lunes, 13 de octubre de 2014

Afganistán, las interminables intervenciones del exterior

Immanuel Wallerstein, La jornada

¿Cuándo comienza esta historia? Es difícil decidirlo. La historia moderna comenzó en el siglo XIX, cuando los británicos y los rusos pelearon en el gran juego, compitiendo por influir y controlar Afganistán. Lucharon directamente y mediante apoderados afganos. Los británicos piensan haberlo hecho mejor, pero esto fue en gran medida una mera ilusión. Yo diría que fue un empate.

En la década de los 60, el juego recomenzó con la llegada al poder de un gobernante que buscó instituir una nueva Constitución liberal. Fracasó, pero abrió el camino para que emergieran partidos a la izquierda y a la derecha. Su sucesor, Mohamed Daoud, fue derrocado en 1978 por el Partido Democrático del Pueblo de Afganistán (PDPA), en la actualidad un partido comunista. El PDPA estableció un régimen totalmente laico, con igualdad total para las mujeres. Había recomenzado el gran juego. La Unión Soviética respaldó el régimen del PDPA y Estados Unidos (sucesor de Gran Bretaña) respaldó a los mujaidines que lucharon contra él y en favor de un régimen islamita.

En 1979, la Unión Soviética envió tropas para ayudar a que el régimen del PDPA se mantuviera en el poder. La intervención soviética resultó contraproducente y eventualmente los soviéticos retiraron las últimas de sus tropas hacia febrero de 1989. No obstante, el PDPA se las arregló para mantenerse hasta 1992. Durante los cuatro años siguientes, varios grupos que se habían opuesto al régimen del PDPA lucharon unos con los otros. Un grupo que emergió con fuerza se llamaba a sí mismo Talibán y buscó reunificar el país bajo una estricta ley de la sharia en un régimen encabezado por el Mullah Omar. El régimen talibán fue especialmente rudo con las mujeres, casi encerrándolas en sus hogares, y clausuró todas las oportunidades educativas.

Septiembre de 2001 fue un momento fatídico. Los talibanes pudieron asesinar al único oponente principal que les quedaba en Afganistán dos días antes del ataque de Al Qaeda en Estados Unidos el 11 de septiembre. La serpiente le había despertado a Estados Unidos.

Habiendo ayudado a los mujaidines a volverse una fuerza importante para combatir la influencia soviética, ahora se encontraban con que este grupo estaba en el poder en Afganistán y daba refugio a Osama Bin Laden, el presunto perpetrador de los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos.

Así que de nuevo llegaba una importante intervención del exterior, esta vez de Estados Unidos contra los talibanes. La situación geopolítica se tornó bastante complicada. Los principales aliados estadunidenses en la región –Pakistán y Arabia Saudita– respaldaban a los talibanes. Los principales oponentes de Estados Unidos en la zona –Irán y Rusia– se alinearon con Estados Unidos en su oposición a los talibanes.

La estrategia estadunidense fue la de ayudar a instalar a Mohamed Karzai como gobernante interino y luego como presidente electo de un nuevo régimen. La mayor virtud de Karzai era ser pashtún en términos étnicos, y por tanto de la misma tierra que era corazón de las fuerzas talibanes. El problema, de nueva cuenta, era que la serpiente podía despertar. Al paso de los años, Karzai comenzó a estar más y más incómodo con el papel de Estados Unidos y en particular con sus métodos militares. Para 2012, era ya abiertamente muy crítico de Estados Unidos y hablaba de negociaciones políticas con los talibanes.

El presidente estadunidense Barack Obama había llegado al poder en 2009, llamando guerra buena a la intervención en Afganistán (en contraste con la de Irak). Sin embargo, también prometió retirar todas las fuerzas estadunidenses (o casi todas) para el momento en que abandonara el cargo. Esto resultó ser una vana promesa en tanto las fuerzas talibanes crecieron constantes en fuerza y el gobierno y el ejército afganos no fueron lo suficientemente fuertes para contener a los resurgentes talibanes. Estados Unidos quiso dejar tropas en el país para entrenamiento pero Karzai se negó a firmar el protocolo que habría permitido que las tropas estadunidenses permanecieran.

No obstante, en 2014 Karzai se bajó al final de su segundo periodo en el cargo y permitió elecciones entre Ashraf Ghani (visto como el preferido de Karzai para sucederlo, además de ser pashtún) y Abdullah Abdullah (cuya madre es étnicamente tajik, la etnicidad con la que él se identifica). Abdullah había sido un fiero oponente de Karzai. Los resultados de la elección presidencial fueron muy cuestionados. Pero al final Ghani y Abdullah entraron en el frágil acuerdo de compartir el poder: Ghani como presidente y Abdullah como el equivalente a un primer ministro. Muchos observadores son escépticos de que el acuerdo dure mucho tiempo.

Ghani prometió firmar el protocolo con Estados Unidos que Karzai no quiso, tomando a la vez algo de distancia de Estados Unidos. Ghani mismo pasó muchos años en Estados Unidos, tiene la ciudadanía afgana, pero también la estadunidense y ha trabajado por años en el Banco Mundial. No es un radical en modo alguno.

Ghani llamó de inmediato a negociar con los talibanes, como lo había hecho Karzai. Los talibanes lo rechazaron con prontitud, y su vocero dijo: Ashraf Ghani fue designado por los estadunidenses en la Embajada. Es un títere y no tiene derecho a invitarnos a unas pláticas de paz.

Afganistán ha continuado rechazando, durante dos siglos, las intervenciones del exterior, de forma abierta y encubierta. Siempre que los intrusos extranjeros parecían haber ganado, pronto se daban cuenta que no habían obtenido nada. Peor aún, sus intervenciones parecen voltear en su contra a los afganos a los que apoyaban. Hay pocas razones para asumir que los extranjeros logren más ahora que en el pasado. ¿Pero se dan cuenta de esto quienes intervienen desde fuera?

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