Manuel E. Yepe, Alainet
El pueblo de Estados Unidos -se ha dicho muchas veces- es el único que podría llevar a cabo la titánica hazaña de hacer caer al imperio más poderoso y sanguinario que haya conocido la humanidad, que espera ansiosa ver a ese pueblo actuar para ofrecerle la solidaridad a que se hará acreedor.
Las frecuentes guerras asimétricas de Estados Unidos contra países incomparablemente mucho más pobres y militarmente débiles que la superpotencia única, despertaron la conciencia humanitaria de muchos estadounidenses que se ha manifestado enérgicamente en solidaridad con estos pueblos abusados.
La continuada exposición de vergonzosas violaciones de los derechos humanos de prisioneros, incluyendo torturas y gravísimos vejámenes en cárceles públicas o clandestinas estadounidenses diseminadas por el mundo, despertaron la conciencia de millones de estadounidenses que condenaron tales injusticias.
Sin embargo, como resultado de la manipulación y el engaño a que han estado sometidos en su fe religiosa o por la ingenuidad que durante años han inculcado en el ciudadano común de ese país los medios de publicidad y de prensa dominados por la élite corporativa y bancaria, los estadounidenses han sido sometidos durante más de un siglo al influjo de una orientación política neoconservadora con proyecciones fundamentalistas, que algunos consideran hoy su característica nacional.
Tras el derrumbe de la URSS y el bloque socialista europeo, que significó el fin de la Guerra Fría, el gobierno de Estados Unidos intensificó su guerra económica contra Cuba, que quedó como una espina en la garganta del imperialismo.
Con nuevas leyes, la codificación del conjunto de instrumentos destinados a ahogar económicamente a la isla y otras medidas dirigidas a “provocar escaseces, sufrimientos y el derrocamiento del gobierno cubano” según fueron definidos originalmente, más de medio siglo antes, los objetivos del bloqueo que Estados Unidos eufemísticamente llama “embargo”.
Fidel Castro, llamó al pueblo a “apretarse los cinturones” y prepararse para carencias y sacrificios mayores. Los cubanos respondieron cerrando filas en torno al líder de la Revolución y ya se han podido ver los resultados de la heroica resistencia. Triunfó la razón, la justicia, el patriotismo. Venció también la solidaridad internacionalista de innumerables personas en todo el mundo que han estimulado la proeza de los cubanos con su ayuda sincera y, por ello, son también dueños del éxito.
El mundo unipolar que siguió al fin de la Guerra Fría, con una única superpotencia que imponiendo sus egoístas intereses al resto del planeta y la globalización neoliberal impuesta a los pueblos, con su secuela de hambre, enfermedades, analfabetismo, degradación ambiental, discriminación, y tantos otros males que sufre la humanidad, puso de manifiesto que no es el fatalismo geográfico, ni una supuesta inferioridad racial, sino la esencia misma del orden burgués lo que determina estos males en las sociedades humanas.
El neoliberalismo, ordenamiento que el Norte disemina, impone en el Sur y recomienda como panacea para todas las desventuras de la humanidad, es precisamente la causa fundamental de los grandes males y los crueles desamparos en que viven los pueblos de los países pobres y los pobres en los países ricos.
El capitalismo neoliberal, con su proclamación del mercado y no del ser humano como eje absoluto del funcionamiento de la sociedad, ha multiplicado la miseria y ampliado las desigualdades a escala universal. Generador constante de crisis, el orden capitalista pretende ignorar que son las asimetrías las que las provocan y se las arregla siempre para descargar sus efectos en las personas humildes del planeta.
El sistema capitalista de relaciones, en vez de convocar a la cooperación y la solidaridad, llama a la competencia, el egoísmo y la ley del más rico.
Con la campaña de Bernie Sanders por lograr incluirse como candidato del partido demócrata en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, los estadounidenses han comenzado a oír hablar de muchas cosas que no se mencionaban en el pasado reciente.
Sanders ofrece poner fin a casi cuatro décadas de políticas neoliberales. Condena la avaricia de Wall Street, la corrupción del sistema electoral y político, y el robo del futuro de los jóvenes y de los trabajadores estadounidenses. Recuerda las gloriosas luchas por la igualdad, los derechos civiles y por los derechos laborales y de los inmigrantes.
Son cosas que no se escuchaban hace mucho tiempo en Estados Unidos y que ojalá fueran la antesala de un cambio que solo a los estadounidenses corresponde promover.
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