Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada
Henry Kissinger, polémico ex secretario de Estado y antiguo asesor de Seguridad Nacional con Nixon y Ford, visitó a su viejo amigo el zar Vlady Putin (https://goo.gl/56lF8z), cuyo ejército está en máxima alerta nuclear (http://goo.gl/sKHVDp), cuando Alepo está a punto de caer en manos del eje Rusia-Siria-Irán-Hezbolá (https://goo.gl/Fs4dBV).
En el intermezzo, Kissinger impartió una trascendental conferencia sobre el ex premier Evgeny Primakov, notable geoestratega ruso (http://goo.gl/U7ioXh), en la cual juzga que Rusia debe ser percibida como un elemento esencial de cualquier nuevo equilibrio global, no primariamente como amenaza a Estados Unidos. Se subentiende: para impedir la presente agudización del caos global cuando chocan los intereses unilaterales de Estados Unidos, por un lado, con Rusia –en Ucrania y Siria–, y, por otro lado, con China: en Corea del Norte, el Mar del Sur de China, el rearme de Taiwán y la perniciosa Asociación Transpacífico, donde incrustaron al México neoliberal itamita, que saldría perjudicado, según el Banco Mundial (http://goo.gl/7g9uQN).
En las décadas de 1960 y 1970, Kissinger vivió la adversa relación entre Estados Unidos y la URSS, que con la evolución de la tecnología (léase armas de destrucción masiva: atómicas, biológicas, químicas y radiológicas) se desarrolló el concepto de estabilidad estratégica, cuando el mundo cambió en forma dramática, por lo que Rusia debe contribuir en el emergente orden multipolar y en el orden mundial de corte neowestfaliano (http://goo.gl/IQbrVn).
La seminal estabilidad estratégica fue definida por Paul Nitze, máximo negociador nuclear de Estados Unidos durante la guerra fría: “Minimizar la posibilidad de una guerra nuclear y que una carrera armamentista pueda ser usada por cualquiera de las partes como medio para una presión decisiva en áreas vitales del mundo (http://goo.gl/QEIu6R)”.
La experiencia de Kissinger en los pasados 70 años en las relaciones de Estados Unidos y Rusia lo llevan a la necesidad del diálogo que busque fusionar nuestros futuros, lo cual requiere respeto (sic) por las dos partes de los intereses y valores (sic) vitales del otro.
No dista de lo proferido por Putin, quien evidenció el máximo error estratégico de Moscú en la posguerra fría (http://goo.gl/tvupqu).
A juicio de Kissinger, los contenciosos de Ucrania y Siria no han tenido progreso notable, ya que las discusiones episódicas (sic) se han realizado fuera de un marco de referencia acordado, cuando cada uno es expresión de una estrategia mayor: Ucrania debe ser incrustada en la estructura de una arquitectura de seguridad europea e internacional para que sirva de puente (¡sic!) entre Rusia y Occidente (sic), no como puesto de avanzada de cada lado. Hasta el papa jesuita Francisco lo ha asimilado, lo cual se subsume en mi propuesta del Intermarum (http://goo.gl/4mHGv3).
Sobre Siria, Kissinger aduce que las facciones locales y regionales no pueden hallar una solución por sí solas, por lo que los esfuerzos compatibles (¡sic!) de Estados Unidos y Rusia, coordinados con otras potencias mayores, puedan crear un patrón para soluciones pacíficas en Medio Oriente. No especifica a las otras potencias mayores.
Admite que las relaciones de Estados Unidos y Rusia son peores de lo que fueron hace una década, pero hoy la confrontación ha sustituido la cooperación.
Recuerda cómo el premier Primakov, en un vuelo sobre el Atlántico a Washington, ordenó a su avión regresar a Moscú, en protesta por el inicio de las operaciones militares de la OTAN en Yugoslavia. ¡La humillación de costumbre de los megalomaniacos neoconservadores straussianos!
A juicio de Kissinger, los movimientos militares en el Cáucaso en 2008 y en Ucrania en 2014 perjudicaron la cooperación, cuando “la desconfianza y las sospechas de la batalla amarga de la guerra fría han remergido” y se han exacerbado en Rusia con su crisis política y socioeconómica, mientras Estados Unidos gozaba su más largo periodo de expansión económica ininterrumpida, lo que causó diferencias políticas en los Balcanes, anterior territorio soviético, Medio Oriente, expansión de la OTAN y los sistemas misilísticos de defensa.
Kissinger considera que quizá lo más importante haya sido la brecha fundamental en los conceptos históricos. La experiencia histórica de Rusia es más complicada: cuando su frontera de seguridad se mueve mil millas del río Elba al Este, hacia Moscú, la percepción rusa del orden mundial contendrá un inevitable componente estratégico.
Juzga que para “muchos comentaristas, Estados Unidos y Rusia han entrado a una nueva guerra fría”, pero sus intereses de largo plazo apelan a un mundo que transforme la turbulencia contemporánea y fluya a un nuevo equilibrio (sic) que es cada vez más multipolar (sic) y globalizado, cuando hoy las amenazas provienen más frecuentemente de la desintegración de los estados y el creciente número de territorios no gobernados.
Más allá de la dicotomía maniquea muy simplona entre halcones y palomas, o entre el garrote y la zanahoria, a los que son propensos los superficiales multimedia de Estados Unidos, a mi juicio el grave problema hoy de Estados Unidos es que carece de geoestrategas profundos en esta fase de Obama, cuando ni Susan Rice ni Samantha Power llenan el vacío que dejaron sus antecesores, en el que descuella George Kennan.
Dígase lo que se diga, podríamos colocar detrás de Kennan –el verdadero vencedor conceptual de la guerra fría– a toda una gerontocracia en despedida y sin relevo generacional: Kissinger (92 años), George Shultz (95), James Baker III (85), Brent Scowcroft (90) y Zbigniew Brzezinski (87).
Con todo y sus pecados capitales, el rusófobo Brzezinski y Kissinger, menos hostil a Rusia, son más proclives a la presuntuosidad mediática y cuentan con relevante obra de consulta muy prolija que marca la pauta de la delirante política exterior superbélica de Estados Unidos, que ha llegado a niveles inconcebibles hasta la militarización del Super Bowl (http://goo.gl/4MvZMS).
En sus dos desastrosas guerras de Irak y Afganistán, sumadas a su alocada guerra contra el terrorismo para favorecer a Israel, de todos los neoconservadores straussianos –desde el muy inflado Wolfowitz (72 años), pasando por el infatuado Bill Kristol (63), hasta el perverso Robert Kagan (57)– no se hace uno solo.
Richard Haas (64 años), del influyente Council of Foreign Relations (más seco que nunca en ideas, pero no en mercadotecnia), y el rusófobo Strobe Talbott (69) –quien anhela la balcanización de Rusia–, no han dado el ancho, mientras los lúcidos Stephen Waltz (60) y John Mearsheimer (68) han sido frenados por el omnipotente “lobby sionista (http://goo.gl/wK8Gcz)”.
Estados Unidos está huérfano de modernos geoestrategas: ese es uno de los principales factores que reflejan su decadencia, que le impiden reorganizar el imperativo orden tripolar con Rusia y China, mientras arrastra al mundo a la hecatombe con su caos global y su síndrome Sansón, en los que pretende sobrevivir en forma disarmónica y desequilibrada.
Kissinger y Brzezinski coinciden, con sus matices y sutilezas, sobre China, pero juzgo que el primero ha entendido mejor que el segundo, en referencia a Rusia, la impostergable tripolaridad del nuevo orden mundial.
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