Vicenç Navarro, Attac.es
Este artículo muestra que la principal causa del crecimiento de las desigualdades se debe a la influencia que el mundo del capital ejerce sobre los Estados, mayor que la influencia que tiene el mundo del trabajo, lo que determina que los beneficios del primero se realicen a costa de los salarios de los segundos, con una enorme concentración de las rentas del capital.
El enorme crecimiento de las desigualdades de renta y riqueza que está ocurriendo en gran parte de los países a los dos lados del Atlántico Norte (Norteamérica y Europa Occidental) desde los años ochenta del siglo pasado (cuando la era neoliberal se inició con el Presidente Reagan en EEUU y la Sra. Thatcher en la Gran Bretaña) explica que estas desigualdades hayan alcanzado unos niveles nunca vistos desde principios del siglo XX. Esta situación ha creado cierta preocupación, incluso en el centro de reflexión neoliberal conocido como Foro de Davos, donde representantes de los poderes financieros (que crearon la crisis) y económicos se reúnen con políticos así como economistas y académicos afines y serviles a sus intereses para discutir los principales acontecimientos del mundo y ver cómo responder a ellos para garantizar la continuidad de sus intereses. Pero no solo en Davos existe este interés. El tema de las desigualdades se ha convertido en un tema central de frecuente análisis e información en el mundo occidental. España, cuyo clima intelectual y político es muy conservador, va siempre retrasada en la visibilidad mediática de los grandes temas que absorben la atención mundial. Siendo este país uno de los que tienen mayores desigualdades en la UE-15, es posible que comiencen a aparecer algunos artículos sobre estos temas, poco a poco y con cuentagotas, en los mayores medios de información y persuasión.
En los estudios de estas desigualdades que están apareciendo en Norteamérica y en la Unión Europea (entre los cuales cabe destacar Capital in the XXI Century de Thomas Piketty) se documenta su evolución, y en muchos de ellos se acentúa, con razón, la importancia que las políticas neoliberales han tenido en el desarrollo de tales desigualdades. Ahora bien, pocos profundizan para señalar que el origen de esas desigualdades es precisamente la explotación del mundo del trabajo por parte del mundo del capital. Es decir, lo que solía llamarse “la lucha de clases”, término que ahora no se utiliza por ser considerado anticuado en el lenguaje moderno, el cual ha excluido incluso la categoría de “clases sociales” (y no hablemos ya de la de “explotación de clase”) del lenguaje permitido por la sabiduría convencional (es decir la sabiduría permitida y promovida por la estructura de poder en los medios y centros académicos, tales como en España Fedea, financiados por el gran capital, y que presentan tales términos y conceptos como ideologías dignas de ser marginadas, o mejor, ignoradas).
Veamos ahora los datos. Y comencemos por definir los términos, y muy en especial explotación. Explotación de clase es cuando una clase social vive mejor a costa de que otra clase viva peor. Y esto es lo que ha estado ocurriendo y ha ido creciendo desde los años ochenta. Y los datos están ahí para el que quiera verlos y que no utiliza ojeras ideológicas que le impidan ver la realidad como es y no como desearía que se leyera. Todos los datos que han analizado el crecimiento de la productividad (una variable clave para determinar el crecimiento de la riqueza de un país) muestran que esta ha aumentado en los últimos cuarenta años en Norteamérica y en la Europa Occidental. Y ello se refiere tanto a la productividad total como a la productividad per capita y por trabajador. Esto quiere decir que la riqueza de los países a los dos lados del Atlántico Norte ha crecido muy significativamente. Pero esta riqueza, resultado del crecimiento de la productividad, ha ido más a enriquecer al mundo del capital, es decir, a los propietarios y gestores de las grandes empresas (donde creció la productividad), a través del enorme crecimiento de los beneficios empresariales y de las retribuciones a los dirigentes y delegados de estas empresas, a costa del escaso crecimiento de los salarios que reciben los trabajadores. Así, en EEUU, Lawrence Mishel y Kar-Fai Gee han calculado (y publicado en la revista International Productivity Monitor, Spring 2012) cómo ha ido creciendo la productividad y quién se ha beneficiado más de ello. Así “desde 1973 a 2011, la productividad por trabajador creció nada menos que un 80.4%. El salario horario promedio, sin embargo, creció solo un 4.0%. En realidad, si los salarios hubieran crecido como creció la productividad laboral, el salario horario promedio hubiera sido de 27.89 dólares (en dólares del 2011), en lugar de 16.07 dólares”. Casi todo el producto generado por el crecimiento de la productividad fue a enriquecer los beneficios de las grandes empresas y las compensaciones de sus dirigentes. Es esta la principal causa del enorme crecimiento de la concentración de las riquezas y de las rentas en nuestras sociedades, concentración ayudada por las intervenciones del Estado, más favorables al mundo del capital que al mundo del trabajo.
Una situación semejante ha ocurrido en la Gran Bretaña, Francia, Italia, Japón, Alemania, Grecia, Portugal, España e Irlanda. En todos estos países las rentas del capital han crecido mucho más rápidamente que las rentas del trabajo durante el periodo que va de 1980 a 2011. En Alemania, el descenso de los salarios fue muy marcado a partir de las reformas Schröder, también conocidas como Agenda 2010, cuyas políticas fiscales beneficiaron a las rentas del capital, a la vez que sus reformas laborales determinaron el descenso de los salarios (descendiendo un 0.5% por año), con lo cual paralizaron la demanda doméstica, estimulando las exportaciones. Durante este periodo, la productividad laboral creció un 1.3% por año, muy por encima del crecimiento de las rentas del trabajo. (Para una extensión de este tema ver “Wages, Profits and Productivity” de Pete Dolak en Counter Punch, March 28-30, 2014).
Las políticas públicas neoliberales facilitaron el enorme descenso de los salarios. En EEUU, los salarios hoy son más bajos que en 1968. Y el salario mínimo interprofesional es un 23% más bajo que en el año 1968, cuando Martin Luther King lideró la marcha de Washington, exigiendo un salario mínimo de 2 dólares por hora, lo cual, en dólares de hoy, serían 15.35 dólares, mucho más elevado que el establecido hoy, de 7.25 dólares. El presidente Obama está proponiendo un salario mínimo de 10.10 dólares por hora (¡que son 2/3 partes de lo que King pedía en 1968, en dólares de hoy!). Un tanto parecido ocurre en los otros países citados anteriormente.
Esta información, por cierto, muestra también el desacierto de la solución propuesta por el neoliberalismo para corregir dicho descenso salarial, que se centra en la educación. Tal propuesta ignora que el descenso salarial, generalizado en todos los sectores, ha ocurrido a la vez que el nivel educativo ha aumentado. La evidencia es clara y contundente. A partir de los años ochenta, el mundo del capital ha estado incrementando su poder y sus beneficios, con la ayuda de los estados a costa del mundo del trabajo. De ahí que los primeros han ido viviendo mejor a costa de que otros (la mayoría de la ciudadanía que obtiene sus rentas del trabajo) vivan peor. Esto es lo que se llamaba y debería continuar llamándose explotación.
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