domingo, 5 de enero de 2025

Ucrania: el precio a pagar


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Varios artículos se preguntan esta semana cuáles son las expectativas de Ucrania para el año 2025, en el que algunos expertos, como el profesor Katchanovski, con tendencia a analizar los hechos de tal manera que sus predicciones se cumplen, esperan que pueda ser el momento en el que la guerra se detenga. Quienes actualmente se posicionan con ese tipo de predicciones pueden dividirse en dos grupos: optimistas que ven en la llegada de Trump la posibilidad de romper con el statu quo de una guerra en riesgo de perpetuarse y pesimistas que temen que Donald Trump abandone a Ucrania y los países europeos no sean capaces de compensar el descenso en la aportación militar estadounidense. A esos dos grupos hay que añadir otros dos, que parten desde bases menos realistas y entre los que destacan las posturas prorrusas excesivamente optimistas que ven la posibilidad -irreal- de un colapso ucraniano y quienes, desde el pesimismo proucraniano, temen que esa ruptura sea posible.

En referencia a la guerra que van a encontrarse los asesores de Donald Trump, BBC cita a Michael Koffman, miembro del Carnegie Endowment for Internacional Peace y experto de referencia de la prensa occidental en este conflicto, que afirmó que “van a heredar una guerra con una trayectoria muy negativa, sin una enorme cantidad de tiempo para estabilizar la situación, a lo que añade que “la van a heredar sin una teoría clara del éxito”. El 10 de septiembre, Reuters informaba de que la administración Biden había entregado el informe clasificado sobre la situación de la guerra y los planes de la Casa Blanca que el Congreso había exigido en abril y cuya fecha de entrega estaba prevista para junio. La ausencia de filtraciones sobre los planes puede indicar tanto una claridad extrema que exija completo secreto o ausencia real de una estrategia clara para los posteriores meses del conflicto. Los actos y las palabras de la administración Biden en estos meses indican la continuación, prácticamente por inercia, de la estrategia de escalada progresiva sin más plan que seguir dañando a Rusia mientras Ucrania pueda seguir luchando y así lo decida su Gobierno.

Sea cual sea el destino de Ucrania, Rusia y las poblaciones que desde hace años padecen las penurias de la guerra, la situación actual sobre el terreno no ha cambiado: las tropas de Kiev y Moscú se enfrentan en dos puntos alejados del frente principal (Kursk y Járkov), sufriendo bajas, causando pérdidas materiales y destrucción al otro lado y Rusia continúa avanzando lentamente en Donbass, el punto más caliente de la larga línea de contacto, a un ritmo lento que evita incurrir en grandes bajas pero que hace impensable una ruptura profunda en dirección a Slavyansk o Kramatorsk y mucho menos hacia Dnipropetrovsk o Zaporozhie. Y mientras aumenta de forma notable el suministro de Estados Unidos anunciado la pasada semana para garantizar que Ucrania disponga de armamento, munición y financiación para continuar luchando más allá de la llegada de Trump, que ya ha anunciado que no abandonará a Ucrania, sigue mandando en el oeste y el sur de Donetsk la iniciativa rusa.

El último día del año, comenzó a rumorearse que Rusia había capturado la planta eléctrica de Kurajovo, punto fundamental de la defensa de Ucrania en la ciudad y, aunque se mantenía aún cierta resistencia en una parte de la zona industrial, la batalla por la localidad se encuentra a punto de terminar, si no ha terminado ya. La pérdida de Kurajovo supone consolidar el alejamiento del frente hacia el oeste, haciendo imposible para Ucrania el uso contra Donetsk de la artillería de 155 milímetros, munición con la que las tropas de Kiev bombardearon la ciudad prácticamente a diario desde mayo de 2022. Aun así, Donetsk ha sido blanco de la artillería de largo alcance de Ucrania, que no quiere perder la oportunidad de seguir infligiendo a la población de la capital más importante de Donbass el castigo colectivo que lleva años aplicando. Lo mismo puede decirse de Gorlovka, aún lo suficientemente cerca de las posiciones ucranianas, por lo que los ataques artilleros siguen siendo una constante. Más de diez años y medio después del ataque con lanzacohetes Grad que mató a una veintena de civiles que paseaban con sus familias por un parque de la ciudad a plena luz de un día de fin de semana, la artillería ucraniana sigue siendo protagonista recurrente en el drama de las familias que llevan una década residiendo en la primera línea del frente.

