Andrea Zhok, ariannaeditrice.it
La fase histórica que vivimos está marcada por una crisis profunda, tal vez terminal, del imperio estadounidense. Con el reflujo de la globalización económica y el debilitamiento del dominio de Washington sobre el mundo, se han acelerado los procesos de control, chantaje y desestabilización estratégica promovidos por los centros de poder estadounidenses.
Dado que los países del bloque atlantista son todos democracias liberales, el problema del control de la opinión pública ocupa un lugar central. Así pues, ha comenzado una batalla fundamental por el alma de las poblaciones occidentales, y esta batalla no tiene su epicentro en América, sino en Europa, donde la tradición de una cultura crítica y plural era mucho más vigorosa que en Estados Unidos.
El primer paso en esta dirección fue el sometimiento de la Unión Europea a la cadena de mando estadounidense, un sometimiento puesto a prueba por el asunto de la pandemia, y ahora bien asentado. Pocos recuerdan que el proyecto europeo nació bajo los auspicios de representar un contrapeso al poder estadounidense, un tercer polo organizado que rechazaría no sólo el modelo soviético, sino también el de los aliados norteamericanos. Este papel autónomo, inspirado en la experiencia de los Estados de bienestar europeos de la posguerra, entró en crisis con la transformación de la Comunidad Europea en Unión Europea, con el giro neoliberal del Tratado de Maastricht, y ahora es sólo un recuerdo lejano.
Para comprender los extremos de la actual batalla por las almas, echemos un vistazo, a modo de muestra, a algunos hechos recientes relacionados con el conflicto palestino-israelí.
En los últimos días, la UE ha pedido a META (Facebook) que retire de sus plataformas todo contenido considerado "desinformación", so pena de multas de hasta el 6% de la facturación global.
El comisario europeo Thierry Breton intervino oficialmente ante Elon Musk para instar a que se tomen medidas para controlar y censurar la "desinformación" en Twitter en relación con el conflicto palestino-israelí.
La Ley de Servicios Digitales aprobada por la Unión Europea en 2022 es la primera intervención legislativa que institucionaliza la censura en las plataformas mediáticas europeas. Por supuesto, lo que recibe el estigma de "desinformación" y "noticias falsas" son siempre sólo las tesis que trastornan la narrativa actual, y el control sobre las agencias de "verificadores de hechos independientes" garantiza que las autoridades tengan continuamente las pelotas justas para aplastar.
Mientras tanto, se ha reanudado el carrusel de cambios y enmiendas de las páginas de Wikipedia con contenidos incómodos, en la misma línea de lo visto con los Covid y Ucrania.
En Italia, el aparato de porras mediáticas en servicio permanente que pueblan televisiones y periódicos se ha activado en las ya habituales expediciones punitivas hacia los disidentes con un perfil público relevante. Así, Alessandro Orsini y Elena Basile se han convertido en objeto insistente de burlas, emboscadas mediáticas y fatwas. El pobre Patrick Zaki, de ser un ídolo de la corriente dominante, cayó instantáneamente en desgracia al jugarse candidaturas europeas y beneficios varios por decir ingenuamente lo que pensaba sobre Israel y Palestina. Moni Ovadia, para quien los escuadrones mediáticos no recurren a la habitual ecuación antisionista = antisemita, fue instado a dimitir de su cargo de director del teatro municipal de Ferrara.
A nivel internacional, cualquier periodista que no se limite a copiar sistemáticamente los panfletos de los apparatchiks estadounidenses corre el riesgo de recibir una ráfaga de ametralladora accidental. Esto les ocurrió el otro día a periodistas de Reuters y Al Jazeera, pero la lista de periodistas asesinados por el ejército israelí en los últimos años es larga.
Menos mal que hay periodistas como los nuestros, que se sientan en el comedor romano girando banderas de abanico y ejerciendo de ventrílocuos del amigo americano; de lo contrario, uno no sabría por dónde canalizar las prebendas y los elogios.
