viernes, 5 de julio de 2024

Aplastante victoria del Partido Laborista en Reino Unido


El Partido Laborista logró una aplastante victoria en las elecciones legislativas celebradas ayer en Reino Unido. Los laboristas de Keir Starmer obtuvieron 410 de los 650 escaños de la Cámara de los Comunes, con una holgada ventaja sobre los conservadores del primer ministro Rishi Sunak que obtuvieron 131 escaños. Esto pone fin a 14 años de gobiernos conservadores desde que el laborista Gordon Brown entregó el gobierno a David Cameron en 2010. Los resultados de la elección de ayer son los peores para los conservadores en unas elecciones desde la fundación del partido en 1834, por debajo de los 156 logrados en 1906, su anterior peor registro.

Este drástico viraje en las preferencias se explica por las dificultades económicas causadas por factores externos como la pandemia o la guerra en Europa del Este, pero, sobre todo, por la manera en que han sido gestionados por las administraciones derechistas. En el momento más álgido de las restricciones dispuestas para frenar el contagio de covid-19, el entonces primer ministro, Boris Johnson (2019-2022), celebró una fiesta con sus colaboradores en el mismo momento en que la fallecida reina Isabel II velaba completamente sola a su esposo. Ese acto de insensibilidad, que fue también una insólita falta de respeto a la institución de la corona, caló más en el ánimo del electorado que las mentiras, la corrupción, el deterioro económico, la xenofobia, el belicismo y la insondable frivolidad de Johnson. Su efímera sucesora Liz Truss (6 de septiembre al 25 de octubre de 2022) propuso un recorte de impuestos a los más ricos en un momento en que gran parte de la población sufría para llegar a fin de mes debido a la inflación y a las consecuencias de abandonar la Unión Europea sin un verdadero plan de transición.

El mandatario saliente, Rishi Sunak (2022-2024), mostró un talante institucional y una prudencia de la que carecieron sus dos antecesores inmediatos, pero mantuvo intocado el modelo neoliberal que tiene en crisis el acceso a la vivienda, la educación, la salud (otrora orgullo británico) y el conjunto de los servicios públicos. Tecnócrata ortodoxo y banquero de los Rothschild (al igual que Emmanuel Macro) Sunak no atendió el clamor social de refrenar la desigualdad y rearticular el Estado de bienestar. Por el contrario, se embarcó en el delirio imperial de sostener una guerra con Rusia peleada por soldados ucranianos: hizo del Reino Unido el tercer país que más recursos aporta para sostener al régimen de Kiev, hasta destinar medio punto del producto interno bruto (PIB) a ese fin. En abril, ya embarcado en la campaña electoral, prometió aumentar el presupuesto militar hasta 2.5 por ciento del PIB y dilapidar casi 100 mil millones de dólares en un relanzamiento belicista que no puede devolverle al país un papel relevante en la geopolítica, pero sí implica perpetuar la ruina de la seguridad social y de todas las instancias que mejoran la calidad de vida de las mayorías.

Ante ese desastre multidimensional, no es casualidad que el lema central de Starmer y los suyos haya sido el cambio. El electorado votó con claridad por el cierre del ciclo conservador y la renovación de la vida pública, tomando una alternativa que resulta saludable en un contexto de ascenso generalizado de la ultraderecha en Europa. Cabe a los ciudadanos británicos exigir a sus nuevos gobernantes que cumplan con el mandato de tomar decisiones en función del bien común y no de los intereses de corporaciones y capitales financieros, de impulsar la recuperación del salario, rescatar la seguridad social y no azuzar la guerra. En suma, de responder a los ideales laboristas y no ser un gobierno de la traición como el que encabezó el infame (y hoy despreciable) Tony Blair entre 1997 y 2007, por su ciego servilismo a los intereses de Estados Unidos en las guerras de Iran, Irak, Yugoslavia y las invasiones de Grenada, Panama y Haiti, entre otras.


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