Fabrizio Lorusso, La Jornada
El balance preliminar de dos atentados suicidas reivindicados por el Estado Islámico (EI) en el aeropuerto y en el Metro de la capital de Bélgica es de 31 muertos y 270 heridos. En la mañana cundió el pánico por la amenaza yihadista, pero de nuevo se trata de armas, redes y terroristas locales.
El objetivo fue el centro de un viejo continente acorralado por el estancamiento económico, producto de un modelo que ha ido abatiendo los derechos sociales y laborales sin ofrecer el tan esperado crecimiento, y la crisis de los migrantes y refugiados forzados a huir de guerras en las que varios países occidentales tienen implicaciones directas. Por primera vez empiezan a temblar los palacios de la Unión Europea (UE).
Después de los actos terroristas del noviembre pasado en París, e incluso tras la matanza en Charlie Hebdo, 10 meses antes, que había sido reivindicada por Al Qaeda, aunque entre los atacantes había también un afiliado del EI, hubo una escalada en la ofensiva contra el EI en Siria por una heterogénea coalición internacional. En ésta participan países como Rusia, Canadá, EU, Reino Unido, Turquía, Francia y otros europeos que están claramente contrapuestos en el escenario internacional, pero unidos en la coyuntura siria, aun con finalidades geoestratégicas divergentes.
Putin sostiene el gobierno sirio de Bashar al Assad y combate al EI, aunque hace una semana optó por retirar la aviación militar y suspender las incursiones aéreas, mientras Estados Unidos, Francia y el Reino Unido apoyan a los rebeldes sirios. Los turcos, aliados occidentales, llegaron inclusive a sostener al Estado Islámico que ahora dicen combatir, así como Arabia Saudí, Qatar y Kuwait, que fueron financiadores de los islamistas y hoy son parte de la coalición. El gobierno turco de Recep Erdogan, más bien, vuelca energías a la represión contra la minoría kurda. Por otro lado, el EI mantiene sus posiciones en una Libia dividida entre tres gobiernos de facto, así que se vislumbran nuevas intervenciones para no perjudicar los intereses petroleros occidentales.
En febrero las discusiones para la paz en Siria –azotada por una guerra civil entre los grupos rebeldes, surgidos tras la primavera árabe de 2011 contra el dictador al Assad, y las fuerzas gubernamentales– no han resuelto la cuestión de la permanencia en el poder de Assad, que contrapone a EU y Rusia, y se reanudaron esta semana. En Siria siguen activos tanto el EI como las facciones radicales de Al Qaeda, como Al Nusra, mientras que a lo largo de la frontera turca las comunidades kurdas, verdadero baluarte democrático-popular de la región que ha sabido repeler al EI por tierra, resiste pese al hostigamiento de Erdogan que, además, endureció la represión interna contra los partidos de referencia para los kurdos y la prensa en general.
Sin embargo, la UE acaba de firmar un acuerdo con Turquía para delegar a este país la resolución del problema de los migrantes y, en contrapartida, Estambul va a recibir fondos por 6 billones de euros y se destrabarán las negociaciones, paralizadas hace años, para su adhesión a la Unión.
La política desunida de la UE no ha sabido contrarrestar los fracasos en el escenario sirio y en Irak, mientras que en su interior no ha podido revertir la progresiva fractura del tejido social, especialmente en las periferias de las grandes ciudades y en las distintas generaciones de migrantes. Los jefes de Estado han denunciado un ataque a nuestra sociedad abierta y democrática, ya que se arremetió contra un lugar simbólico, la ciudad de Bruselas, sede de instituciones de la UE. Aconteció lo que temíamos, dijo el primer ministro belga, Charles Michel.
En efecto, ya no se hablaba de si los islamitas, por medio de ciudadanos europeos o foreign fighters, atacarían al país, sino del cuándo. Las fuerzas policiacas ya estaban en alerta, a raíz del operativo antiterrorista de la semana pasada en que se detuvo a Salah Abdeslam, último sobreviviente de los atentados de París. Su arresto no ha servido para frenar el terrorismo, así como la captura de un capo no detiene al narcotráfico. Más bien, pudo haber acelerado los tiempos para que otra célula, posiblemente ligada a Abdeslam, actuara y mostrara su capacidad pese a los operativos de seguridad.
Mientras, las ultraderechas aprovechan para cabalgar el descontento y el miedo, fomentando el extremismo y la xenofobia y, a la vez, desviando la atención de los problemas estructurales y de la austeridad macroeconómica. En este sentido, la derecha neofascista se junta idealmente con la neoliberal-tecnocrática, que ahora puede atribuir la culpa del fracaso económico-social a factores externos: los migrantes, los islamitas, Rusia.
Desde luego, se registra el fiasco de los sistemas de inteligencia, muy descoordinados incluso entre dos vecinos como Francia y Bélgica. En territorio belga residen 500 potenciales terroristas, combatientes que, aun después de realizar viajes a Libia o Siria y volver a Europa, no han podido ser detenidos. Pero no se trata sólo de las fallas de la inteligencia, de la seguridad o de la integración social, sino de cambiar el rumbo de la política exterior, ya que los líderes europeos han sido cómplices de varias facciones del terrorismo yihadista que sirvieron repetidamente como aliadas, luego se combatieron esquizofrénicamente y, a la postre, llegaron a sacudir desde adentro el enfermo corazón europeo
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