A estas alturas, todo el interés estadounidense radica en la multiplicación de focos de conflicto porque ello le permite explotar sus dos últimos puntos fuertes residuales: su perdurable preeminencia en armamento convencional y su aislada situación geográfica, que hace a Estados Unidos inmune a las consecuencias inmediatas de los conflictos que suscita. Con esto en mente se entiende lo que reveló ayer la vista de correos electrónicos internos (Huffington Post), a saber, que el Departamento de Estado estadounidense ha disuadido a los diplomáticos que trabajan en asuntos de Oriente Próximo de hacer declaraciones públicas que contengan palabras como "desescalada", "alto el fuego", "fin de la violencia", "derramamiento de sangre", "restablecimiento de la calma". Las órdenes estables son echar gasolina al fuego.
En este contexto, controlar el flujo de la opinión pública es crucial.
El método -es importante entenderlo- ya no es el de la censura sistemática, que exigían los autócratas de hace un siglo, sino el de la manipulación y la censura cualificada.
A este respecto, se puede tomar el ejemplo de la "noticia" sobre los 40 bebés decapitados por Hamás. La noticia se difundió basándose en rumores y al día siguiente era la noticia principal en más o menos todos los medios de comunicación del mundo. La periodista de la CNN Sarah Snider, que hizo viral la "noticia", se disculpó porque la noticia no había sido confirmada. Sky News dijo, al cuarto día, que la noticia "todavía" no había sido confirmada (después de cuatro días, ¿en qué se basan? ¿en expertos en efectos especiales?).
Ahora, algunos dirán ingenuamente que esta admisión por parte de la CNN es una señal de que existe libertad de prensa en Occidente. Pero, por supuesto, la asimetría entre una noticia sensacionalista salpicada en la portada de todo el mundo y las posibles dudas que más tarde se filtran entre líneas aquí y allá equivale políticamente a haber orientado a la mayoría de la opinión pública en una dirección definida (la indignación emocional contra los asesinos), incluso si dentro de unos meses o años se admitiera tranquilamente que la noticia carecía efectivamente de fundamento.
Es lo que podríamos llamar el "método Colin Powell", o el método de los "indios buenos son indios muertos".
Primero se crea un caso suficiente para demonizar a una de las partes y se hace con el vigor suficiente para producir una operación de exterminio.
Después, cuando la operación ha terminado, se admite con displicencia que las cosas no fueron así en realidad, al tiempo que se alardea de la propia honestidad y transparencia.
Primero agitaron frascos de supuestas armas químicas ante la ONU, aniquilaron un Estado soberano, mujeres, niños, perros y hámsters, y años después -entre un escocés y otro- admitieron con una sonrisa distraída que, bueno, era una treta, qué le vamos a hacer, el que la tenía la tenía.
Primero se extermina a la población indígena de nativos americanos, presentándolos como monstruos blancos sedientos de sangre, luego, cuando quedan reducidos a atracciones folclóricas, se pone en marcha una industria cinematográfica llena de indios buenos y colonos concienciados.
En el mundo contemporáneo, no hay necesidad de intentar la proeza, tan compleja como inútil, de bloquear al 100% la información veraz. Basta con la manipulación, la censura, el filtrado selectivo para las masas del público y durante el tiempo suficiente para crear algún daño irreversible.
Pero el cínico se engañaría a sí mismo si pensara que hoy este juego destructivo sólo tiene unos pocos millones de "peones palestinos prescindibles" en su centro. Si la situación no se congela y desactiva inmediatamente, en el centro de la actual gran operación de demolición están y estarán ante todo los pueblos de Europa.
Es Europa la que ya está sufriendo y sufrirá el impacto de la devastación de las relaciones con el Este con la guerra de Ucrania.
Y es Europa la que sufrirá el impacto de una desestabilización duradera en Oriente Próximo, donde un conflicto que implicara a Israel, Siria, Líbano, Irán y quizás también a Irak, Egipto, Jordania.... representaría una bomba social y económica indefinida para Europa, por no hablar de los riesgos de una implicación bélica directa.
Y curiosamente, el único mínimo común denominador de estos conflictos reside en el papel de Estados Unidos, que es también la fuerza más beneficiada y la que tiene mayor capacidad de influencia en los medios de comunicación internacionales.
Pero huelga decir que cualquiera que conecte los puntos es un conspiracionista.
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