Raúl Zibechi, La Jornada
La frase pertenece al dirigente kurdo Abdullah Öcalan, extraída del segundo tomo del Manifiesto por la Civilización Democrática, que tiene como subtítulo La Civilización Capitalista. La era de los dioses sin máscara y los reyes desnudos. La obra, cuya traducción al español verá la luz estos días, forma parte de la defensa del líder kurdo, preso en la isla Imrali, en el mar Negro, en Turquía. El pensamiento de Öcalan es insumiso, no se somete a jerarquías prestablecidas ni acepta dogmas universales. Es el tipo de pensamiento que necesitamos en este periodo de caos sistémico, ya que las ideas heredadas están mostrando escasa utilidad para orientarnos en la tempestad.
De su reciente libro quisiera destacar tres aspectos, aunque no son suficientes para agotar el conjunto de los aportes de la obra. El primero es su crítica frontal al economicismo, una de las peores plagas intelectuales que están parasitando a los movimientos anticapitalistas. Inicia ese capítulo con un potente análisis sobre la propuesta evolucionista que defiende el nacimiento del capitalismo como resultado natural del desarrollo económico. Como se sabe, quienes postulan esa tesis piensan también que el fin del capitalismo será producto de la misma evolución de la economía que lo trajo al mundo. Por el contrario, Öcalan afirma que el capitalismo es hijo de una tradición muy antigua, que se afirma en el poder militar y político para usurpar los valores sociales, hasta convertirse en la formación social dominante en Europa en el siglo XVI. Entre los valores sociales usurpados, destaca la mujer-madre por el hombre-fuerte y el grupo de bandidos y ladrones que le acompañan.
Criticar al economicismo supone, en la misma línea, la crítica del evolucionismo, sea lineal o por saltos. Una sencilla afirmación hecha luz sobre este tema: En las guerras coloniales, donde se realizó la acumulación originaria, no hubo reglas económicas. Se enfoca contra la economía política, a la que considera la teoría más falsificadora que fue creada para encubrir el carácter especulativo del capitalismo.
A lo largo de toda su obra, pero en especial en los apartados sobre el capitalismo, se apoya en Fernand Braudel, con quien coincide en señalar que es la negación del mercado por la regulación de precios que imponen los monopolios.
En este punto aparece el segundo aspecto a destacar, cuando sostiene que el capitalismo no se identifica con la producción ni con el crecimiento económico, porque no es economía. El capitalismo es poder, no economía, asegura Öcalan. Es evidente que existe una economía capitalista, pero el sistema capitalista es un monopolio de poder que se impone desde fuera a la economía, según sostiene en este capítulo esclarecedor. El capitalismo utiliza la economía, pero es el poder, la fuerza concentrada, lo que le permite confiscar el plusvalor y los excedentes.
En consecuencia, considera que la obra principal de Marx, El Capital, funciona como un nuevo tótem que ya no es útil para los trabajadores, porque delimita el capitalismo al terreno de las leyes de la economía, un punto que comparten todos los reformismos desde hace mucho tiempo.
El tercer aspecto que me parece importante es considerar al Estado-nación como la forma de poder propia de la civilización capitalista. Un breve paréntesis: dice civilización capitalista porque la considera en su integralidad, incluyendo todas las variables articuladas, desde la economía y la cultura hasta la geopolítica y la sociedad. En consecuencia, dice que la lucha anti-estatal es más importante que la lucha de clases; y esto es una suerte de golpe al mentón para quienes nos formamos en Marx. Por eso mismo, afirma que es más revolucionario el trabajador que se resiste a ser proletario, que lucha contra el estatus de trabajador, porque esa lucha sería socialmente más significativa y ética.
En las páginas finales de este tomo afirma que los conflictos en realidad surgen entre conjuntos sociales; entre la sociedad estatal y las sociedades democráticas. En suma, el Estado es uno de los nudos a desatar, no el espacio de llegada de la lucha social.
Va más lejos. Sostiene Öcalan que Estado y poder son cosas diferentes, que el poder contiene al Estado, pero es mucho más que el Estado. En este punto advierte que el pensamiento antisistémico está necesitando investigar a fondo las formas de Estado y en particular el Estado-nación, temas que Marx no pudo o no quiso abordar.
Rechaza la toma del Estado porque pervierte a los revolucionarios y piensa que la crisis del movimiento antisistémico no puede desligarse de la opción estatal. También rechaza el concepto de hegemonía. “La esencia de la civilización estatal –escribe Öcalan– es la hegemonía sobre la sociedad”. Pero la hegemonía implica poder y éste supone dominio, que no puede existir sin el uso de la fuerza.
Es muy interesante que llegue a esta conclusión en franca oposición a pensadores como Gramsci, recuperado por toda una camada de intelectuales progresistas que hacen malabarismos teóricos para separar poder de dominación. Los monopolios de poder (Estados) así como los monopolios económicos (privados o estatales) se imponen sobre la sociedad y la asfixian. Por eso hay que alejarse de esas formas de relación social.
Al final, se comprendió que detentar el poder era lo más reaccionario del capitalismo, contra la igualdad, la libertad y la democracia, pero ya se había producido un importante retroceso, era la misma enfermedad histórica por el poder que había sufrido el cristianismo, escribe en las Conclusiones. Un pensamiento crítico, anticapitalista, anti-estatal y anti-patriarcal centrado en Medio Oriente, formulado desde la resistencia a sus poderosos
enemigos.
Es imposible vencer con las armas del enemigo, nos dice Öcalan. Sin embargo, esta sencilla convicción no puede ser aceptada, sin más, como verdad revelada: cada generación deberá descubrir sus verdades con base en la propia experiencia. Por doloroso que sea.
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