Maciek Wisniewski, La Jornada
Como apunta Franco Bifo Berardi, Europa está al borde de una guerra racial: el sistemático rechazo de refugiados en su frontera sur no es simple muestra de brutalidad. La Unión Europea (UE) ya es una fortaleza racista. El continente arrasado por la ola xenófoba y nacionalista –rodeado de cuerpos tirados por el mar y lleno de campos de internamiento para los sobrevivientes– se convirtió en un archipiélago de infamia (Verso blog, 23/10/16). Parece que en medio de crisis sin fin, austeridad rampante, diktats financieros y putsches bancarios regresamos al punto en que ya estuvimos antes.
2. En su meollo, la Segunda Guerra Mundial fue una guerra racial. Desde la perspectiva nazi, el ataque a Polonia era la primera campaña contra los enemigos raciales (N. Wachsmann, KL: a history of the nazi concentration camps, 2016, p. 192). Los subhumanos eslavos a la par de judíos –incluso más: años antes de la solución final– estaban en su centro: sus élites tenían que ser exterminadas, el resto esclavizado. Si, como subraya Wachsmann, las primeras víctimas de la Segunda Guerra eran reos de campos de concentración (Konzentrationslager, KL) [literalmente: para justificar la invasión la SS asesinó a un grupo de ellos y vistiendo en uniformes polacos pasó por agresores neutralizados, p. 191], ¿diremos un día que las primeras víctimas de la tercera guerra eran los refugiados?
3. Tanto ayer como hoy, detrás de la rabia desde abajo y el odio inducido desde arriba está la destrucción financiera. Los que perdieron con la crisis, para que pudiera ganar el capital corporativo fueron ofrecidos chivos expiatorios (refugiados); pauperizados, en la mayoría desmovilizados, fueron enseñados a aferrarse a lo único que les quedaba: su identidad.
4. Si antes el principal terreno de guerra racial era la tierra –Polonia, el gran basurero racial donde los nazis construyeron la mayoría de sus campos de exterminio y vastos terrenos de la URSS–, hoy lo es el agua. El mar Mediterráneo parece campo de batalla y herramienta de exterminio a la vez. Agua salada remplazó a Zyklon B, escribe Berardi.
5. Cambian las modalidades y métodos; impera la misma lógica de la modernidad, pero con un twist: si antes, por ejemplo, el Holocausto era fruto de un plan (conferencia de Wannsee, 1942) –aunque, bien demuestra Wachsmann, éste se benefició también de muchas decisiones e iniciativas desde abajo–, hoy la exterminación no tiene que ser orquestada centralmente. Puede ser –siguiendo a U. Beck y su merkiavelismo [mezcla de titubeo e inacción hasta el punto que para ciertas soluciones ya no hay alternativa] que A. Merkel empleó en caso de la deuda griega– fruto de indecisión. No hace falta que Festung Europa planee matar a refugiados (y no lo hace); basta (como lo hace hasta ahora) que se quede mirando cómo se mueren solitos en aguas saladas (3 mil 800 desde principios del año).
6. Igual que antes el Tercer Reich necesitaba ayudantes-entusiastas y estados-títeres para llevar a cabo su guerra racial (matar y/o entregar cuotas de gente para fábricas de muerte [Eslovaquia incluso les pagó a los nazis –¡sic!– 500 RM por cabeza para que se llevaran a todos sus judíos, gitanos y comunistas...]), hoy –sigue Bifo con sus paralelas– la UE les paga a sus Gauleiters en Turquía, Libia y Egipto para que le hagan el trabajo sucio en las costas del Mediterráneo (en un infame acuerdo, el fascista Erdogan recibió 3 mil millones de euros renovables en 2018 para frenar el flujo de los refugiados).
7. Josep Fontana (igual leyendo a Wachsmann) enfatiza la doble característica de los KL como centros de represión/exterminio y entidades orientadas a obtener el máximo de ganancia. Esto le recuerda las políticas de austeridad. Según él, los países como Grecia o España ya se convirtieron en unos KL y obedecen su lógica: reducir al mínimo costes de trabajo (quitándoles derechos a los trabajadores) y eliminando a quienes ya no producen (rebajándoles pensiones); y para que todo acabe de parecerse al modelo original, señala la superioridad racial que los alemanes de hoy sienten respecto a los europeos del sur, “la misma que Goebbels sentía hacia los polacos [‘más animales que humanos’]” (Sin Permiso, 19/7/15).
8. El racismo también es el mismo, pero con matices (no es que exista raza como tal, bien dice Bifo en otro lugar: sólo que con crisis, las seudoteorías de Gobineau que inspiraron a Hitler otra vez responden a ansiedades del mundo moderno, Erroristas, 22/4/16). Después del Holocausto, el discurso científico racial está desacreditado; lo biológico queda sustituido por lo cultural y la guerra racial se da apelando a prejuicios civilizatorios (refugiados musulmanes amenazan al mundo occidental). Por lo mismo, ya no es Alemania la que está en vanguardia de odio, de construcción de campos y cercas (de hecho fue Merkel quien abrió las puertas a los refugiados, pero sólo después de depredar al sur de la zona euro y despertar los resentimientos), sino sus súbditos eslavos y magiares, dependientes de la economía alemana.
9. La guerra racial de hoy, como la de ayer –aparte de querer recluir/expulsar/exterminar al enemigo– sirve para transponer las contradicciones del capital al cuerpo del Otro: ayer un judío, hoy un musulmán [E. Traverso alertando que regresamos a la violencia de principios del siglo XX, analiza cómo el odio a los migrantes musulmanes sustituye el antisemitismo tradicional y cómo la islamofobia se vuelve el nuevo racismo occidental (Pluto Press blog, 10/8/16)], un mecanismo sistémico y cortina de humo que tapa la única guerra que importa: la lucha de clases.
10. Igual que no había contradicción entre el imperativo de la exterminación y la necesidad económica de asegurar y exprimir fuerza de trabajo en los KL (Wachsmann, p. 343), no la hay entre el exterminio por inacción de refugiados en aguas saladas y la necesidad de la UE de asegurarse nuevas manos de obra. Sus muertes son parte del manejo migratorio y la estrategia del capital de disciplinar el mundo de trabajo: sirven para suprimir aspiraciones económicas de otros migrantes, desposeerlos de derechos sociales y políticos y ejercer presión en otros trabajadores a fin de bajar salarios y estándares labores en general.
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