John Saxe-Fernández, La Jornada
Provocar a Rusia en sus fronteras para luego presentar sus respuestas defensivas como agresiones en papel de amenaza global aumenta la probabilidad de guerra nuclear accidental o intencional entre Estados Unidos y Moscú, irracionalidad mayor entre potencias que controlan 95 por ciento del armamento nuclear y balístico, con capacidad de reducir a cenizas ambas naciones (y al mundo). Así lo indica el aumento del presupuesto para que el Pentágono (DoD) despliegue más equipo y ejercicios bélicos en el vecindario de Rusia. El monto pasó de 789 millones de dólares (mdd) en 2016 a 3 mil 400 mdd en 2017 para disuadir a Rusia de más agresión en Europa, calificándola de principal amenaza a la seguridad de Estados Unidos (NYT 1/2/16). ¿Extraña entonces que ante tal campaña el primer ministro ruso Dimitry Medvedev preguntara en la Conferencia de Seguridad de Munich ¿estamos en 2016 o en 1962?, cuando estalló la crisis de los cohetes, uno de los peores episodios de la guerra fría?
Y no es para menos. Vivimos en una nueva guerra fría, más peligrosa que la anterior, con bases militares y el Sistema Nacional Anti-Balístico de Estados Unidos (SNA) desplegados en países vecinos rodeando a Rusia. Desde Europa en 2014, año del putsch de febrero en Ucrania contra el gobierno legítimo de Victor Yanukovich articulado por la CIA y la USAID, Obama dijo que la OTAN estaría en Estonia, Latvia y Lituania. Estados Unidos entró a Kiev con todo: DoD, FMI y Banco Mundial. El resultado fue la instauración de un régimen títere de corte nazi-fascista lanzado a una guerra de agresión contra sus propios ciudadanos en Donbass.
Stephen F. Cohen, profesor emérito de política y estudios rusos en Princeton y la Universidad de Nueva York, entre los más destacados estudiosos de Estados Unidos de la historia rusa, desde los años 90 advirtió sobre el tipo de crisis de guerra fría que finalmente estalló con el golpe contra Yanukovich. En entrevista con Patrick L Smith (Salon, 16/4/15) advirtió que lo ocurrido en Ucrania “claramente nos lanzó no sólo a una nueva o renovada guerra fría, sino a una situación que probablemente va a ser más peligrosa que lo ocurrido en el pasado”. Ello por tres razones de peso: primero, dice Cohen, porque el epicentro de la crisis no está en Berlín, sino en Ucrania, en la frontera con Rusia, dentro de su civilización: eso es peligroso. Segundo porque a lo largo de 40 años de guerra fría se establecieron reglas de comportamiento, reconociéndose de manera explícita o implícita límites (líneas rojas) y líneas telefónicas rojas (red hotline) en caso de emergencias nucleares. Ahora no hay reglas. Lo vemos a diario, no hay reglas en lado alguno. Y tercero, algo que irrita a Cohen: que esta vez en Estados Unidos “no existe una oposición significativa ante esta nueva guerra fría, mientras que en el pasado siempre existió; aún en la Casa Blanca uno siempre podía encontrar alguien con una opinión distinta, y ciertamente en el Departamento de Estado o en el Congreso”. “Los medios estaban abiertos al debate, el New York Times, el Washington Post. No más. Todos aplauden al unísono, toda la prensa, todas las cadenas” (Ibid).
Y eso es peligroso: en el clima de guerra una de las primeras víctimas es el ejercicio profesional del periodismo, cuando más se necesita: por ejemplo en momentos en que debe debatirse lo que Viktor Kremeniuk del Instituto sobre Estados Unidos y Canadá de la Academia de Ciencias de Rusia llama la revitalización del complejo militar-industrial de Estados Unidos, tratándose de una “restauración del modelo de desarrollo social, económico, político existente en Estados Unidos después de la segunda guerra mundial y a lo largo de la guerra fría”, un modelo afectado luego del colapso de la URSS por su falta de enemigo externo, a lo que es necesario agregar su enorme consumo de petróleo y del resto de recursos renovables y no-renovables.
Con las respuestas rusas al golpe en Ucrania, al despliegue del SNA, de bases y todavía de más equipo y tropa en su frontera, presentadas por la propaganda al público como agresiones que colocan a Moscú en papel de amenaza global, la OTAN realizará ejercicios bélicos que asumen una invasión rusa a Polonia o las naciones bálticas. ¿Cómo reaccionaría Estados Unidos si Rusia hiciera igual en Chihuahua o Alberta?
El Japan Times en su edición del 7 de febrero informa que el ministro de defensa de Lituania (J. Olekas) abiertamente describe a Rusia como una amenaza mientras muchos países de la OTAN se preocupan de no provocar a su principal fuente de energía. En todo caso, como dijo Putin al Corriere della Sera en julio pasado, un ataque ruso a la OTAN sería una locura: pienso que sólo una persona enferma y sólo en un sueño puede imaginar que de pronto Rusia atacaría a la OTAN. Algunos países sólo toman ventaja de temores sobre Rusia. Piensan en alguna ventaja militar, económica, financiera u otra ayuda. Agregó que Estados Unidos parece estar en busca de una amenaza externa hipotética para mantener su liderato en la comunidad de la OTAN.
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