Occidental, entre otros puntos de Europa y Asia.
En materia militar, las inversiones chinas han crecido fuertemente, y su ambición es la de hacerse fuerte en la región Asia Pacífico, donde la presencia militar estadounidense es muy importante, y también empezar a participar con protagonismo en el arbitraje de situaciones de crisis internacionales de peso, como puede ser por ejemplo, la evolución del problema nuclear iraní o la activa definición en temas de terrorismo en Asia Central.
Toda esta dimensión estratégica internacional parece muy alejada de nosotros. Sin embargo y a pesar del reciente acuerdo comercial bilateral, los primeros sacudones de este enfrentamiento de potencias han empezado a llegar a nuestra región. Por un lado, las inversiones en infraestructura y en explotación de materias primas relevantes para los procesos de industrialización chinos ya han llegado a Sudamérica.
Desde Vaca Muerta en Argentina hasta infraestructura portuaria y aeroportuaria en Perú o Brasil, el peso del dinero y el financiamiento chino ya es hoy muy importante, como visible. Además de la agenda comercial del Mercosur con el gigante asiático se ve contraída por este acuerdo con los EEUU.
Las consecuencias de la epidemia de coronavirus
Un menor crecimiento del producto interior bruto (PIB) chino, disrupciones en la cadena de suministro mundial o complicaciones en las negociaciones comerciales con Estados Unidos son algunas de las consecuencias que, según los expertos, traerá la epidemia de coronavirus a la economía china.
Otro dato que debemos tener en cuenta es que el epicentro del brote está en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hebei, que es una de las más prósperas del país.
La demanda interna, el sector servicios y los pequeños negocios serán algunos de los infectados más graves por este virus nuevo que ya ha matado al menos a 306 personas en China y que ha hecho que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declare la emergencia mundial por sexta vez en su historia.
El director de Investigación Económica de la financiera Ostrum AM, Philippe Waechter, recordó en un reciente informe que Wuhan es la sede de los principales productores nacionales de automóviles y acero, y en ella están presentes unas 300 de las 500 principales empresas del mundo en este sector.
Esta crisis tendrá por lo tanto consecuencias para multinacionales del sector como Tesla, que ha clausurado temporalmente su recién estrenada mega fábrica en Shanghái por órdenes de las autoridades.
El cierre de las 30 tiendas físicas del gigante sueco Ikea o de la mitad de los cafés de la cadena estadounidense Starbucks están siendo también algunos de los daños colaterales que están sufriendo las marcas extranjeras afincadas en China.
Las aerolíneas, muchas de las cuales están suspendiendo sus vuelos con China, serán otras de las grandes perdedoras. Según datos de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), la crisis del SARS les costó a las aerolíneas el 8 % de sus ingresos.
Y los expertos también concuerdan y destacan que también se verán afectadas las negociaciones comerciales entre China y Estados Unidos, ya que, según expertos citados por el diario hongkonés South China Morning Post, Pekín podría «reducir su capacidad» de cumplir el acuerdo alcanzado el 15 de enero por el que se comprometió a aumentar en 200.000 millones de dólares sus importaciones desde EEUU.
Es indudable que el horizonte del tiempo atrae, pero también amenaza. Sólo donde hay una amenaza futura, surge la aspiración al poder; pues éste ha de asegurar el futuro.
Pero no nos llamemos a engaños, por dos razones en primer lugar puesto que en definitiva se trata de poner en jaque el ilimitado futuro, las guerras comerciales, los acuerdos o tratados de todo tipo son los eufemismos del control de materias primas que continúan con más voracidad que nunca,
En segundo lugar, sabemos que es más fácil, es más cómodo, es también más provechoso seguir la corriente y el impulso de las pasiones dominantes, -con un tufillo de racismo- que contrariarlas y ponérsele de frente para combatirlas con energía. Se repite sin cesar lo que otros dijeron, pero pasado raya de esta epidemia, veremos que en las costas del mediterráneo naufraga una “epidemia migratoria” en la cuasi indiferencia sin prensa, sin cámaras, pero con la muerte a cuesta.
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