A la destrucción causada en el frente hay que sumar la de la retaguardia. Ayer, los HIMARS ucranianos alcanzaron la localidad de Ivanovskoe, donde supuestamente se encuentra una parte de la 810ª Brigada rusa, causando daños en la ciudad. Pese a las especulaciones sobre la paz, prematuras teniendo en cuenta la inconsistencia de Trump y los fallidos precedentes de negociación en este conflicto, la guerra no solo no disminuye en intensidad, sino que aumenta precisamente por la incertidumbre de no saber qué pasará a partir del 20 de enero.

“Se habla mucho de negociaciones, pero es una ilusión”, afirmó Mijailo Podoliak, según cita BBC. Dejando claro que los objetivos e intenciones de Kiev no han cambiado, el más beligerante de los miembros de la Oficina del Presidente, gobierno de facto de Ucrania, añadió que “no puede haber ningún proceso de negociación porque no se ha hecho pagar a Rusia un precio suficientemente alto por esta guerra”.

Esta semana, la cuenta oficial de la Defensa de Ucrania ha publicado los datos de lo que considera que han sido las pérdidas de Rusia en 2024, el año en el que, sin necesidad de más prueba que su palabra, alega que ha sido “un año de pérdidas récord en el ejército ruso”, una afirmación más que cuestionable teniendo en cuenta que no se ha producido ninguna gran batalla similar a la de Artyomovsk, que causó bajas de personal y pérdidas materiales masivas para Rusia. Según Ucrania, Rusia perdió en 2024: “430.790 soldados, 3.689 tanques, 8,956 vehículos blindados, 13.050 sistemas de artillería, 407 sistemas de defensa aérea y 313 sistemas de lanzacohetes múltiples”. Las cifras aportadas por las partes en conflicto son, por definición, propaganda de guerra, aunque se ha convertido en norma aceptar los datos ucranianos como si fueran obtenidos de forma independiente. A principios de diciembre, Zelensky afirmó que Ucrania había perdido a 43.000 soldados muertos en la guerra por 198.000 que habría perdido Rusia, es decir, 4,6 soldados rusos por cada ucraniano caído.

A las estratosféricas cifras de bajas y pérdidas materiales hay que añadir el comentario de este miércoles Mijailo Podolyak, que tras alegrarse de que Rusia hubiera perdido acceso directo al mercado energético europeo, se jactaba también de que Moscú ha perdido ya todo su arsenal soviético (en realidad, Ucrania parece mucho más cerca de lograr ese hito). La Federación Rusa ha perdido también acceso a los activos financieros retenidos en los países occidentales, fundamentalmente en la Unión Europea, cuyos beneficios están siendo utilizados para financiar la guerra y se espera que sean empleados también para que sea Rusia quien, indirectamente, se haga cargo de la reconstrucción.

En resumen, según el discurso ucraniano, Rusia no solo ha perdido su posición privilegiada en el mercado energético europeo, sino que ha quedado políticamente aislada, ha sufrido unas estratosféricas pérdidas de material e insoportables bajas de personal, su economía se encuentra al borde del colapso y la desestabilización interna amenaza incluso la existencia del país. Sin embargo, no puede haber negociaciones, ya que Rusia no ha pagado por la guerra un precio lo suficientemente alto. Los costes que Rusia ha sufrido en la guerra, que aunque no alcanzan las imaginarias cifras ucranianas son elevados en muchos aspectos, se diferencian de lo que ha sufrido Ucrania en un aspecto fundamental: la destrucción física de las ciudades. La ambición de Ucrania de llevar la guerra a la Federación Rusa y su exigencia de disponer de grandes cantidades de misiles con los que causar destrucción en Rusia apuntan en esa dirección. Zelensky ha sugerido recientemente que Kiev es consciente de que es posible que la llegada de Donald Trump implique el inicio de algún tipo de negociación en busca de un alto el fuego, que irremediablemente supondría para Ucrania la cesión -temporal y de facto, no de jure– de territorios. Esa posibilidad está convirtiéndose en certeza para una gran parte de los expertos que analizan esta guerra y las palabras del presidente ucraniano parecen comenzar a aceptar esa posibilidad. Eso sí, después de que Ucrania haya conseguido algunos de sus objetivos, entre los que destaca hacer el mayor daño posible a Rusia. Aun a costa de prolongar la guerra y aumentar la destrucción en las ciudades ucranianas.


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