Rober Gonpane, La Marea
¿Queremos un estado pequeñito y barato o un estado lo suficientemente grande como para garantizar a la ciudadanía seguridad, justicia, sanidad, educación, pensiones y un mínimo vital para que a nadie le falte lo más básico?
Después de responder a esta pregunta, y no antes, habría que empezar a hablar de cómo financiar ese estado; de fiscalidad, fraude, evasión y, cómo no, de paraísos fiscales. Mi respuesta está clara: yo no creo que el mercado se regule solo. Los estados deben ser lo suficientemente fuertes como para imponer un régimen fiscal que financie los servicios sociales que presta y consiga una justa redistribución de la riqueza, que nada tiene que ver con la caridad o la responsabilidad social corporativa. Al evitar la acumulación de la riqueza en las clases dominantes no se les está librando del pecado capital de la avaricia; se está salvando al capitalismo de uno de sus principales fallos de diseño.
Pierre Joseph Proudhon allá por 1840 en su libro ¿Qué es la Propiedad? afirmaba que “¡La propiedad es imposible!”. Yo no puedo asumir una afirmación tan categórica y contraria a la contumaz realidad histórica, pero sí considero que el capitalismo necesita, aunque lo ignora, una Justicia Fiscal Global (JUFIGLO, eje central en ATTAC) para evitar que la acumulación de riqueza en una pequeña parte de la población termine parando la máquina. Y es que, además, esta acumulación de riqueza ya no es tan inofensiva como cuando se escondía formando fabulosos tesoros. Enormes cantidades de dinero controladas por un reducido grupo de operadores globales se mueven libremente en el Casino Financiero Global, especulando con una amplísima gama de activos financieros, que van desde las materias primas más básicas (energía, metales, cosechas…) hasta los complicados productos del surrealista mercado de derivados.
El sentido tradicional de los paraísos fiscales ya no sirve en el siglo XXI. Los medios tecnológicos y la liberalización de los mercados a escala global, permiten a los bancos ofrecer plataformas de negociación financiera sin intermediación, totalmente opacas a la fiscalidad de los estados. Los bancos llevan los Paraísos Fiscales a las puertas mismas de todas las grandes corporaciones y fortunas del planeta; y si pongo mayúsculas, es para que, de una vez, dejemos de asociar los segundos con playas paradisíacas y pensemos en lo que realmente son.
Los estados, asfixiados por la deuda, tratan de luchar contra el fraude y la evasión fiscal para cuadrar sus cuentas y no tener que recurrir a más recortes que empeoren aún más su imagen ante los votantes (los acuerdos FATCA entre EEUU, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y España, para intercambiar datos fiscales, entraron en vigor el pasado uno de enero). Sin embargo, la banca ha creado mecanismos de negociación tan complejos (banca en la sombra o Shadow Banking, Dark Pools…) que las agencias tributarias no pueden hacer casi nada porque la injusta, ineficaz e
insostenible globalización comercial y financiera neoliberal impide un control efectivo mientras existan fronteras permeables.
La Unión Europea, para los euroescépticos, nunca tuvo que ser más que un simple Acuerdo de Libre Comercio, un EFTA (European Free Trade Agreement) similar al NAFTA que comparten EEUU, México y Canadá. Y ahora nos sorprenden con la creación de una zona de libre comercio entre Europa y EEUU; como si no tuviéramos bastante con la competencia fiscal intracomunitaria, el abuso de las multinacionales con los precios de transferencia entre sus sedes y los cambios de residencia fiscal de ciudadanos ilustres a países amigos como Luxemburgo o Rusia con el caso de Gérard Depardieu.
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